I. Piloto

27 0 0
                                    

Como cualquier día, emprendí camino a mi restaurante favorito: San Martín. Siempre he sido fan de las tardes sentada en mi butaca favorita, con mi té de menta, mi libro de temporada y los palitos de cortesía que me dan cada que llego. A fin de cuentas, se siente como si fuera la dueña del lugar, todos me conocen, desde los policías de la entrada, hasta los meseros de cualquier turno. Pero, esta tarde era diferente, había quedado con mi mejor amiga en reunirnos a compartir unos que otros chismes de los que no habíamos podido ponernos al día la última semana. Parqueé mi carro, y luego de ser bienvenida por Juan, el policía, terminé de arreglar mi maquillaje, podía hacer muchas cosas a la vez, pero cuando se trata de finalizar el delineado de un ojo... Dios, solamente te vuelves la más inútil de la vida.

Antes de bajarme del carro, le envié un Whatsapp a Catalina, mi mejor amiga. Hacíamos el dúo perfecto, tanto que una terminaba la frase de la otra en algunas ocasiones. Su respuesta fue inmediata, indicando que en cinco minutos estaría llegando al lugar, no sabía si la que siempre llegaba antes era yo, o si la gente era demasiado impuntual. Comencé a caminar hacia la entrada, podía oler ese aroma a pastelillos recién hechos, y no es que siempre los comiera, pero me sentía en casa.

-Buenos día, Magdalena- saludé a la cajera del restaurante con un beso y un abrazo.

-Hermosa, ¿Cómo has estado?- devolvió los gestos de cariño.

-Mucho mejor, ahora que vine a mi segundo hogar- reí con sinceridad.

Posterior a saludar con beso y abrazo a cada uno de los trabajadores de San Martín, procedí a sentarme en la misma mesa de siempre, con vista al panorama, y pidiendo el té de siempre. Comencé a leer mi libro favorito por tercera vez, siempre que volvía a leerlo aprendía algo nuevo, me sumergí tanto que mis oídos bloquearon los ruidos que había a mi alrededor. Me encontraba en una paz... hasta que.

-¡BUH!

-¡Cataaaa!- pegué un brincó del susto.

-¡Ay! ¿No lo veías venir?- rió fuerte.

-No- bufé- estaba concentrada.

Después de su pequeña broma, y mi pequeño infarto, pedimos la carta. Aunque no era necesario, ambas pedíamos siempre el mismo platillo y lo compartíamos, y así guardar espacio para el postre.

-Entonces...

-¿Entonces?- contesté confundida.

-¿Cuándo regresa Santiago?- puso los brazos sobre la mesa, su interés me parecía raro, pero no le tomé importancia.

-Hoy, por la noche.

-¿Irás a traerlo?

-No...- hice una pausa, nunca me preguntaba este tipo de cosas. -¿Estás ocultando algo?- levanté una ceja.

Rió tan fuerte como pudo, antes de darme un golpe con su puño en mi hombro. -¿Estás loca, Ale?

-¿Entonces por qué me preguntas si voy a traerlo?- seguí bromeando con seriedad.

-Nooooo, ¿Es en serio? ¿Crees que me gusta Santiago?- bufó a los tres segundos y rió aún más fuerte. -Definitivamente leer mucho te ha vuelto loca...

Cuando noté que no le parecía gracioso y realmente creía que yo pensaba que estaba enamorada de Santiago, decidí que era momento de acabar mi plan malévolo, y comencé a reír.

-¡Jah! Eres una idiota, ¿Lo sabías?- dio un golpe a la pared.

-Lo siento, quería molestarte un rato...

Hizo burla a mi frase y tomó su celular para poder ignorarme un poco, pero no funcionó, a los cinco minutos ya me estaba contando de su nuevo enamorado de Francia.

Me enamoré de su mejor amigo.Where stories live. Discover now