Epílogo

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Y nunca volvieron.

El cielo esa mañana era casi en su totalidad de un feo tono plomizo. El horizonte estaba enmarcado por lejanas nubes blancas y delgadas, que eran empujadas lentamente por colores más claros del amanecer. Violeta y rosa. Eran como manchas horribles y desencajadas. El frío era invariable a esas horas tan tempranas, sin importar en qué estación se estuviera. Una tenue neblina flotaba a ras del suelo húmedo. Y en medio de todo eso, se podía ver una lamentable figura removiendo la tierra.

Las manos de Seriu estaban entumecidas y sucias, sus uñas lastimadas y debajo de ellas la tierra le provocaba un ligero escozor. Se le habian desprendido tres uñas de la carne, dos en la mano derecha y una en la izquierda. Pero el agujero debía ser profundo o los animales vendrían a sacar el cuerpo y se lo comerían. Al terminar y colocar a su madre... no pudo verla directamente.

Sabía qué estaba cubierta de sangre y que la piel era de un color más allá del blanco. Intentó cerrarle los ojos sin éxito, y aunque era una tontería, sentía la mirada muerta de su madre sobre él. Aun después de colocarla en el agujero en la tierra. Se agacho, estiró la mano y esta vez sus párpados cedieron, notó la rigidez de la carne con solo palparla. La cubrió rápidamente sin un último vistazo. Si viva no quería verla la mayor parte del tiempo, mucho menos muerta. Ni siquiera como fantasma.

Pasó el resto de la noche en vigía, esperando por su espíritu, pero por la razón que fuera nunca apareció.

Seriu entró a la casa ahora vacía. Por primera vez se dio cuenta de lo sucio y destartalado que estaba, desde las tablas agrietadas del piso, hasta el techo con goteras. En el cuarto los juguetes yacían rotos en el piso, excepto el maldito pez. Seriu lo miró un momento, aturdido, después lo pisoteó hasta que los colores se tornaron sucios y fue irreconocible.

Recogió la pelota arruinada de Rhet y la horquilla en forma de flor. La cinta negra que Rhet uso estaba en la cama y todavía desprendía un fino hilo de su olor. Junto todo entre sus brazos y se metió bajo las cobijas. Ahí el olor era más intenso. Inhalo con fuerza pero aunque la esencia de Rhet estaba no había rastro de calidez.

Seriu se hizo un ovillo, tan pequeño y apretado, como si intentara desaparecer del mundo. Estaba cansado y se quedó dormido sin darse cuenta, sin embargo no hubo descanso en lo absoluto. Soñó tormentosamente. Era como un enfermo delirante. Escuchaba las risas de Rhet y sus pasos corriendo de un lado a otro con un eco infinito. Soñó que despertaba y Rhet seguía ahí. Entonces Seriu podía abrazarlo y lloraba mucho porque sentía miedo. Miedo de despertar de verdad y estar solo.

Soñó incontables veces con los días en qué estaban juntos, pero cuando despertó, no había nadie y las risas habían muerto. Era tanto el silencio qué sintió que iba a volverse loco.

¿Quien? ¿Quien se lo llevó? ¿Quien se llevó su único tesoro?

El dolor de la pérdida se le clavó en el corazón. Solo había una cosa en el mundo qué quería pero se la arrebataron. ¡Se lo arrebataron! ¡Se lo arrebataron! ¡Esos malditos!

Iba a hacer que lo lamentaran.

Un día después ya no quedaba nadie en la casa. Las tres personas que una vez vivieron ahí ya se habían ido.

Y nunca volvieron. El tiempo pudrió la casa al igual que sus vidas.












El Conejo y la SerpienteWhere stories live. Discover now