Parte 1

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LA ESTILISTA DE LA CALLE FLEET

PARTE 1

El barco llegó a Londres.

Una enorme ciudad, de aspecto lúgubre, más cuando el clima se mostraba encapotado.

Era un criadero de pestes, tanto de ratas como humanos, que se movían por las calles, algunos con brío y otros con miseria, según la providencia les hubiese sonreído al nacer, en aquella sufrida e injusta época, donde solo los de burgueses y de buena familia podían sonreírle a la vida, despreocupados del que comerían ese día, para subsistir.

El desembarco fue rápido.

― Ha sido una larga y difícil travesía, más me alegra que hayamos llegados vivos, señora Mcflye.

El dueño de aquellas palabras era un joven buen mozo, que no tuvo la fortuna de nacer en una casta, y en su corta vida, ya había surcado casi todo el mundo, trabajando como obrero en los barcos.

A pesar de su dura vida, en sus ojos, rostro y pelo turquesa, emanaba una gran bondad y empatía.

Muy contraria a la de su receptora.

Una misteriosa mujer que bordeaba los cuarenta años.

De expresión seria y sombría. Con ojeras notorias debajo de sus ojos color miel. Que, si bien en un pasado estuvieron rebosantes de alegría y ternura, ahora solo reflejaban un odio y tristeza contenida. Su cabello de tono oscuro, parecía haber aguantado las penurias de su dueña, haciendo que solo un mechón notorio, que se acomodaba de costado, se tiñese de un blanco natural, síndrome de mari Antonieta tal vez, algo que aún no era diagnosticable en aquella época, donde tenías que ir al herrero a por un dolor de muela.

A pesar de eso, aún era poseedora de cierto encanto. Incluso si se vestía como hombre, usando pantalones gastados y sucios, y un chaleco negro de cuero que llegaba hasta sus rodillas.

― Me temo, que esta es nuestra despedida entonces, señora Mcflye ―agregó el muchacho, cargando su escaso equipaje, consistente de un pequeño morral, y unos lienzos enrollados, solo Dios sabe por qué―. Ha sido una gran compañía, a pesar de que solo me ha respondido con monosílabos. Tiene un don para escuchar y hacer sentido a su transmisor. Sé que Londres es grande, y muy solitaria para los forasteros, así que... ―hizo una pausa en su hablar, para ayudar a una pobre mujer a cruzar a tierra firma, que cargaba un gran costal y a su pequeño hijo a rastras, al mismo paso que ellos― ...si alguna vez llego encontrar tiempo para tomar un té, como la gente decente, me gustaría que fuese con alguien a quien conozco ¿Dónde podría encontrarla? Yo le daría mi dirección, pero carezco de ella, posiblemente pase la noche en una calle solitaria, donde encuentre un techo...

Ambos terminaron de recorrer el puerto a pie, para encontrarse de frente, con el infestado y sucio mercado, donde tomarían caminos separados.

La mujer por fin se dignó a hablar, al saber que ya no escucharía más a su parlanchín compañero de viaje.

― También he disfrutado su compañía, joven Jihyun. Dudo que volvamos a encontrarnos, y hasta admito que prefiero que eso no pase, pero... ―sacó la mano que llevaba dentro del bolsillo de su chaqueta, para calmar el frio, y apunto hacia el este de la ciudad―. Londres en mi ciudad natal, y siempre me ha gustado rondar por la calle Fleet, si algún día, pasas por ahí, puede que me encuentres... ―su voz tenue y sin vida tomó cierto entusiasmo en sus últimas palabras―, como dicen en tu tierra... Arrivederci.

― Si, arriverderci, señora Mcflye!

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Abrió la puerta, haciendo notar su presencia, con la campanilla que hacia ruido al abrirse esta.

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