Prologo

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Diecisiete años atrás. Damien Becher destrozó el corazón de Alina White, una romántica empedernida que cayó enamorada sin pensárselo dos veces.

Y que al parecer todo tan perfecto, no existirían problemas.

Cuando en cada rincón de Alina germinaba la semilla del amor, en Damien germinaba la del misterio. Nunca reveló sus verdaderas intenciones; algo sin compromisos, algo sin futuro, algo momentáneo, algo falso.

Pero ella nunca sospechó, jamás dudo de él, poniendo de lado las advertencias de su madre que le advertía que él no era correcto, no era adecuado ni apto. Solo un inmaduro poco hombre.

Aún en la universidad, estudiando para obtener el título de Veterinaria White, podía dejarlo todo de lado por aquel que le daba felicidad.

Las salidas se frecuentaban, las visitas a la casa eran más abundantes.

Todo encajaba en el modelo de vida de Alina, por fin Dios la había bendecido.

Un día, una gran cena romántica en un restaurante, todo con un gran tour agarrados de la mano, terminó en el departamento de Damien.

Al día siguiente, no hubo remordimientos existentes en la joven pareja.

Los días pasaban y todo parecía mejorar. Hasta que las diferencias de ánimo de Alina comenzaron.

Los notorios cambios de apetito, las náuseas y las irresistibles ganas de ir al baño veinticinco horas al día se hicieron presentes.

Un día, cancelando una salida con amigos se dirigió directamente a la Clínica de Salud instalada en Ciudad de Jade.

El doctor Harrison, después de una determinada inspección de síntomas se levantó y salió por la puerta. Cuando regresó sostenía en la mano una pequeña caja con líneas rosadas.

Se la tendió a Alina quién se quedó estupefacta.

—Imposible —susurró. —No puede ser posible, no debe serlo.

Habló mientras se le quebraba la voz.

—Hay un baño en el final del pasillo —indicó el doctor.

Con las manos bañadas en sudor, Alina cogió la pequeña caja compacta de cartón y se encaminó afuera. Ya en el baño, trataba procedió a calmar sus respiraciones mientras la plumilla daba resultado.

Un pequeño "tic" rasgó el sonido sepulcral en el que se encontraba. El mismo desapareció por completo con los sollozos de la joven al mirar dos rayas pintadas de color rosa en el artilugio.

Al regresar al despacho, el doctor inspiró profundo, se levantó y le tendió los brazos a Alina, quién por instinto corrió a ellos.

Luego de un breve momento se separó del abrazo gentil del hombre y comentó.

—No es justo —. Cortada por sollozos. — Solo tengo dieciocho años.

Al marcharse, no fue directo a su casa, solo vagabundeó por las pavimentadas calles. Su madre era muy estricta, en el sentido de la palabra. No existían segundas oportunidades; su padre siempre había sido más comprensivo, constantemente buscando la bondad de las personas, una redención.

Si llegaba y se los decía directamente ese mismo día, ambos estallarían pero solo uno la miraría a los ojos y la defendería. La otra la mandaría directamente al cebo.

Si se los ocultaba por un tiempo, la panza crecida lo revelaría involuntariamente.

Pero eso no era lo que más le preocupaba, no eran ellos por los que debería preocuparse, sino Damien. ¿Qué diría? ¿Qué pensaría? ¿Cómo reaccionaría? ¿La apoyaría o la dejaría tirada? No, el seguramente la apoyaría, no se atrevería a hacerle daño. Criarían una criatura juntos, le darían lo mejor de lo mejor y eventualmente saldrían adelante, juntos; como una verdadera familia.

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