Capítulo 24

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¡Que disfrutéis bellas y hermosas florecillas!

—Carl —mencioné en voz alta llamando la atención de mi chofer que pareció asentir como respuesta—

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—Carl —mencioné en voz alta llamando la atención de mi chofer que pareció asentir como respuesta—. Conduce sin rumbo fijo hasta que te lo diga. Necesito pensar.

—Por supuesto alteza.

Agradecía la falta de comentarios por su parte, esa profesionalidad característica que me hacía despreocuparme por lo que pudiera o no pensar tanto de lo acontecido hasta el momento, ya que resultaba demasiado evidente lo que allí había pasado a juzgar por mi aspecto y el ruido que desde luego debió haber escuchado, pero sabía que Carl era la prudencia personificada y jamás haría un solo comentario fuera de lugar, aunque en aquel momento no me importaba lo que mi chofer pudiera o no pensar, sino en mi situación con la que era mi esposa.

Esa mujer me había llevado al límite de mi propio control como nunca antes había ocurrido y no solo eso, sino que había traspasado dicho límite y se había expandido por cada cédula de mi ser provocando un autentico aluvión de sentimientos encontrados; la deseaba, la anhelaba, la necesitaba... ella sencillamente me embriagaba y por eso iba a ser mía.

Basta de culpas, basta de resentimiento hacia mi mismo y a la mierda cualquier duda; la quería para mi, y por si eso no era suficiente... era legalmente mi esposa, algo que en aquel momento me suponía más un placer que un inconveniente.

«Ella me gustaba de verdad»

Celeste había sido la primera mujer que no se había interesado por lo que representaba mi cargo o el dinero que tenía en mi cuenta corriente, ella aspiraba a pretensiones, ni tan siquiera había intentado abusar de su condición siendo mi esposa para conseguir algo cuando bien podría hacerlo... tal vez era esa sincera honestidad la que abrumaba mis sentidos, eso y sin duda... la frescura que representaba cada gesto, acción o palabra que salía de sus labios.

¡Dios!, ¡Si es que me tenía abducido con sus encantos!

Me moría de ganas por tenerla bajo mi cuerpo, sintiéndola estremecerse entre mis brazos mientras era verdaderamente mía.

Aquella noche iba a ser larga, demasiado larga sin ella y más teniendo en cuenta que no pensaba dar ni un solo paso atrás. Cerré los ojos recostándome hacia atrás y sonreí mientras recordaba los instantes que había vivido hacía escasos momentos sobre el asiento en el que me encontraba, como la había tenido en mi regazo, sentada sobre mi mientras le brindaba placer y ella se retorcía gimiendo entre sollozos... estaba absolutamente preciosa, radiante e increíblemente bella.

Necesitaba decírselo y sobre todo tener una mejor despedida que la que habíamos tenido dadas las circunstancias. Tenía la necesidad de que todo estuviera bien con ella y hacerle saber que no pensaba cambiar de opinión, es más... ahora que sabía que me deseaba, nada me frenaría.

Saqué el teléfono del bolsillo interior de la chaqueta y busqué su número para enviarle un mensaje. Sería el primero que le enviaría, así que quise que fuera especial y enviárselo en su idioma, por tanto no podía decir demasiado, por lo que fui breve al no dominar demasiado el idioma.

El Príncipe Perfecto Where stories live. Discover now