Capítulo 1: La Huida

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3 de noviembre de 2018. 23:45

Con la única luz de mi linterna, apoyada entre el hombro y la cara, voy cogiendo del botiquín todo lo que hay dentro, sin reparar en los nombres de cada bote de aspirinas. También me hago con un par de paquetes de tiritas, vendajes, esparadrapos, gasas, agua oxigenada y betadine. Nunca se sabe cual de todas estas cosas nos pueden servir en un momento dado. La casa está sumida en la completa oscuridad, y el silencio solo es interrumpido por mis padres, que cada uno está metiendo en su mochila de viaje ropa y comida. Nos preparamos para abandonar primero la ciudad, luego el país y por último el continente. Tres fronteras, y a cual peor. Hay muchas probabilidades de que no pasemos ni siquiera la primera, o que nos cojan en alguna de las otras dos, pero al menos debemos intentarlo.

Hace un par de meses que estalló la Tercera Guerra Mundial, un conflicto catastrófico que mantiene a la vieja Europa y la nueva América peleando por ser la mayor potencia mundial, echando un pulso para conseguir que el otro se rinda ante la fuerza del contrario. No sé en qué momento la situación entre ambos continentes empeoró tanto hasta el punto de declararse la guerra, pero como pasa siempre, las consecuencias las pagamos los ciudadanos de a pie, viendo como nuestras casas quedan reducidas a nada por los bombardeos aéreos.

El rey o presidente de cada país mandaron en seguida cerrar todas las fronteras para que nadie pudiera escapar a alguno de los tres continentes que han preferido quedarse en segundo plano y no intervenir: Asia, Oceanía y África. El objetivo de mis padres es alcanzar África, por la localización de nuestro país, es el lugar más cercano al que podemos huir, pero no será tarea fácil. Los soldados exteriores (un ejército nuevo creado por el Rey de España que se encarga de arrestar a los "desertores") patrullan las calles día y noche, disparando sin piedad a todo aquel que se resiste a ser encarcelado por desobediencia a la corona.

El rey Aquiles ha ordenado a todos sus ciudadanos a que se alisten al ejército a luchar por su país y por Europa, pero aquellos que estamos en contra de la violencia, nos oponemos. Así que, ante esta rebelión, ha creado una verdadera caza de brujas, arrestando a todo refugiado de guerra que intenta pasar la frontera. La situación es muy inestable y cada día corremos el peligro de que alguien nos descubra en casa y nos delate, mandándonos a los soldados exteriores a por nosotros. Por desgracia, el mundo está corrompido por el odio. El odio al prójimo que prefiere no seguir el rebaño.

Desde que empezó la guerra, muy pocos se han atrevido a salir, entre ellos, nosotros. Pero ahora tenemos una oportunidad de escapar. Un amigo de mis padres se ha unido a un grupo de refugiados que planean pasar la frontera aunque sea por la fuerza, es nuestra única opción y vamos a intentarlo.

De repente, un golpe seco en la puerta de casa me pone en alerta. En seguida escucho voces. Muchas. La mayoría desconocidas para mí. La voz de mi padre se hace oír entre las autoritarias órdenes de los soldados exteriores que acaban de irrumpir en casa, pide clemencia. Con manos temblorosas apago la linterna y me obligo a contener la respiración. Un disparo. El corazón se me frena en seco. Mi madre grita. Un segundo disparo. Y el silencio.

No me hace falta tener mucha inteligencia para comprender lo que acaba de pasar, esos malnacidos acaban de matar a mis padres, y yo seré la siguiente si no salgo de aquí cuanto antes. ¿Qué opciones tengo? Estoy escondida en el baño, pasillo arriba están los soldados, pasillo abajo el jardín de casa, y en el jardín una oportunidad de escapar.

Varias luces de linternas empiezan a dibujarse en el pasillo, se están acercando. Las voces de esos hombres, que orgullosamente se hacen llamar caballeros del rey, hablan entre ellos, buscando si hay alguien más en la casa. Sí, estoy yo, pero no por mucho tiempo.

Sin dudarlo más, salgo de mi escondite y corro por el pasillo. Rápidamente, todas las linternas me apuntan como un gran foco y sus voces me advierten de que vienen a por mí.

 -¡Que no escape!

 -¡Corred!

 -¡Está en el pasillo!

 -¡Ha salido al jardín!

La cristalera deslizante que separa el pasillo del jardín se hace añicos en cuanto varias balas impactan en ella. Por suerte, yo ya me encontraba lo suficientemente lejos para que ninguna me alcanzara. Comienzo a subir la escalera de caracol de dos en dos, pareciéndome ahora mucha más grande que todos estos años atrás. Los soldados ya están en el jardín, vuelven a apuntarme con sus linternas y efectúan varios disparos muy seguidamente. De nuevo, la suerte hace que la mayoría de esos disparos acaben chocando contra la barandilla de la escalera. Gracias a mi menudo cuerpo, me muevo con más rapidez y hace que los soldados no tengan tanta puntería. Siempre quise ser más alta, ahora doy gracias por no serlo.

Alcanzo la azotea y continúo corriendo con los pulmones ahogándome, pero tengo que frenar en el último momento para evitar precipitarme a la carretera. Una barandilla me separa de una caída de más de cinco metros de altura. Hasta el momento no lo había escuchado, pero como música de fondo me acompaña la sirena que nos avisa de que nuevas bombas caerán sobre nuestras cabezas. Esta ciudad no es muy grande, más bien, es remota en el país, pero aun así, las bombas han logrado llegar hace tan solo unas semanas y ya han provocado bastantes catástrofes. A mi espalda, las botas de los soldados pisan con fuerza los metálicos escalones, y como un ángel que viene a salvarme, un camión dobla la esquina de mi calle. No me lo pienso, y justo cuando los soldados vuelven a apuntarme con sus linternas, salto. Escucho disparos, pero me he salvado.

Caigo sobre la lona que cubre el interior del camión, que cede al momento por mi peso, haciéndome chocar la cabeza contra el suelo. La adrenalina que he sentido en los angustiosos minutos huyendo de los soldados y saltando desde tanta altura, acaba de esfumarse. Un nuevo latido en mi corazón me hace saber que aún sigo con vida. Mi vista empieza a nublarse, mis párpados van cayendo y todo queda en penumbra. 

Ada LangefeldWhere stories live. Discover now