Capítulo 7

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Greg y sus guardianes personales salieron por la puerta bajo la embelesada mirada de los habitantes de Alkintur. Los cuatro hermanos, situados entre la columna de soldados y los carros de abastecimiento, comenzaron a caminar nerviosos buscando a Esteban. No podían irse de allí sin él, pero provocar otro altercado solo valdría para que alguno o todos acabasen muertos.

Esteban avanzaba entre la multitud de humanos curiosos que se habían aglomerado para ver partir a los orcos. Furiosos codazos y enérgicos empujones le hicieron falta para llegar a la primera fila.

—¡Eh!, ¡Reo!, ¡Bertrán! —gritó—, ¡Hermanos... no me dejéis! —las lágrimas no paraban de brotar de sus ojos.

Los soldados de Leandro contuvieron a la multitud, arrastrándola hacia atrás con ayuda de picas y alabardas. Pero Roque logró ver a su hermano y avisó a los demás.

—¡Esteban, vamos con los orcos! —gritó Roque—. Deberás quedarte aquí con los demás.

—Vendremos en cuanto podamos —añadió Reo.

—¿A dónde os llevan? —gritó desesperado Esteban.

—No sabemos, pero no te preocupes, estaremos bien —dijo Roque tratando de ser optimista.

—¡Cuídate y sé fuerte!, ¡iremos a buscarte! —fue lo último que pudo decir Reo antes de verse arrastrado fuera de la fortaleza.

Bénim y Bertrán solo pudieron hacer gestos de despedida moviendo los brazos sin poder hablar de la emoción.

Al desaparecer sus hermanos tras la puerta, una gran oleada de angustia invadió al muchacho. ¡Antes que quedarse allí, prefería la muerte! Observó que la columna se dirigía hacia el Oeste y las primeras filas de soldados se dejaban entrever por la entrada secundaria de los trabajadores. Nervioso y acuciado por las prisas, comenzó a elaborar un desesperado plan: debía escabullirse del cerco de soldados, llegar hasta el pasaje y salir de la fortaleza, después se escondería en uno de los carros y se iría con sus hermanos. Dando grandes zancadas llegó hasta el punto más cercano a la salida que pudo alcanzar, pero los soldados de Alkintur observaban a los rehenes con atención y Esteban no tuvo más opción que quedarse al lado de uno esperando su ocasión.

Sorprendentemente y ayudado por el azar, un fuerte golpe acompañado de un grito de dolor llamó la atención de la gente, desviando sus miradas. Un hombre algo ebrio que se había subido al tejado de su casa para poder ver salir la columna orca, se había precipitado al suelo al ceder bajo sus pies las tejas que lo soportaban. Sin pensárselo dos veces, Esteban aprovechó la oportunidad y con un rápido movimiento bordeó al soldado y avanzó hacia el pasaje con disimulo. Asustado, comprobó que no había nada por donde ocultarse hasta llegar a él así que, con un rápido impulso, cogió una brazada de paja que había por el suelo y deseó ser confundido con algún trabajador.

Sintió alivio cuando entró en la oscuridad del pasillo y el frescor le enfrió el sudor. El muchacho trataba de ocultar su cara con el fardo de paja y con ayuda de la sombra pasar desapercibido, pues le parecía que cada una de las personas que se encontraba por el corredor le miraba con suspicacia, que sabía de sus planes y que le detendría al pasar a su lado, pero nada de eso ocurrió y en unos segundos, que le parecieron eternos, llegó a la salida.

Valores y Reinos (Parte I) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora