ROSA NEGRA

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15 octubre de 2018


Le agradezco al lector los minutos que robo para satisfacerle la imaginación, espero les quite el sueño, les provoque miedo y sobre todo el deseo de leer más de mis cuentos. Espero de verdad que puedan dar su opinión.



La rosa negra.

En realidad, nadie supo exactamente cuando había sucedido, no era tan importante aquel dato, como lo era en realidad el escándalo que había desatado en aquella imperturbable villa sueca al norte de Estocolmo.

Su nombre era Ágata, una mujer entrada en los cuarenta, de sonrisa extensa, cabellera rubia y regordeta figura. Ágata heredó un comercio familiar de flores, ubicado en el circundante centro de la villa; una plaza, la cual tenía un pintoresco rostro de antigüedad y calidez. Junto a su establecimiento estaba un sastre, más a la derecha el panadero con la carnicería a su lado, a la izquierda una barbería donde inexplicablemente siempre había un ambiente sofocado, tal vez debido a la humedad que originaban las labores de limpieza en los clientes. Adyacentes estaban otros tantos, y como todos ahí ya sabían, en su centro estaba la vieja fuente de concreto adornando toda la plaza; pero la florería de Ágata, ese sí que era un adorno. Lleno de petunias, gardenias, margaritas, alcatraces y rosas, entre otras bellezas. El único comercio respetable con más de tres generaciones. Su tatarabuelo llegó en una carreta hacia como cien años atrás, junto con otros escasos pobladores provinciales, que, con deseos de olvidar sus viajes nómadas, comenzaron lo que era ahora la plaza central, junto con su calle principal, la calle Wellmer. Fundando así la villa Margoberg.

Después de años de trabajo en la fabricación de botas artesanales, el bisabuelo de Ágata (hijo del fundador) pensó que las flores serian un mejor negocio, comenzó con una inversión moderada y luego un jardín propio donde se hubo encargado sus últimos días en el cuidado de esté. Los años pasaron y mejoraron el aspecto de las calles y viviendas cuando James, el padre de Ágata, se lo heredo por fin a la primera mujer. En realidad, era un trabajo del que disfrutaba, dado que se consideraba una mujer pasiva y aquel negocio se anclaba perfectamente a su personalidad. Vivía sola, pero nada aburrida, pues su principal ocupación era, igual que su bisabuelo antes que ella, el cuidado escrupuloso de un jardín que ella misma había mejorado y agrandando, adaptando pequeños canales y una vasta parcela a su patio trasero, misma que afluía hacia el extenso bosque.

Un día al término de sus labores, caminaba hacia su casa que se encontraba al fondo de una calle sedentaria, unas cuantas cuadras de su tienda; pensó en que sería interesante darles un giro inesperado a sus clientes más recurrentes, una novedad; no es que hubieran bajado las ventas pero la mujer quería refrescar la imagen de su tienda, considerando el valioso bosque que tenía enfrente, tan prometedor, no perdió oportunidad.

Tomó sus utensilios de jardinería y llevando consigo su erudición floral, se internó en el boscaje a primera hora de la mañana. Al cabo de las horas y no haber encontrado nada interesante que recolectar, la confianza de la tenaz mujer se vio frustrada al rechazo de la naturaleza, hasta que unos metros más de pies cansados, en medio de un claro silvestre, encontró el oro que buscaba. Era un rosal de peculiar aspecto que se mantenía erguido y frondoso, cuya flor completamente negra, abría capullos enormes, perfectos, a la luz del sol. Su belleza no se comparaba con ninguna rosa que hubiese visto antes en su vida. La curiosa mujer que yacía boquiabierta, no tardo en sacar unas tijeras cortando el tallo azul oscuro sin espinas de su cepa; la admiró un momento, la acerco a su nariz respingada para olisquear su aroma, pero de aquel perfume no hubo nada. Aspiro más fuerte por si el perfume estaba en el centro de su belleza, pero tampoco hubo respuesta olfativa, - dio a la flor una mirada de extrañeza- pero sin darle mayor interés, la mujer corto más rosas hasta formar un bello ramo y llevárselo para de esa manera lucirlo en su florería.

Esa noche, recostada en su bañera, aliviada de su reciente descubrimiento, cerro los ojos sosteniendo su copa de vino; pensando en la recompensa económica llenando sus bolsillos. Dispuesta a seguir su plan, se fue a dormir, sin presentir mínimamente la horrida raíz de aquella exótica flor.

Al día siguiente ya pasada la tarde, Ágata no podía creer las decenas de pedidos que tenía, todos eufóricos catalogando a la nueva adquisición como "increíble", sin mencionar una atracción por poseer aquel milagro de la botánica. Para la afortunada comerciante no había más remedio que regresar al bosque dispuesta a apoderarse de todas las flores.

Quince días habían pasado, seguían los pedidos, y aún más alucinante era ver que no había sido afectada la rosa negra en todos esos días, su vitalidad no se marchitaba en comparación con las rojas, las blancas o las amarillas, más aún de su tallo sumergido en agua, se liberaba un líquido rojo sanguinolento que pronto lleno el vaso y de los delicados pétalos desprendía al fin un olor fétido, nauseabundo. La veterana no dudo en deshacerse de ella a pesar de su aspecto vigoroso y comenzó a pensar en las irremediables quejas que se aproximaban. Temerosa de las consecuencias, esa misma noche retorno al claro con una pala para extraer de raíz el rosal, con la esperanza de llevarlo a casa, plantarlo en su jardín para que recibiera los cuidados propios de una florista.

Esa noche fue una de las peores en Margoberg, estaba lleno de ventiscas que le hicieron la tarea aún más difícil a la pobre mujer que se perdió buscando el rosal. Después de horas sin sentido, en la oscuridad llena de sombras que su linterna provocaba entre los troncos de los árboles, su búsqueda termino al reencontrarlo. De inmediato se entregó a su propósito y escarbó, no encontraba las raíces de la planta, siguió escarbando, estaban demasiado profundas, la pala era ahora un estorbo, utilizo sus manos como herramientas, desesperadas rascaban insistentes, hasta que los encontró.

Decenas de brazos, ojos, cabezas con las lenguas podridas, algunas calaveras, torsos de humanos sin intestinos, un caldo de tierra ensangrentada que le termino ensuciando la cara, horrorizada dejo escapar un grito ahogado que se disipo en la negrura de los árboles.

Sus manos rojas ya no buscaban las raíces, solo buscaban salir de ahí, a tropiezos y caídas Ágata logro salir de aquel agujero de cadáveres que la abrazaban como si quisieran pudrirse con ella en vida, en su inocencia nunca imagino que la pureza de aquella flor nacía de la podredumbre de aquel campo maldito. Corrió, corrió sin quitarse de la mente aquella siniestra escena, pero tropezó con su propia pala, el terreno pantanoso que ella misma había removido se convirtió en arenas movedizas, que la hundieron en sus forcejos por salir.

Comenzaron los truenos que rugían en el cielo silenciando sus gritos, si hubiera salido con vida de aquella horrible escena, nos hubiera contado que juro ver unas manos gelatinosas con carne verde en los dedos jalándola de las piernas, las mandíbulas de las calaveras abrirse y cerrarse y que al hundirse en aquel pozo pestilente las tierras se cerraban lentamente como si quisieran enterrarla. La tierra entro en su boca, sintió el sabor a muerte, su garganta escupía, pero la tierra se metió en sus pulmones y de pronto un cráneo con ojos hechos dos claras de huevos colgando se acercó a su cara diciendo:

-VEN Y DISFRUTA AQUÍ CON TUS ANTEPASADOS...-

A la mañana siguiente sus clientes solo vieron su florería con el letrero "cerrado" por varias semanas, investigaron, iniciaron una búsqueda por el bosque, pero no se supo de Ágata nunca más.


P.S. Hernández

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⏰ Last updated: Apr 08, 2019 ⏰

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