Capítulo 33

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Los días posteriores tras el paso de la columna de hui­dos de Branna fueron duros para los orcos durganos que se habían quedado a la protección de Isiri-Isi. Duro por ver que sus familiares estaban huyendo de su ciudad, heri­dos y sin alimento, pero más duro para los que no habían visto a nadie cercano, con las dudas que les generaba pensar si esta­rían muertos o si se habrían visto forzados a unirse a la rebelión y convertirse así en sus propios enemigos.

Los semblantes de los orcos quedaron serios y fríos y las bromas y carcajadas que se solían oír por las calles de la ciudad cesaron. La ciudad había sentido el azote de una oculta reali­dad que no se veía pero que se sentía. El enfrentamiento esta­ba ya cerca.

—¡Malditas hembras de Branna! ¡Han hundido la moral de los orcos! Y eso que traté de que el contacto con ellas fuera el mínimo posible —gritó Galberto a sus capitanes en la sala de reuniones.

—El ritmo de trabajo ha decrecido entre los humanos. La sensación de desamparo se ha transmitido también a ellos —añadió uno de los capitanes sentado en la mesa.

—Las noticias que llegan del Sur no son buenas —concluyó otro capitán sentado a su lado.

Galberto dio un puñetazo en la mesa, y miró a sus capitanes con enfado.

—Los trabajos de fortificación de la ciudad no están termi­nados y las noticias serán peores cuando Ougt y sus tropas re­basen los muros y os rebanen el cuello.

Los capitanes se apoyaron en sus respaldos en un instintivo reflejo de alejarse del conde.

—¡Recuperad la moral de los ciudadanos y hacedlos trabajar como antes!

—Mi señor —intervino el secretario—, hagamos una cele­bración en la ciudad. Brindemos ante la victoria del joven líder Iag contra Borul en la costa de los orcos.

—Según tengo entendido no fue una victoria, tan solo repe­lió el ataque y bloqueó momentáneamente el avance —le corri­gió uno de los capitanes.

—¡Cállate! —le ordenó el conde—. Tamero ha tenido una excelente idea.

El conde se levantó de su asiento y se acercó a una ventana. Sus capitanes le miraban en silencio. Tras echar una ojeada al exterior se volvió hacia sus oficiales y subalternos.

—El rechazo de Iag será celebrado como una gran victoria. Organizad algún combate que estimule a las tropas, preparad lo necesario para que suene la música y las canciones que en­salcen la gloria del reino. Que los soldados y los ciudadanos be­ban y disfruten... Los festejos durarán un día y serán de obliga­da asistencia.

El conde miró a todos los allí presentes.

—Tenéis veinticuatro horas para organizarlo. Después quie­ro a la gente trabajando con todas sus ganas.

En aquellos tiempos en los que los habitantes estaban más horas juntos que lo que habían estado a lo largo de sus vidas, la noticia de la gran victoria de los oretris ante los udralianos y los festejos para homenajearlo recorrieron de punta a punta la ciu­dad en pocos minutos. Los habitantes tenían ganas de desin­hibirse de las preocupaciones y recibieron la noticia con suma felicidad. Los capitanes y el mayordomo recorrieron las calles para localizar a los protagonistas del evento y preparar la comi­da y bebida de la celebración. Todas las mesnadas fueron avisa­das de su obligatoria asistencia para la celebración de la victoria del líder Iag al día siguiente.

Druma comunicó a sus soldados que el entrenamiento de esa noche quedaba anulado para poder asistir a los festejos, no­ticia que aportó nuevas energías a los hermanos.

—¡Una celebración!, eso es que las cosas están yendo bien —dijo Bertrán—. Mañana pienso beberme tres jarras de vino yo solo.

—No podrás con todo Bertrán —le dijo Bénim—, yo tendré que acabar con las que te dejes, además de beberme las mías.

Valores y Reinos (Parte I) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora