10: Mi realidad

923 96 15
                                    

Llevaba dos días en este extraño lugar. No había vuelto a cantar, ya que la última vez que lo intenté, me golpearon la jaula hasta que entendí que no debía hacerlo. La puerta estaba atorada para que lo la abriera. No habían renovado el maíz que me habían puesto para que comiera, no me habían puesto agua, ¿qué creían que bebería?

Estaba en un viejo palo oxidado, el único en esta fea jaula, y muy cerca del perro horroroso, al que ayer vi desgarrar viva a una rata que le dio su dueño. Fue lo peor, yo que creí que ya había sido testigo de todos los tipos de muertes para los animales a causa de los humanos, pero estos nunca tenían suficiente.

El perro ladraba y lo escuchaba casi sobre mi pequeño y sensible oído. Sentía un enorme vacío al ya no estar en la casa de Juan, ya no podría ver a Pikio, ni a Aurora. Estaba solo por completo, perdido en este mundo de ellos. Siempre lo había estado.

—¡Quién como ese loro, su vida solo consiste en estar ahí parado! —renegaba el tipo mientras bebía y bebía de ese líquido que los enloquecía a todos. Siempre lo hacía.

Si supiera que mi corta y frágil vida dependía de él ahora, de él y sus descuidos. Si supiera que me sentía vacío y odiado.

—¿Cuándo lo venden? —renegó una vieja—. Dijiste que tu amigo lo robó porque valía mucho dinero. Hazlo ya o se lo doy al perro, ¡haragán de pacotilla!

Un niño empezó a llorar y lo callaron a gritos. No me daba pena el niño, siempre venía a zarandear mi jaula... ¿Y para qué pensé en eso? Se puso de pie como si lo hubiera llamado y se vino a mí.

—¡Loro! —me sacudió—. ¡Loro, cae! ¡Cae!

—Déjalo, niño —le retó la señora, pero no hizo caso.

—¡Quiere jugar!

—Claro que no...

—¡SÍ QUIERE!

Continuó sacudiendo hasta que me hizo caer del palo. Abrió la jaula y me sacó de golpe, me puso sobre una escoba, de esas con las que limpiaban sus pisos, y la hizo girar. Pronto empecé a marearme porque, aparte de que no había comido, estaba girando demasiado de prisa, veía todo como rayitos de luz.

Salí disparado y caí. Lo único que fui capaz de escuchar, fue el fuerte ladrido del perro, muy cerca, así que me puse de pie muy atolondrado y brinqué lejos. El corazón ya se me salía del pecho por el miedo.

Escuché al niño correr hacia mí. ¿Era que acaso no me dejaría en paz?

—¡Deja a ese animal sucio! —gritó la vieja.

El niño me agarró y le mordí la mano.

Si algo había aprendido bien, era que ellos le temían a mi pico, más de lo que pensaba. Pero esta vez, hice mal en defenderme al parecer. El niño chilló y la mujer me mandó lejos de un escobazo. Me habían cortado nuevamente las plumas de las alas así que sólo reboté contra el duro concreto y me di contra la pared.

Encogí las patitas y me quedé ahí de costado con los ojos cerrados. Todo mi cuerpo dolía. No había sido necesario que me golpearan con eso, con solo apartarme les habría bastado. Pero, lo otro que había aprendido también, era que los humanos nunca se medían con sus excesos.

Pasaron minutos, o tal vez horas. El frío empezaba a sentirse. Iba a morir pronto, ya lo sabía, pero no quería que fuera de esta forma. Lamentablemente así iba a ser, desolado y vacío, sin amor. Sin nadie diciéndome que era bonito, sin nadie diciéndome que me quería.

Después de todo, sólo era un animal. Mi existencia en este mundo no era trascendental y no le importaba a nadie. Solo los humanos se preocupaban por ellos, el planeta era de ellos, y nosotros los animales en verdad sólo estorbábamos. Entonces, ¿por qué nacíamos?

—¡Oye! ¡El loro cuesta dinero, casi lo matas! —reclamó el amigo del que me robó.

Me tomó sin cuidado y me guardó de nuevo en la jaula. Marcó un número en su celular. Aquel aparato que me llamaba mucho la atención en la casa de Juan, y me gustaba acercarme cauteloso a darle mordidas y escuchar los ruiditos que hacía cuando activaba algo, mientras daba brincos contento. Ahora lo veía sin gracia.

—¿Sí, conseguiste? Genial —Colgó y vio a la vieja—. ¿Ya vez? El flaco ha conseguido un tipo interesado en comprar aves raras para venderlo.

Agarró mi jaula sin cuidado y me llevó a la calle. Caminó unas cuantas cuadras mientras algunas personas se acercaban a querer mirarme, o preguntar lo de siempre: «¿habla?», al parecer esa era la función que debí ejercer para que me fuera bien en su mundo. Nadie se percataba de mi estado real, solo querían que les diera un show.

Alguien al fin mencionó que parecía estar enfermo, ya que estaba tendido en el suelo de la jaula, pero el sujeto siguió de largo. Llegamos a la casa de su amigo el ladrón.

—¿Qué demonios le has hecho? —reclamó al verme.

—Mordió al Boris. Vamos a ver al tipo ese de una vez antes de que este bicho se muera.

Me pusieron con todo y jaula en el asiento trasero de un auto y partimos. En el camino compraron algo para beber, aparte de lo de siempre, y yo moría de sed. Juan siempre me había invitado de los jugos que preparaba, siempre me daba de probar la mayoría de cosas que yo le indicaba que quería. Había sido feliz al menos un corto tiempo.

Estaba decidido a darles mi cariño a los humanos si ellos me trataban bonito. Pero no pudo ser así.

Llegamos a un lugar lleno de aves mal trechas y descuidadas, yo no pintaba mejor, claro.

—¿Esa cosa? —dijo el sujeto y agarró mi jaula—. Un chirricles. Pero mira el mal estado en el que está.

Ya casi no podía mantenerme en pie. Mis plumas estaban un poco erizadas y me sentía muy mal. Seguía en el suelo de mi jaula, tambaleándome.

—Sólo le ha caído algo mal al estómago...

—¿Le han dado de comer al menos? —Me dejó a un lado—. Lo siento, éste no me va a durar el viaje.

—¡Ah, vamos! Le bajamos el precio.

—Déjalo ya. Sólo es un bicho, conseguiremos otro.

Se dieron empujones porque no recibirían su dinero por mí. Me tomaron y salimos.

—¿Ya vez?

—Bueno, ¿y ahora qué?

—Ya se va a morir así que da igual. Juan ha ido a buscarme y exigir que se lo devuelva pero le dije que ya no lo tenía. No voy a ir y decirle: «oye, aquí lo tengo otra vez», no. Tengo un orgullo que defender.

—No lo voy a tener yo. Debo alimentar a mi perro.

—Mátalo entonces, o déjalo morir, igual es. No va a durar.

No entendía por qué yo no era importante. En los hogares que había estado, más consideraban a ciertos animales, como perros o gatos. Pero yo no.

¿Quéle costaba devolverme? No se iba a morir como yo. Pero estaba de más, aquínadie me tenía pena. 


Este soy YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora