Prólogo: Con demasiado poco

93 7 2
                                    

Imaginaba cuán dura debió haber sido para Adán y Eva la tentación de la manzana. Al fin y al cabo, ellos vivían en el paraíso. En el lugar más maravilloso del mundo. Allá donde todo abundaba y nada faltaba. Debido a un mísero error, una ignorante traición, tan simple como insignificante, habían visto desaparecer todo aquello que contemplaban con estima. La rabia de Dios se había llevado su razón para existir de un plumazo. Con una sola palabra ambos, habían visto su mundo perfecto fuera de su alcance. Aquel mísero error les había hecho perder aquello amado; un solo fallo, que tanto había complicado las cosas. No obstante, la promesa de aquella manzana protegida por aquellos ojos de pecado les había parecido merecedora de sacrificar, en una apuesta ahora perdida, aquello que tenían. Cualquiera podría pensar que fue un error sacrificarlo todo por aquel sentimiento, mas, con sinceridad: ¿quién podría culparles?

Hubo un momento, unos pocos segundos, una reacción química rápida y resolutiva; eso decidió su futuro. Un simple gesto que, sin pensarlo demasiado, transformó el miedo al arrepentimiento o perdón en una realidad. Sin embargo, no podían evitar darle vueltas a aquella idea. Ellos habían cometido un error, sin duda, debían ser castigados. El gran señor de los cielos había prohibido aquella fruta por encima de todo lo que crecía en el hermoso jardín del Edén, tierra de ambrosía y pureza que debieron dejar atrás. ¿Cómo? ¿Cómo podía uno siquiera llegar a pensar en arriesgar aquel vergel por un simple capricho? Podía juzgar, aunque muy en el fondo entendía la lujuria y la gula de conocimiento de aquellos dos radiantes pináculos de la humanidad.

El Edén, paraíso terrenal, estaba a su alcance, pero no era suficiente. Necesitaban saber más, conocer, desear, experimentar, comprobar. Al fin y al cabo, si Dios era todopoderoso, om conocedor de todo pasado, presente y futuro, ¿a qué venía esa orden? ¿Era aquella manzana su obra? ¿Por qué la había dejado así? ¿Había sido una prueba? ¿Con qué propósito? ¿No conocía Él todos los resultados posibles de lo que ambos harían? ¿No lo tenía todo él bajo control? ¿Por qué probar a aquellas almas cuando ya conocía de sobras la respuesta que darían? Vanidad era la única palabra que me venía a la mente. ¿Quería probarse a sí mismo? Quizás quisiera demostrar la imperfección de su propia y supuesta perfecta creación. Nada tenía sentido. Lo único que yo veía era la razón de ambos corazones al decidir apostar. ¿Si la fruta estaba allí, a su alcance, por qué no podían cogerla? Imagino que, durante los segundos que sus decisiones tomaron lugar, aquel había sido su razonamiento. Una obsesión por conocer, el amor por saber.

No todo el mundo entiende el amor de la misma manera. Y es cierto que, a veces, para algunos el amor es tan fuerte que es incapaz de hacerlo salir de su ser. A veces, el amor por las cosas que uno persigue se hace demasiado grande y ocupa el espacio que debería estar reservado a todo lo demás. Es ese amor lo que nos hace seguir adelante, aunque todo se haya perdido. El amor que alienta sin importar los obstáculos que puedan interponerse en el camino. Ese sentimiento llega a tornarse una obsesión que, sin comedida mesura, acaba por destruir lo poco que queda de nosotros. ¿Quién podría juzgar su intento de volver a recuperar lo perdido?

Lo tuvieron a su alcance y, tras su prueba y su error, lo perdieron todo. No podían hacer sino una cosa: recuperarlo. No importaba cómo, no importaba la razón, ni qué tuvieran que sacrificar, debían volver; recuperar lo que una vez les perteneció, lo que una vez amaron. La oportunidad que fue suya.

Sus ojos volverían a ver aquel hermoso color verde, pero todavía faltaba tiempo para aquello. Había muchas cosas que sacrificar y muchos errores que ni el fuego conseguiría borrar.

La casa de escamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora