Capítulo 2. Desesperanza.

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Ahora era él quien lloraba desconsoladamente tumbado sobre su cama. Todo habíasalido mal. Todos los planes que habían soñado e imaginado juntos se acababan deromper como se rompe un frágil cristal, la vida ideal o perfecta se había perdido entrelos sueños. Ya no tendría el futuro por el que tantas veces luchó. 

El problema era ella: una chica apenas unos meses más joven que él, de pelo largo,liso y moreno que contrastaba con la tez blanca que poseía.Ella había sido, o eso creía, la chica de su vida, a pesar de lo joven que era, habíanestado siempre juntos hasta que las familias se vieron involucradas. Un típico Romeo yJulieta con parecido desenlace. Dejaron de verse por más de un año, queriéndosemutuamente el uno al otro en el silencio de sus noches, amándose en la imaginaciónpensando que ya se habían olvidado entre sí. Pasaron a convertirse en dos extraños enunos días.Fue el tiempo y la vida quien los engañó nuevamente al poner delante de ellos aotras personas en el camino con las que ahogar las penas como si de un chupito dealcohol se tratase. 

Juntos compartieron tanto tiempo, tantas cosas y tantos momentosque cada uno buscaba, no alguien que sustituyera a él y a ella, sino a alguiensimplemente que estuviera ahí.Y es que aunque digan por ahí que es precisamente el tiempo lo que todo cura,¿Cómo olvidar algo que te hizo llorar de felicidad? Nauzet lo sabía demasiado bien ypoco a poco iba notando que ya ninguna chica lo llenaba de verdad, que aquello de ir deflor en flor no era lo suyo y sabía que actuaba contra sus principios, desgastados yquemados por la nueva sociedad tan materialista. 

Nauzet iba a empezar aquel año la Universidad y la verdad no le iría mal, pero elfuturo era lo que más le preocupaba e importaba: tanto el amoroso como el profesional.Historia no era una buena carrera que estudiar en años de recesión y crisis económica. Yel mismo conocía, por la Historia precisamente, que aquella situación no iba a mejoraral menos a corto y medio plazo.Así que con este pensamiento en la cabeza y la enorme tasa de paro de Españadecidió, sin consultar a sus padres o familiares, salir del país, buscar empleo en otrospaíses de la Unión Europea. Pasar allí los años de recesión y seguir estudiando paraformar algo, gracias al capitalismo, en la nueva época de bonanza que estaba por llegar.Pero todos estos planes estaban incompletos, a pesar de los meses transcurridos noquería renunciar a lo que le hacía feliz y por lo que un día todo cobraba sentido: ella. 

No es que Nauzet odiara a su familia por aquella dramática decisión que tuvo quetomar sino que a sus dieciocho años ya era hora de hacer algo por su vida. No iba aesperar sentado, estudiando un par de años más viendo la situación en la que seencontraba el país y los gastos que conllevaba su estancia en la capital para poder ir a laUniversidad. No le gustaba para nada todo aquello y sobre todo por la presión a la quese veía sometido.Él quería aportar, ser útil y en la zona rural del sur de España en la que seencontraba era algo complicado. Así que se tenía que ir fuera: Alemania, Suiza,Australia, Brasil. ¿Qué destino era el mejor?Con unos ahorros que tenía más algo de dinero que había conseguido en internet,compró dos billetes de avión. ¿Dos billetes? Sí. Se había propuesto un gran futuro peroeste no sería perfecto, o como el quisiera, sin ella. Además, lejos del país podríancumplir todos y cada uno de sus sueños, podrían volver a comenzar en otro lugar, conotra gente, otro ambiente y donde sólo estarían ella y él.Pero, ¿Cómo proponer tal locura a la joven? ¿Qué tal una llamada? ¿Un mensajeprivado a través de Tuenti? Nauzet se arriesgó sabiendo que el que no arriesga no gana,así que cogió el coche de su padre sin su permiso y se fue directo hacia la casa de lachica.A través de su teléfono móvil la avisó de que estaba allí gracias a un mensaje detexto. Y ella salió rápidamente con una extraña sonrisa en la cara y se montó en el cochecon disimulo y sigilo, luego Nauzet puso rumbo a ninguna parte. 

—¿Qué haces aquí?—Preguntó ella 

—Ya me ves... 

—¿Dónde me llevas? 

Nauzet entonces pensó en aquellos dos billetes de avión con dirección a Australiaque tenía en la guantera del Audi A4 y sonrió. 

—Te llevo a las antípodas. Te llevo al fin del mundo. 

—¡No me hagas reír! —Sonrió— En serio, me alegro de verte otra vez, pero... 

—¿Pero...? 

—¡Aún no sé qué estás haciendo aquí! No sé por qué estoy montada en tu coche,no sé a dónde me llevas. Se supone que yo te había olvidado, que tú me habíasolvidado, la verdad es que no entiendo nada... 

Nauzet dejó que aquella canción inundara el interior del vehículo y abrió un pocolas ventanillas para que la brisa de la Sierra renovara el aire, y le diera el valornecesario. 

—Sé que no hemos actuado bien el uno con el otro en todo este tiempo. Que elorgullo ha sido el ganador en esta batalla. Pero para esto nada sirve el orgullo—Dijo sinlevantar la vista de la carretera.Entonces se apartó a un lado de la carretera, con sus respectivos intermitentes yapagó el motor. 

—¡Pero Nauzet! Sabes que quise intentarlo incluso a escondidas, que fuiste túquien hizo caso omiso a mis reivindicaciones. Ya hubiéramos pasado todo aquello, yanos las hubiéramos arreglado nosotros... 

—Esto es más importante que todo eso, nada tiene que ver con lo sucedido. 

—¿Qué es lo que pasa Nauzet? ¿Te plantas delante de la puerta de mi casa despuésde un año, sin dar explicaciones? ¿Qué quieres? 

—Abre la guantera.—Dijo él. 

—¿Qué...? 

—Ábrela por favor. 

Y allí estaban los dos billetes de avión con aquel destino tan sugerente. Ella miróatónita a Nauzet con los dos papeles en la mano. 

—¿Qué...? ¿Qué es esto? ¿Australia...? 

—Ven conmigo. Empecemos desde cero allí. Tú y yo. Nadie más. Todo seráincreíble. Nadie nos molestará, podremos realizar juntos todo aquello que un díaplaneamos. Aquí hay que fingir y aparentar por esta maldita gente que no nos ha dejadonunca ser felices. Por mucho que lo haya intentado, no. No te he olvidado. Todo lo queun día hicimos y fuimos viene repetidamente a mi mente, aunque existan otras quellenan un hueco, el vacío sigue siendo demasiado grande sin ti.—¡Estás loco!—Contestó riéndose.Tras esto se deslizó lentamente hacia el asiento del conductor y lo abrazó, alsepararse, sus miradas y sus labios quedaron tan cerca que cada uno sentía el corazóndel otro en aquel silencio. 

—No. No, no. No.—Dijo ella apartándose. 

—¿Qué pasa? 

—Nauzet yo...tampoco he olvidado tu nombre en este tiempo, y que conste queme encantaría tener los verdaderos sueños que un día nos propusimos, irnos de aquí...pero, entiende que no puedo dejar aquí todo lo que tengo... 

—Yo lo voy a hacer...

—Nauzet, estoy saliendo con otro chico desde hace un par de semanas. 

Una daga fracturó el corazón y la razón de Nauzet, que tan solo pudo arrancar elcoche en silencio, subirle al máximo el volumen a la música y dar media vuelta. Ahorasí le parecía todo aquello una locura, no debía de haber pasado aquello, no debería dehaberle propuesto todo eso. Pensaba en el tonto en el que se había convertido. ¿Cómopodía imaginar siquiera que ella iba a dejarlo todo por él? Después de todo...Ella entendió aquel silencio y apretando fuerte aquello dos billetes de avión intentóreprimir sus lágrimas, esas que estaba latentes en los ojos del chico. 

—Quédate el billete— le dijo él al despedirse—por si cambias de opinión. Allíesperaré. Y si no...quédatelo como recuerdo. No creo que nos volvamos a ver. 

Y así sucedió. Nauzet fue tres horas antes al aeropuerto, siempre con la esperanzade volverla a ver, apareciendo por allí, con su maleta, con una sonrisa dibujada en sucara, y sobre todo, con un abrazo de los de antes. Pero aquello no ocurrió. Esperó yesperó y ella no llegó. Rompió en trizas su billete antes de facturar su maleta y se fue asu casa. Como si nada hubiera pasado.Se tumbó en la cama sin dejar de llorar, hasta que se durmió. ¿Por qué lloraba?¿Por qué ella no fue? ¿Por perder hasta la esperanza? Quizás lloraba porque comprendíaque aquella había sido la última oportunidad para aquel amor, el último tren habíapartido y él sabía, ya de verdad, que todo había acabado. Pero lo que no sabía es quetodo tal y como lo conocía estaba a punto de acabar.  

Las Crónicas de Nauzer I: Nuevo Orden Europeo.Where stories live. Discover now