Un extraño que se adentra en una casa por la ventana no se merece que le preste un pañuelo.

Aunque como la sangre empiece a gotear por el suelo me va a tocar a mí limpiarla.

En fin.

Intento concentrarme y un pañuelo blanco viene hasta mí desde una de las habitaciones. Se lo tiendo en silencio y él me devuelve una sonrisa.

- Gracias - hace una floritura a modo de reverencia. - Todavía no sé tu nombre.

- Ni falta que hace.

Llegamos a la sala de lectura y se desparrama cuan largo es entre los cojines.

Barajeo sin quitarle la vista de encima.

Él tiene la vista fijada en mis manos, que mezclan las cartas.

Las noto vibrar en entre mis dedos.

Corto el mazo y saco tres.

Él, sin mediar palabra, señala una de ellas.

Le doy la vuelta

- La muerte.

Noto un nudo en la garganta.

- Vaya, qué casualidad.

Está siendo sarcástico. Se nota en su forma de sonreír.

No le llega a los ojos.

Seguimos con la segunda.

- El hombre colgado.

El humor que desprendía su sonrisa muda en una mueca.

Su piel, ya de por sí clara, parece blanquearse aún más.

- Suficiente. Gracias, señorita sin nombre.

Se levanta y yo lo sigo.

- Conozco el camino a la puerta.

- No voy a dejar a un ladrón suelto en mi tienda.

- Chica lista.

Se va sin despedirse, cerrando la puerta tras de sí.

Vuelvo a la sala y levanto la tercera carta.

Se supone que no debería. Intimidad del cliente y todo eso.

Pero... venga ya.

¿Los amantes? ¿En serio?

- Muy graciosas - Les digo a las cartas. - Me meo de la risa.


* * * * *


A la mañana siguiente decido salir a tomar un poco el aire, no por nada, pero lo cierto es que necesito despejarme un poco después de los acontecimientos de anoche.

Hoy tengo una cita cuando se ponga el sol, y creo que lo mejor es estar preparada.

Parece que Asra tiene una conexión con el tal Devorak al que debo encontrar para que finalmente cumpla su condena. No obstante, no tengo ni idea de dónde puede estar ahora mismo mi maestro, por lo que es prácticamente imposible comunicarme con él y plantearle todas mis dudas.

En fin.

Esta vez, antes de salir me aseguro de echar los dos cerrojos que tenemos en la puerta, incluso murmuro un hechizo de protección... por si acaso.

El ambiente del mercado aleja toda sombra de mi cabeza.

Me encanta, es algo que se ha perdido en mi presente, salvo esas ocasiones en las que se celebran mercadillos en determinadas festividades.

El olor del pan recién hecho y la carne especiada tostándose en las brasas.

La gente que habla y cotillea sin parar.

Los atuendos coloridos, los chales dorados.

Y la música de los danzantes ambulantes que me encuentro casi en cada esquina.

Estoy tan ensimismada que choco con alguien.

- ¡Eh, cuidado!

Me increpa una chica de pelo cobrizo y rostro cubierto de pecas.

Lleva una cesta de manzanas que ahora ruedan libremente por el mercado.

- Disculpa, permíteme que te ayude.

La chica parece tener mi edad, lleva un atuendo sencillo compuesto por una blusa y pantalones bombachos. Cuando ve mi disposición, su rostro se relaja y una sonrisa ilumina sus ojos claros.

- No voy a ser yo quien te lo impida.

Entre las dos recuperamos su botín.

- Lo siento mucho.

- No te preocupes, ya está arreglado. - me guiña un ojo y me tiende una manzana.- Para ti, una manzana al día mantiene al médico en la lejanía.

- ¿Qué?

Se ha ido agitando sus caderas y sus rizos.

Definitivamente, hoy no es mi día.

Lo termino de confirmar cuando me chocó con otra persona a la entrada de la tienda.

Un hombre grande, vestido con harapos.

En torno a su cuello... ¿eso es una cadena?

- Disculpe, ¿puedo ayudarle? Mi maestro no está pero si...

- No, no.

Se da la vuelta y deshace su camino.

Mi primer impulso es intentar detenerlo, pero pensándolo mejor... La gente con ese aspecto es peligrosa, y yo ya he tenido bastantes emociones por ahora.

Tengo el resto de la tarde libre para relajarme y elaborar posibles excusas para la condesa y su misión, practicar un poco de magia y disfrutar de la acidez de la manzana que me ha regalado la desconocida de las pecas.

Pero, cómo no, una no puede relajarse y dedicarse a una misma sin que la molesten, en este caso, un mensajero por parte de Nadia.

Nuestra cita sigue en pie, por supuesto, pero me toca ir sola al palacio.

Menos presión y la posibilidad de rajarme en el último momento.

Aunque viendo su determinación, me creo que sea capaz de ponerle precio a mi cabeza.

Así, con el Doctor Devorak, ya seríamos dos.

Me pregunto cuál más valioso.

Enough [Julian Devorak, The Arcana]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora