El viento

3 0 0
                                    


El viento escucha. ¿Puedes percibirlo lleno de vida y espíritu? Pareciera susurrarnos, algunas veces, las historias que ha escuchado en los recónditos lugares que visita en su eterno peregrinar por el mundo. Otras veces grita y ruge con furia ciega, lleno de cólera, desconociendo nosotros las razones del porqué. En la noche, cuando impera el silencio, si pones mucha atención, puedes escucharlo, y puedes estar completamente seguro de que él te escucha a ti. Sabe que lo has notado.

Siempre tienes que tener cuidado de lo que dices, aunque solo te creas, aunque no se mire persona alguna, porque nunca se puede saber a quién le llevará tus palabras el viento. No es que él guste de revelar secretos, de habladurías o de nada, simplemente es su natural forma de ser. No se guarda nada para sí, no puede. Revolotean en él las palabras, vuelan las frases, lleva incluso relatos completos, hasta que se disuelven en la nada y no quedan de ellos ni ecos; pero en el entretanto, cualquiera que prestara atención y que supiera escuchar podría hacerlo, tan claramente incluso como si la misma persona de quien proceden se los relatara.

De esto nada sabía hasta que, mientras sentado en la banca de una plaza yo estaba, mi banca preferida de la plaza esta que, yendo ahí en mis tiempos de ocio a solazarme, frecuentaba, vino un hombre a sentarse en la misma en que me hallaba. Me parece siempre esto un acto aborrecible, no entiendo qué moción interna de su espíritu lleva a estos hombres a perturbar la paz ajena, es algo que simplemente no tolero, tomando en cuenta que otros asientos hay disponibles; sin embargo, el clima de aquel día era tan agradable, tan lleno de paz, que no me importó mucho que aquel hombre tomara asiento en la banca que yo ya había elegido y ocupaba. Era un día lúgubre de principios de un melancólico invierno, las nubes habían tomado gobierno del cielo y le negaban espacio alguno al sol, nubes oscuras y aciagas que tapizaban, sin escapárseles un rincón, el azul que detrás esperaba pacientemente. El día ya tocaba a su fin. El frío que iba en aumento y se respiraba denso lo dejaba bien claro, que la noche ya batía sus alas y remontaba el vuelo. El hombre en cuestión, al venir a sentarse, no volteó a verme y ni siquiera dio señas de saber que yo estaba ahí. Parecía él tan ensimismado y absorto en sus pensamientos, como si habitara un mundo completamente aparte del nuestro.

Él estuvo ahí durante un buen espacio de tiempo, en silencio, contemplando los árboles sombríos a la tenue luz de aquel día moribundo. Yo por mi parte continué con la lectura, que ya se me dificultaba por lo anterior mencionado, de una novela que a la sazón leía. Cuando me disponía a partir, pues continuar leyendo no podía, el hombre se volvió y me miró reposadamente con unos ojos vacíos.

—¿Lo escucha? —Dijo.

—¿Qué?

Me miró un momento sin responder. Pensé que de verdad había ocurrido algo, pues el hombre que hasta entonces no parecía querer conversar se molestó en hablar. Lo único que yo podía escuchar era el ruido de los carros en las calles y de los pocos caminantes que deambulaban por ahí, algún perro ladrando en la lejanía, unos cuantos pájaros trinando entre los árboles y el viento que había empezado a soplar.

—Pensé que lo escucharía, parecía un hombre con buen oído. —Esto dijo y volvió su mirada a los árboles que se movían hipnotizantemente con el aire que corría por sus copas.

Me quedé un poco confundido. Aquella persona hablaba y actuaba de aquella manera tan rara, tan absorto, pero lo hacía con tanta naturalidad que no dejaba de impresionarme. Pensé que sería mejor retirarme, de cualquier modo, el hombre ya había vuelto a sus pensamientos y no osaba molestarlo, me parecía tan grosero molestar a una persona que iba en busca de paz a un parque como parecía que él lo hacía. ¿Pero no había sido él quien inició la conversación? ¿No dio él pie a que yo le preguntara? Fijé mi vista en un faro lejano al otro lado del parque, parecía tan cálido.

—¿Cuál fue el ruido? —Me sorprendí preguntando.

El hombre continuó mirando los árboles por un momento, parecía que no me había escuchado. Se me vino a la mente que tal vez no estaba pasando por un buen momento y que a eso se debía su abstracción, que estaba él ausente de este mundo por ese fenómeno que nos lleva a repasar en nuestra mente un suceso desafortunado una y otra vez, como si así pudiéramos solucionar el hecho que ya había sido escrito. Tomé, pues, la decisión de ponerme en pie, pero antes que pudiera hacerlo me contestó:

—Parece usted una persona curiosa por naturaleza —dijo sin apartar la mirada de los árboles—, me preguntaba yo si lo escucharía. Lo primero que hace falta es interés. Bien, ya usted lo tiene. Ponga atención.

Después de decir tales sinsentidos volteó a verme con aquellos ojos carentes de alma y en el acto un grito desgarrador invadió la gélida noche. Quedé petrificado, verdaderamente me asustó aquel alarido aterrorizado. Pero el hombre sentado a mi lado no se inmutó, ni ninguna persona en el parque parecía haber oído nada. Estaba bastante inquieto, el horrendo lamento exhortaba a huir, a correr lo más lejos posible. Había algo antinatural en todo aquello, de pronto me empezó a parecer repulsiva la actitud absorta y reposada de aquel desconocido. Pero a pesar de todo esto no podía dejar de querer una respuesta a lo que acababa de suceder. Permanecí sentado ahí, sintiendo ahora más el frío que nunca.

—Lo escuchó ya, ¿cierto? —De nuevo posó él su vista en los árboles—. Sabía que lo escucharía. No se perturbe, antes esté atento un poco más, aún continúa.

Y puse atención, pero en lugar de ese grito desesperado lo que llegaba a mis oídos eran súplicas y sollozos. Era una mujer. Suplicaba con voz anhelante y angustiada por su vida, pedía entre llantos no ser muerta, piedad, ¿piedad por qué? Era todo verdaderamente horrible de escuchar. Me encontraba turbado, a veces los lamentos y súplicas se oían como si aquella mujer estuviera ahí mismo enfrente de mí en el parque, o bien a un lado, o bien detrás, y no fueron pocas las veces que giré para confirmar que nada estaba ahí y que nada sucedía a mis espaldas en aquella plaza lúgubre e invernal. Y a veces los sonidos se escuchaban lejanos y apagados, volviéndose casi inaudibles. No sé cuánto tiempo estuve sentado de aquella manera, llegando a mis oídos el sonido de aquel horrible suceso. Me empecé a creer loco, me preguntaba qué era todo aquello, y me comencé a cuestionar por qué este hombre había venido a sentarse precisamente aquí conmigo, ¿por qué, entre todas las bancas que había, eligió precisamente aquella en que yo me encontraba? ¿Es que acaso pretendía ocultamente algo, qué obscuras intenciones tenía? Y más importante ¿quién y qué clase de persona era aquel desconocido que se hallaba a mi derecha sentado en aquella plaza casi desierta?

Los gritos y voces al fin se apagaron en algún momento y ya no los escuché más. No sabía qué hacer, quería huir, alejarme pronto de ese lugar maldito, pero, por alguna razón, simplemente me quedé mirando la noche fría y ahora silenciosa, sin poder fijar mi atención en ningún pensamiento en particular. El desconocido, después de un tiempo, de nuevo habló.

—Ya ha dejado de correr el viento. Sabía que lo escucharía usted.

—¿Qué fue? —pregunté mecánicamente, dándole ánimos a mi espíritu.

—El asesinato de una mujer cometido por su esposo, ocurrido en la noche anterior a esta. El hombre, bebedor como era, llegó borracho a su casa después de haber estado tomando en una cantina cercana a este lugar. Acusaba en su delirio a su esposa de engañarlo, tal y como solía engañarla él. Al ver que la mujer no confesaba ni se arrepentía, empezó a golpearla. No era cosa nueva esta, pero algo en su mirada y en su voz hizo pensar a la mujer que ahora algo iba diferente. No pudo hacer la desaventurada nada al respecto. No dejó de darle brutalmente golpes hasta que vio la vida escapar del cuerpo tendido en el suelo. Eso es lo que ha escuchado. Y hay aún más que escuchar si pone atención. Aunque el viento de invierno solo trae tragedias y hechos desafortunados, raramente en esta época se puede oír algo más.

Esto dijo sin quitar su vista de los árboles. No volvió a pronunciar palabra. Después de permanecer un poco más sentado, se levantó y se fue. No he vuelto a verlo, ni he regresado a ese parque, pero las voces que trae el viento no se fueron ya nunca; desde aquel suceso, cada vez que sopla, no puedo dejar de oírlas. Y ahora en los parques solo miro los árboles, esperando que el viento deje de correr.

El vientoWhere stories live. Discover now