La gran marcha

13 0 0
                                    

Ahora que había avivado sus recuerdos, el padre Armand parecía deseoso de contar su historia. Explicó que los hunos, como los otros bárbaros, guerreaban de una manera completamente distinta a como lo hacían los romanos, o mi pueblo, los francos. Los hunos atacaban todos juntos, a menudo lanzando flechas al acercarse y retirándose de repente. Las naciones de Europa, acostumbradas a formar en columnas e hileras, e incluso a lanzar retos personales, consideraban que esto era una aberración. No podían entender esa forma de guerrear. Los bárbaros no conquistaban territorios, no intentaban retener ni colonizar las ciudades que atacaban, se limitaban a destrozarlas y saquearlas, llevándose el botín a su campamento.

En esa época había dos imperios romanos, porque el gobierno había decidido que los territorios eran demasiado amplios para poder ser administrados de manera efectiva por una sola ciudad. Atila y los hunos iniciaron una serie de incursiones en el Imperio Romano de Oriente. 

La ciudad romana de Naiso fue borrada de la faz de la tierra. Los hunos devastaron el lugar de tal manera que cuando los embajadores romanos lo atravesaron para entrevistarse con Atila, tuvieron que acampar al otro lado del río, fuera de la ciudad. Las orillas estaban cubiertas por huesos humanos, y en la ciudad el hedor a muerte era tal, que impedía entrar en ella. Muchas ciudades europeas sufrirían pronto el mismo destino.

Los embajadores que los romanos enviaron a Atila, llevaban la intención oculta de asesinarle. De alguna forma, Atila se enteró del intento de acabar con su vida, y envió de vuelta al emperador al aterrorizado asesino, que llevaba en un saco atado al cuello el oro que había cobrado por su intento. 

Después de aquello, a los hunos no les resultó difícil convencer al Imperio Romano de Oriente de que empezara a pagarles tributo, y evitar así la invasión.

Atila El Huno: La HistoriaWhere stories live. Discover now