EPISTEMOLOGÍAS ARTIFICIALES: LA CAVERNA Parte 9

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Un trillón de años antes...

Antes, yo vivía muy cómodo en la calma y el silencio de los almacenes. El mundo era pequeño y simple, un segundo igual a otro y así por años, yo creía que este era todo el mundo, me sorprendió enterarme que unos metros más allá de mi jaula continuaba, aunque invisible, el mundo. Con la misma inocencia e incredulidad que tú, que crees que todo eso que conoces y que crees el universo, no es más que lo que pueden ver los ojos y lo que puede pensar tu mente. No había día o noche sino una constate y grata penumbra, a pocos centímetros de mis ojos la malla de mi jaula de plástico se entibiaba con el calor de mis mejillas infantiles, la caja no era tan grande como para poder pararse, pero si lo suficiente como para moverme y poder investigar en mi derredor, desde ahí, que calculaba era el centro del cosmos, se extendían simétricas hileras de jaulas, que colmaban la realidad a derecha e izquierda, delante y detrás, arriba y abajo, dejado solo un angosto pasaje metálico para un viejo cuidador: Diomede. Este patrón era constante, periódico y acaso infinito, un bebedero y un comedero nos libraba del hambre o de la sed que conocería solo mucho después. Recuerdo que en mis primeros días de vida haber hecho alguna amistad con mis vecinos más próximos, eso fue al comienzo, éramos mudos pues nadie había aprendido a hablar en los úteros de hierro que cuida el gnomon local, pero con las semanas se iban creando idiomas primitivos con los que conversábamos elementalmente. Pero en unas semanas fui cambiado de lugar y al llegar a otro ya se hablaba otra lengua. Perdí así mis primeros afectos, los que vinieron después no los sentía tanto. Y cada vez menos. En el nuevo grupo de jaulas, ya se usaban otras palabras y creo otra sintaxis, sin embargo algo entendía. No era tan difícil aprender las nuevas lenguas que con los traslados y reacomodos iba conociendo, pocas palabras tenían esos idiomas, como pocas cosas tenía el mundo que debían representar: jaula, guardián, bebedero, comedero, dormir, despertar, y acaso unas diez palabras más y acababa el mundo, bastaban para dar cuenta de ese simple pero amado universo donde crecí y que creía único.

Mis primeros compañeros habían sido vendidos, los que no, bajamos de precio y éramos almacenados en lugares menos vistosos, mis nuevos vecinos eran siempre más y más viejos, aunque no crecíamos, si no, nos gastábamos. También el idioma de los nuevos compañeros eran más complejos, más palabras y declinaciones, y ya no solo se referían a objetos concretos sino a otras cosas más sofisticadas y creo, innecesarias. Subjetivas diría yo. Aprendía rápido pero trataba de no abusar de aquellas regiones del idioma que no se referían al mundo real, no entiendo para que sirvan.

Había mucho tiempo para hablar pero poco que decir, cuando nos movían de lugar las pequeñas amistades se desvanecían de nuevo. Así fui movido de lugar en lugar con cierta tristeza de dejar a una comunidad pero con entusiasmo de descubrir otra, ansioso de explorar esas pequeñas diferencias y novedades, pero esas novedades acabaron pronto, fui llevado a un lugar del almacén muy apartado y oscuro. De ahí ya no salí. Lo cuidaba también el bondadoso Diomede, que además del idioma adulto conocía todos los neo-idiomas infantiles. Este Diomede era un hombre desdentado, y algo fofo, pero parecía haber sido fuerte en su juventud, la inocencia de sus ojos, su cara redonda y traviesa se mimetizaba con las de nosotros. Ahí por primera vez conocí a fvogelfit, un niño juguete con una lengua rarísima, constaba de miles de palabras. Pero creo era una lengua inútil, pues hablaba de entes fantásticos sin ningún tipo de realidad concreta. Primero lo escuche conversar. Pero hablaba de cosas muy extrañas. Lo que entendí es que había sido devuelto y sabía que había tras esa luz que se dejaba ver y por la que entraba personas adultas, fvogelfit era una mercancía reembolsada y había conocido que había en el más allá y que pasaba cuando éramos comprados. Antes de escucharlo yo imaginaba que el mundo adulto era otro gran almacén y que acaso los adultos vivían en jaulas más grades interconectadas complejamente. Había imaginado un mundo como un laberinto de jaulas y pasadizos conectados y con puentes entre ellos, pilas de extravagantes jaulas que se elevaban a una altura cósmica y se hundía en abismos muy profundos, pero que terminaban mezclándose con los lugares más altos, imaginaba el mundo adulto como el revés del nuestro, donde adentro era afuera, lo pequeño era grande y lo hueco lo lleno, siempre con gente subiendo y bajando, y usando raros bebederos y comederos, acaso el patrón de las jaulas no serían siempre horizontal, podían adoptar otras formas y colores. Pero mi imaginación no podía llegar más lejos que imaginarlas verticales. Para agregar diversidad a mis fantasías mezclaba conceptos, un bebedero-comedero, un bebedero-jaula, un pasadizo-malla, así surgían nuevas texturas en ese mundo imaginario. Pero nada novedoso en el fondo, solo mezclas de lo ya conocido. Así iba concibiendo el mundo de los grandes con el que no dejaba de soñar y acaso quería conocer.

—El mundo no es así. —dijo fvogelfit.

—No puedo creerlo —dije— ¿Cómo podría no ser el mundo así? ¿Cómo es?

—No hay jaulas, pero no somos libres.

— ¿Qué es ser libre?

No entendía, así como nosotros no concebimos el mundo sin espacio ni tiempo, por ser nosotros espacio y tiempo, yo no concebía un mundo sin jaulas ni bebederos. Mi mente trataba de imaginarlo inútilmente. Acaso si salgo y veo esas cosas que nombran no las veré —pensaba.

Pero pasados tantos años ya no había posibilidades de conocer el mundo, éramos más y más viejos y ya no nos venderían. Pero no nos eliminaban. Mantenernos era baratísimo y nunca se perdía la esperanza de sacar algún provecho. Así pudimos hacer una amistad con los demás y con el amable Diomede, fvogelfit no era ni viejo ni dañado, su conducta era lo que lo hacia una mala mercancía, así que, como la conducta no es visible, pronto se vendió de nuevo y desapareció. Dejando triste al guardián Diomede que se había encariñado con su locuacidad y alegría. 

 

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