Prólogo.

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Me siento frente a él detrás de la barra del mostrador. Coloco mis manos frente a las suyas y respiro hondo mientras planeo la oleada de palabras que utilizaré para hacer mi confesión. Él juguetea un poco con sus pulgares, moviéndolos en círculos en un hábil ejercicio para relajar los músculos. No soy capaz de verlo, pero su actitud me hace creer que se lo está tomando como juego.

Miro a mi cuñado por el rabillo del ojo; no puede contener su sonrisa y el brillo travieso de sus ojos cuando se da cuenta de mis nervios. Tiene puesto el trapo rojo de limpiar encima del hombro y se encuentra cruzado de brazos recargado en la pared de la cocina. Tiene esa expresión triunfante en el rostro cuando me vuelvo completamente hacía él, con los ojos entornados y la boca cerrada en una línea dura y firme.

—Comencemos—.dice Darío, atrayendo mi rostro al suyo. Toma mis manos entre las suyas y sonríe ampliamente, aventándome al precipicio de la locura y el amor con esa muestra de confianza.

Con el corazón galopando salvajemente dentro de mi caja torácica, respiro más profundo y lo miro, esperando a que las palabras salgan por si solas.

—Me....me gustas—.confieso, atragantándome.

Él me da un apretón de manos con singular cercanía, yéndose hacia atrás, pero sin soltarme, mientras analiza la situación. Cuando parece saber que responder, se acerca a mí, tanto, que puedo oler el aroma a menta de su aliento.

—Lo sé—.susurra, complacido—Pero tendrás que disculparme, porque no siento lo mismo. 

Dame una señal.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant