SEPTIEMBRE - 1

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Cuando Mariana llegó al Hogar Los Rosales por primera vez, reinaba la desgracia, la tristeza, la indignidad... En resumen, todo lo malo. Pero ella vino para empezar a cambiarlo todo.

Mariana era la hija de uno de los dos dueños del Hogar: Agustín Torres. Agustín Torres se había casado en España, y dos años después del nacimiento de su primera hija se había mudado a la India por un negocio de telas. A pesar de todo se interesaba por el Hogar, llamaba casi todos los días. Agustín había perdido a su hija pequeña y a su mujer debido a una enfermedad que se había expandido en la India. Gracias a Dios, él había podido vacunarse a tiempo, y también a su hija mayor. Desde entonces, los dos habían vivido solos en una enorme casa en la capital de la India.

Pero esa vez, con esa llamada de su hermano, había llegado el momento de regresar a Madrid. El Hogar que ambos dirigían tenía un problemita: la mayor parte de los chicos se habían ido marchando al cumplir la mayoría de edad, y actualmente solo quedaban seis chicos. La única opción para salvar al hogar de aquella desgracia, era hablar conjuntamente con el Juzgado de Menores y resolver la situación.

Roberto Torres no había prestado demasiada atención al tema, puesto que el Hogar siempre le había importando más bien poco. Tan solo era una buena imagen que daba ante los ojos de los vecinos y conocidos. Pero Agustín quería cumplir con la promesa que le había hecho a su padre, el señor José María Torres, antes de morir. Él había sido el auténtico fundador del Hogar, y al enfermar de cáncer y saber que solo le quedaban un par de meses de vida, les había dicho a sus hijos dos cosas: que le recordasen en la alegría y que por ningún motivo cerraran el Hogar.

Pero al ser Agustín el único que parecía interesado en el tema, tenía que recorrer millones de kilómetros para llegar a Madrid y poder salvar al Hogar Los Rosales de la ruina. En ese Hogar había crecido, había conocido a su mujer: Helena y había pasado los últimos momentos junto a su padre. Era un lugar con un gran valor sentimental para él, y al realizar unas obras tan hermosas en el Hogar, era muy importante. Además, muchos de los nenes que actualmente estaban en el Hogar llevaban mucho tiempo allí, y cambiarlos de la noche a la mañana podría traer más problemas aún.

La única solución era, regresar a Madrid. Y que el propio Agustín arreglara las cosas en el Juzgado de Menores con los jueces correspondientes.

De ahí que él y su hija subieran al mismo barco en el que hace años llegaron a la India. Mariana estaba feliz, regresaba a España, la tierra de su familia y el lugar en el que había nacido.

Sobre las 12 de la primera noche de viaje, salió al balcón y agarró el medallón que había heredado de su madre cuando esta había fallecido.

—Papá y yo volvemos al lugar donde él te conoció, el lugar en el que nací... Tengo unas ganas inmensas de volver a verlo —esbozó una sonrisa—. No me acuerdo de nada... Pero papi siempre dice que es precioso... Y el primo Jaime también me lo ha dicho. Aunque por una parte me cuesta volver allí, te veré por todos los lados mientras que esté en el Hogar. Ayudame mami a que cada vez que te recuerde sonría... Ayudame a no estar triste. Cuidame desde el cielo —dijo mientras sus ojitos marrones enormes se dirigían al cielo—. Tú también Ginebra, cuidame desde el cielo. Las amo a las dos.

Después de haber dirigido la plegaria a su madre, la joven entró de nuevo en el camarote y se metió en la cama:

—E igual que vos encontraste a papá en el Hogar, a mí también me gustaría encontrar el amor en este viaje... —se dio vuelta en el colchón arropada por las abrigadas colchas de seda de aquel lujoso barco y miró a su padre, acostado en la cama de al lado—. Y para ti papá, felices sueños y buenas noches.

Chiquititas: Los RosalesWhere stories live. Discover now