Capítulo 3

153 3 2
                                    

-Parece una princesa cuando duerme.-murmuró Lex.

Había estado impaciente y excesivamente contento desde que se enteró de la presencia de la desconocida aquí. No dejaba de observarla y alabar su belleza una y otra vez. No había podido resistirse a tocar su pelo. Nunca habíamos visto al rey y hasta entonces creíamos que el pelo rojo como el fuego era tan solo un mito.

-Para ti son todas princesas-bromeó mi madre poniendo la comida al fuego.- aunque no puedo negar que es bonita. Al principio creí que era un chico. Me pregunto por qué se tapaba así.

- Porque es una fugitiva.-arremetí yo- Seguro que es descendiente de uno de los hijos ilegítimos de los reyes pasados.

-Oh, venga-se burló Lex- Puede que simplemente sea extranjera. Sabes que eso es una burda leyenda, Nat. Que no hayamos visto a nadie con ese color de pelo no significa que no existan.

-Lex, sabes perfectamente que solo la realeza tenía el pelo pelirrojo. Todos murieron excepto el actual rey. Y la profecía…

-Bah, déjalo tío. Es una chica y ya está. ¿Qué tratas de decirme? ¿Qué es una de las prometidas de nuestro Dios?

Me callé. No quería seguir con la conversación. Su estupidez me podía.

-Bueno chicos, dejad de pelearos-dictaminó mi madre- comamos. Dejaré un poco de sopa para ella. Sólo espero que cuando se levante no quiera irse corriendo…

-Yo también lo espero-exclamó mi hermano para mi disgusto.

Nos fuimos a la mesa y comenzamos a comer. Mi casa era amplia comparándola con la de las demás del pueblo. Mi padre tenía un buen puesto en el ejército y traía mucho dinero a casa. Casi nunca aparecía por su trabajo. Siempre estaba fuera, y cuando venía era como un viejo conocido que viene a visitarnos de vez en cuando.

En mitad de la comida, vimos a la chica removerse de nuevo. Parecía tener un mal sueño. Mi madre se levantó para despertarla, pero cuando su mano se posó en su cara, la apartó alarmada.

-¿Qué pasa, madre?- pregunté levantándome de la silla.

-Está… está ardiendo-musitó ella corriendo a por un trapo mojado para poner en su frente.

-¿Está enferma?-preguntó Lex.

-Parece ser.

Mi madre colocó varios paños por encima de sus ojos y le apartó el pelo de la cara. Tenía el ceño fruncido y el gesto torcido, como si estuviera pasando por algo desagradable. No pudo retener el instinto maternal de acariciar sus rojizos cabellos.

-No lo entiendo…-susurró confusa. Sus manos parecían temblar como yo nunca las había visto hacerlo.

-¿Madre?

-No está sudando.-exclamó.- Pero está ardiendo. He tenido que cuidaros cuando enfermabais pero nunca he lidiado con algo como esto. Está demasiado caliente.

La miré con extrañeza. Mis ojos se abrieron hasta lo imposible cuando vi como la chica se revolvía y trataba de levantarse. Vi con lástima como sus delgados brazos trataban de sostenerla. Los paños cayeron al suelo con un sonido seco.

-¿D-Dónde estoy?-preguntó con una voz fina y débil.

-En un pequeño pueblo del sur de nuestro país, conocido como Llama. Ahora mismo… en mi casa-dijo mi hermano dando una explicación breve pero completa, acompañada (cómo no) de una resplandeciente y seductora sonrisa.

-Lo siento… yo…

-Nada, pequeña.- la calló mi madre volviendo a revisar su frente y sorprendiéndose a su vez.- parece que… ya estás menos caliente. Te traeré un tazón de sopa hasta arriba. Unos cuantos kilos no te vendrían nada mal. Lex, ve a la despensa a por algunas verduras.

Los Ocho Hijos del FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora