Hoseok estaba conduciendo entre las calles de Seúl, se sentía agotado, solo quería llegar a su departamento y abrazar a su perro Mickey, después de todo desde que inició con su carrera se había vuelto un poco solitario.
A veces miraba películas en su tiempo libre, le parecía bonito cuando el hombre trabajaba y llegando a casa había alguien esperándolo. Su perro movía la cola y daba muchos saltitos ¿Eso debía ser suficiente no?
Tocaron la puerta, estaba acostado en el sofá tomando un café. A lo mejor era su madre, debía a pararse y abrirle.
Sus ojos casi salían de sus cuencas cuando vio a Jin sudando e intentando recuperar la respiración, sus ojos estaban llenos de lágrimas y lo primero que hizo fue abrazarle y acurrucarse en el pecho de Hoseok.
—Hola Jin —dijo con un toque de extrañeza y diversión intentando disimular la sorpresa del momento.
—Me encontré a tu hermana y me dijo que ya estabas de vuelta desde hace meses, me sentí tan idiota por que te estuve esperando desde el día en que partiste y al parecer fui el último en enterarme de tu regreso. Perdón, perdón, perdón... —Hoseok estaba paralizado, por que si no mal recordaba Jin ni siquiera estuvo el día de su vuelo.
—No entiendo nada —dijo riéndose, estaba tocando con delicadeza el castaño cabello del mayor, estaba tan suave que el roce se había vuelto adictivo para él—. ¿Como sabes que día partí? No estuviste presente.
—Si lo estuve —alzó la mirada, al fin aquellos ojos avellana se encontraban con los brillantes de Hoseok—. Siempre intente estar cerca pero al parecer el incompetente siempre fui yo.
—Tenemos toda la noche y puedo escucharte —dijo amable invitándolo a pasar.
Cuando Jin término de hablar Hoseok se sentía afortunado, vaya quien diría que el mayor siempre lo había mirado.
Estaba tan centrado que no se dio cuenta que Jin literalmente estaba a escasos centímetros de él.
—Dejame estar contigo, quiero compensar todo ese tiempo, se que tu siempre querías estar conmigo pero, lo siento, no pensé bien mis actos.
Podía sentir al aliento cálido de Jin en su rostro, le estaba dando besos en la cara, sin importarle donde cayeran. Sentía un cosquilleo cada que rozaba su frente o sus mejillas, incluso podía decir que su nariz se sentía celosa pues era el lugar que menos atención recibía por los labios del mayor.
—Hoseok, eres malditamente perfecto, sabía que llegarías lejos, yo siempre le pedía a Dios por que te enseñara el buen camino y triunfaras —estaba hablando casi sobre los labios del menor—. Después de todo amar es confiar y desearle lo mejor a esa persona que tanto te hace feliz ¿No?
Sus ojos estaban llorosos, fue un beso húmedo. Le daría pena admitir en el futuro que su primer beso fue a los veintitrés pero que más daba Jin tenía veinticinco y pasaba por la misma situación.
Sentir la humedad de los labios, su tacto tan suave moviéndose y envolviéndolo en miles de sensaciones, su lengua contorneado su boca, sentir su cuerpo tan cerca.
—Jin ¿puedes mirarme? —pregunto cuando se separaron por la falta de aire.
—Mis ojos siempre estuvieron puestos en ti y así seguirá siendo.
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