Capítulo 16: Errores en cadena

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Adán estaba en la galería revisando los detalles necesarios para la re—inauguración de la galería la noche siguiente; por suerte había pasado tan poco que la mayoría estaba listo, y el personal necesario ya estaba contactado para que, a las diez de la noche atendieran a todos los invitados.

El confuso, y hasta el momento inexplicable hecho ocurrido la jornada anterior había servido como una excelente publicitad gratuita, pues ahora habían algunos medios de prensa más, y habían confirmado prácticamente todos los invitados; todo era casi igual, excepto que ahora habría una recepción rápida afuera y los cuadros se quedarían en el interior, de hecho había dispuesto que el nuevo Regreso al paraíso estuviera en el centro de la galería, abrazado por las otras pinturas que eran de imagen más amable que esta nueva. Sabía que la obra llamaría la atención, pero no estaba seguro del efecto en general, porque un resultado tan convulso podía perjudicar a todo lo demás. La suerte ya estaba echada otra vez, Carmen descansaba en su departamento y él tenía todo controlado, excepto aquel molesto mensaje en la tarjeta: no había dejado de pensar en eso, hasta finalmente convencerse de que no había motivos para estar alarmado, porque por mucho que alguien deslizara cualquier tipo de amenaza, aún tendría que disponer de alguna prueba, y eso era sumamente difícil.

Porque había destruido cada una de ellas, mucho tiempo atrás.

Sonó su teléfono celular, y se quedó un momento mirando el nombre en la pantalla: Eva. ¿Qué podría lograr que entre los dos naciera aquella chispa, el sentimiento mutuo que era mucho más que una atracción? Siendo un hombre que siempre tuvo cada aspecto de su vida bajo control, parecía una locura involucrarse con alguien de esa forma, pero lo que sintió por ella al verla, y todo lo que experimentaron después, era algo fuera de lo común; había allí un sentimiento animal, que iba más allá de lo físico, que trascendía lo simple del sexo por diversión, y los llevaba a otro nivel de conexión. Lo que había era casi inexplicable, pero en su interior lo entendía a la perfección.

—Eva —respondió al cabo de un instante.

—Ven al hotel —respondió ella; su voz era intensa y decidida, y transmitía un sentimiento que él comprendió al instante.

—Voy para allá.

No dijo más, y cortó. Tan pronto como escuchaba a Eva lo demás se borraba, ahora solo le importaba amarla otra vez, y para poder dedicase a eso, cerró la galería, y salió rápidamente en su auto, sin percatarse del vehículo estacionado a cierta distancia, donde un hombre lo vigilaba atentamente.

—Parece que vas a tener noche de fiesta Adán —murmuró Miguel, para sí—, y mañana es tu gran día. No me conviene decirle nada a Sofía aún, así que te voy a dejar disfrutar de tu noche de gloria y después atacaré; tranquila Sofía, tú y yo vamos a tener nuestra venganza.

3

A la mañana siguiente, Pilar salió rápidamente y con solo un objetivo en la mente; no le fue difícil dar con el paradero de la persona que buscaba, sabía que por su edad no se había ido a vivir sola, de modo que le bastó hacer algunas averiguaciones, y supo que estaba en una casa de retiro campestre a las afueras de la ciudad. Estaba más nerviosa que antes, ante la posibilidad de encontrarse con una verdad que no quería oír, pero por dura que fuese la situación, no iba a acobardarse esta vez, de alguna manera el apoyo y la fe de su amiga le habían dado fuerzas para enfrentar de una vez por todas aquello de lo que tenía ocho meses escapando.

Cuando la localizó dentro de la casa de retiro, vio a una mujer de más de setenta años, quizás más embarnecida y canosa, pero básicamente igual: de baja estatura, blanca de piel y cabello corto con rizos plateados, sentada sobre una reposadera, sola en ese instante.

La traición de AdánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora