19. Amargo, como el vino del exiliado, así estoy yo sin ti

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Dio un sorbo del caliente líquido oscuro.

Empezó a estudiar medicina por una extraña vocación que había nacido cuando tenía trece años, en un principio había pensado especializarse en cardiología. Sin embargo, durante uno de los primeros episodio de Mitzuki en que los doctores no pudieron darle ninguna explicación, decidió ser neurólogo, debía encontrar la cura de esa horrible enfermedad a como dé lugar.

Las enfermeras se pusieron inquietas de repente, se paseaban por todas partes cuchucheando como hormigas sin rumbo, mientras una alarma solo para doctores retumbaba en los oídos de Kes.

Había escuchado demasiadas veces esa alarma, se levantó precipitado dejando caer la taza de plástico y corrió como poseído por los largos y blanquecinos pasillos. Al llegar a la habitación trecientos treinta y seis, las enfermeras no lo dejaron entrar y aunque ya lo había visto más de mil veces durante los últimos cuatro años, nunca se acostumbraría a esto.

Su madre convulsionaba, volteando los ojos y gritando frases, palabras incoherente. Las enfermeras y un doctor luchaban con ella para poder sedarla, pero sus violentos movimientos les impedían adentrar la jeringa en su carne. Kes se sintió desfallecer cuando los oscuros ojos de su madre se cruzaron con los suyos y ella gritó, quizá trató de decirle algo que su enredada lengua no le permitía. Momentos después quedó rígida y una enfermera aprovechó para pincharla con la aguja y dormirla.

Solo cuando el silencio reinó nuevamente Kes pudo entrar.

—Deberías ir a descansar —le aconsejó el doctor— por esta noche ha sido todo.

—¡No! —contestó él—, me quedaré con ella.

—Como desees. —El cuarto quedó vacío, al igual que la madre que yacía en esa cama.

A la mañana siguiente, Kes se despidió de ella con un beso en la frente, no sin antes dejarle flores frescas en un jarrón. Fue directo a la universidad, otro día empezaba y su vida tenía que continuar. El muchacho de castaños ojos era muy práctico y sensato, trataba de mantener un ritmo normal de vida porque sabía que así lo hubiera querido su madre, además de que cuando ella empezara a recuperarse, quería tener cosas nuevas que contarle.

Condujo su auto hasta el estacionamiento del campus, donde salió con su mochila y fue a donde normalmente se reunía con Ryuu a esa hora de la mañana.

—Tienes que dejar esa mala vida —dijo Ryuu sólo de verlo—, va a matarte amigo.

—¡Bah! Un poco de alcohol y mujeres no le hacen daño a nadie.

—Si te sigues desvelando así por fiestas, vas a terminar tu especialidad en veinte años.

—¿Qué te puedo decir? —dijo Kes divertido—. Soy incorregible.

—¿Qué diría tu madre de esto?

—Pero ella no está, así que olvídalo. Vamos a desayunar que me muero de hambre. —Y con estas palabras un nuevo día empezaba para el médico.

El pelirrojo tenía razón, Kes tenía serios problemas para rendir correctamente en clases, sin embargo se las arreglaba con la motivación de su corazón, con la única esperanza de ver a su madre caminar, sonreír o hablar de nuevo. La mayor parte del tiempo se encontraba adormilado, pero entre clase y clase, dormía en sus horas libres en alguna aula vacía o en medio del campus.

Ese día a la hora del almuerzo, Ryuu desapareció. El castaño asumió que andaba por ahí de la mano con su novia.

Novia y Ryuu en la misma oración le ponía los pelos de punta.

20 años, cosidos a retazos ©Where stories live. Discover now