Capítulo 7

131 6 4
                                    

Desperté asustada. Miré hacia los lados y me tranquilicé al ver a Nat sujetando las riendas de mi caballo con una mano.

-Lo siento-le dije arrepentida.- me dormí.

Éste sonrió.

-Estabas rendida. No habrías podido evitarlo-me excusó.

Me restregué los ojos y bostecé. El paisaje desértico que tanto frecuentábamos había cambiado drásticamente. La brisa era mucho más fresca y el cielo menos azul. Recuperé las riendas y me forcé a mirar hacia adelante, mientras acariciaba las blancas crines de mi montura.

-Llevamos mucho-comenté- el calor parece haberse evaporado.

-No creo que tengamos problema con eso-bromeó él.- Me he cruzado con un campesino que viajaba en su burra. El pueblo más próximo está a dos días. Con las provisiones que tenemos nos dará de sobra para llegar.

Asentí. Estábamos adentrándonos en los fríos territorios del norte, las tierras donde yo había vivido durante toda mi vida.

-No podemos volver.-dije yo con un suspiro mientras bajaba la vista- los guardias del rey me estarán buscando.

-¿Y cómo encontraremos al resto de los hijos del fuego?-me preguntó él.

Esbocé una media sonrisa.

-Los siento. Puedo saber dónde están. Y ahora puedo sentir a uno muy, muy cerca.

-Bueno, yo no conozco tu intuición, pero espero que digas la verdad cuando hablas de que está “cerca”.

Me até el pelo en una cola con una cinta y limpié el sudor de mi frente. No hacía calor pero tampoco frío.

Me empezaba a sentir algo mareada y perdida. No sabía ya ni cómo llegué hasta esta situación. Pasé de ir sola a ir acompañada como de la noche al día.  Observé las ampollas de mis manos y las cicatrices dibujadas en mis brazos. Había tenido que pasar por muchas penurias cuando nunca había tenido que hacerlo. Con un profundo malestar, noté como una extraña sensación. Y era la misma que la de aquél día.

Recordé con amargura aquellos momentos que marcaron mi vida para siempre.

Ariq y yo luchábamos durante horas. Nos reíamos sin parar y nos retábamos el uno al otro. Él tenía un año menos que yo, pero era altísimo y muy moreno. Era más fuerte, pero menos listo. Yo con la astucia y él con sus músculos, nuestras peleas eran cada día más interesantes.

Cuando acabamos derrotados de tanto pelear, siempre íbamos a bañarnos al lago. Ariq no lo notaba, pero siempre había una chica persiguiéndole. A veces tenía la impresión de que lanzaba unas miradas muy poco agradables en mi dirección. Siempre la ignoré, pero muy en el fondo sabía, que aquella chica estaba celosa de mí. Y ese día pasó lo peor. La chica nos siguió al lago. Normalmente me encargaba de avisar a Ariq, y juntos conseguíamos hacerla perderse y volver a casa. Pero ese día, lo olvidé.  Antes de tirarme al agua, deslicé el pañuelo de mi cabeza y dejé a la vista mis cabellos pelirrojos. Y ella lo vio.

Los Ocho Hijos del FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora