Capítulo 12

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        Vi correr a Daniela hacia mí y si no fuera por esa estúpida promesa que me había hecho de no volver a llorar, la hubiera ahogado con mis lágrimas. La apreté muy fuerte y la besé por toda la cara… la aparté un poco para mirarla y volví a abrazarla. La veía más grande y muy morena. Estaba preciosa… llevaba un vestido blanco muy sencillo y veraniego, que supuse le había comprado su padre en Ceuta, ya que yo no lo había visto jamás. Su pelo parecía haberse vuelto algo más rubio por el sol y tenía las mejillas sonrosadas. Traía un dibujo en una mano y una bolsa en la otra y me dio las dos cosas.

—Mami, te hemos traído muchos regalos.

—Gracias, princesa —le di otro gran beso y abrazo y me levanté para saludar a Gabriel, que se había quedado atrás.

—Qué tal el viaje.

—Largo, como siempre —me sonrió. Detrás de su sonrisa, vi algo de tristeza. Me miraba con pena—. Siento mucho lo de María y Dani—. La pequeña miró extrañada hacia su papá y luego hacía mí. Asentí y sonreí.

Daniela no dejó de hablar durante el camino a casa. Cómo agradecía oír su voz, me encantaba oírla de nuevo. Tantos días sin ella se me habían hecho largos, tristes y muy duros. Pero ya había vuelto. Aunque ella no comprendiera por qué, era mi mejor consuelo. La necesitaba y parecía que ella lo notaba.

Una vez en casa la pequeña no soltaba mi mano y cada pocos minutos venía a abrazarme sin parar de hablar. Esa pequeña cotorra iba a conseguir volverme loca. Reí y la cogí en brazos.

—Te quiero, princesita.

—Y yo, mami —me abrazó y me dio muchos besos.

Gabriel tenía algo que hacer, o estaba muy cansado de oír hablar a Daniela y salió de la casa. Me dijo que volvería temprano. Y yo me senté con la niña.

Tenía que hacerlo, tenía que contarle lo que le había ocurrido a María, para poder pasar página. Para no temer cada día el que me preguntara por ella, para no vivir con la angustia de la niña al no saber de ella. Era tarde, la pequeña estaba cansada, tenía los ojos rojos y no hacía más que rascárselos, estaba a punto de quedarse dormida.

—Daniela, ¿quieres que mami te cuente un cuento? —la niña asintió y la cogí en brazos para llevarla hasta su cama. Fui poniéndole el pijama, mientras le hablaba.

—¿Tú quieres mucho a María, verdad?

—Mami, ¿cuándo vendrá María a jugar?

—Cielo, María se ha ido —la niña me miró extrañada.

—¿Con Dani? —a la pequeña le encantaba Dani, siempre estaba haciéndole reír. La lanzaba por los aires, le hacía cosquillas, cantaba y bailaba con ella. Suspiré y sonreí. Quizá sería más fácil que lo entendiera de lo que yo pensaba.

—Sí, con Dani. Te voy a contar la historia de Dani y María —la niña me miró atenta, y de pronto pareció perder todo el sueño que tenía, yo nunca me inventaba cuentos para ella, no sabía hacerlo. Supongo que la pequeña pensó que por una vez que estaba inspirada para contarle un cuento que no iba a leerle, no podía quedarse dormida—. María y Dani se conocieron hace mucho, mucho tiempo… tú no habías nacido aún, ni siquiera estabas planeada. Cuando se conocieron, se volvieron muy felices, siempre estaban sonriendo.

—Y cantando y bailando, mami.

—Y cantando y bailando. Casi desde el primer instante María y él se volvieron inseparables. Dani vivía muy lejos, pero María iba siempre a verle y un día él se vino a vivir con ella, porque no le gustaba lo que sentía cuando se iba, se ponían muy tristes y se sentían solos. Desde el momento en que él vino aquí, yo no hubo más tristeza. Ellos siempre estaban muy, muy felices juntos y tenían un sueño. A María y a Dani les encantaba viajar y conocer a mucha gente nueva y paisajes muy bonitos, ¿te acuerdas de todas las fotos que nos enseñó María de su último viaje?

Más allá de los LímitesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora