Capítulo 10

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Me sentía ansiosa por la decisión que había tomado. Había aceptado la propuesta de un desconocido misterioso quien no tenía idea de cómo sabía mis secretos, me chantajeaba con ellos y a parte me acosaba, lamentablemente era mi única opción. Presentía extrañamente que no mentía con que mis huellas estaban ahí. Posiblemente la misma persona las puso aunque no sepa cómo. Al menos cumplió su palabra, luego de que la luz se fuera estuve a oscuras con el policía unos minutos hasta que volvió. La pulsera ya no estaba y los que estaban en el laboratorio análisando las huellas habían sufrido un ataque que los dejó inconscientes. La policía no pudo culparme de eso ya que estuve en la habitación todo el tiempo, además que había un oficial a mi lado en el momento que se cortó la luz. Sin embargo la repentina desaparición coincidía convenientemente con el momento donde pudieron obtener una prueba contundente en mi contra.

Papá no dijo nada luego de eso, volvimos en silencio a casa. Los agentes tampoco hablaron, se veían molestos, presentí que el agente hidalgo quería esposarme a la fuerza y tal vez la lucha que le llevo consigo mismo no hacerlo explicaba por qué no me dirigió ni una sola mirada en todo el camino.

Me sentía culpable sin serlo. 

Lo peor de todo fue cuando una vez en casa corrí hacia mi cuarto como si ahí pudiera hallar la paz, pero ni la conformidad y seguridad de mi habitación acabó con el temblor de mis manos. Tuve un fuerte espasmo cuando encontré el mismo papel amarillo en mi escritorio. Fue difícil controlar el impulso de salir corriendo temiendo lo que me esperaba en cuanto lo abriera y en medio de mi paranoia se me ocurrió que la persona que dejó la nota estaba aún ahí. Con miedo abrí las puertas de mi armario, más solo hallé ropa.

—Tienes que calmarte, Amy. Cálmate —me repetí abrazando mis hombros desnudas detectando mis vellos erizados por el miedo, juntando todo mi valor abrí el papel. La misma pésima caligrafía estaba tallada en la hoja, era tan mala que me acordó a las recetas de medicina de los doctores.

El mensaje fue mucho más claro y preciso esta vez.

<<Mira debajo del tapiz de la entrada. Los kollas, 168, dpto 102. Jueves 6 p.m. No llegues tarde>>.

A un lado del papel habían dos fotografías. Una mía saliendo de la comisaría y la otra...

—Mierda.

Fue como un balde de agua fría. Lo sabía, esa persona lo sabía, había estado en la comisaría aquel día. Me había estado siguiendo mucho antes, cuando aún residía en Hossaka. Quien sea que fuera debía saberlo todo. Y la imagen de la comisaría fue clara, si no iba a la dirección terminaría ahí, inculpada injustamente.

—Esto debe ser una maldita broma.

Al darle la vuelta a la fotografía la amenaza fue más clara.

<<Si lo cuentas será peor>>

Habían pasado tres días desde aquel espantoso mensaje, el recuerdo seguía tan plasmado en mi memoria que no me había dejado dormir más de tres horas. Hoy era el día que figuraba en la nota. Aún quedaban 8 horas para decidir que debía hacer. Ir a la dirección o ignorarla. A mi lado Riley ajena al mundo enrosacaba un mechón de mi cabello en su dedo.

—Quisiera ser lacia como tú. Me ahorraría tener que peinarlo todo el tiempo. Solo Dios sabe todo lo que le hago luego de ducharme.

A su lado Meryl nos mira atenta a la conversación aunque no ha hablado nada desde que llegó. Frunció los labios, conociéndola estaba a punto de decir algo que premeditó por mucho tiempo.

—Pareces un espantapájaros, pero eso es parte de tu encanto.

Aquella frase hizo que Riley le saltara encima a comerle la cara de besos.

El círculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora