3. Diversion y Adrenalina

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"¡Henry está aquí!"

Helen está contenta a más no poder porque su tío/casi hermano haya ido a verle.

Ayer después de una jornada agotadora en el Ricci su ayudante de cocina principal Frank, se ofreció a llevarla a casa en su Harley-Davidson[10] a las once y tantas de la noche.

Al llegar al pasillo de su piso vio un hombre tirado en el suelo con una mochila en sus brazos justo en la puerta de su apartamento. Sus sentidos desconfiados se encendieron al principio, pues creyó que se trataba de un indigente, yonqui o algo así. Pero al ver más de cerca la mochila, su corazón comenzó a latir desbocado al reconocer el primer regalo de cumpleaños que ella pudo darle al segundo hombre más importante de su mundo.

Henry.

Corrió hasta la puerta y sin esperar que se levantara del suelo se abalanzó sobre él.

—Hola tú. —La saludó Henry con dificultades para respirar por la embestida de Helen.

—Oh Dios... Hola tú. — responde la chica cálida, dulce y familiar.

—Así me llaman cuando las hago correrse, pero para ti únicamente soy Henry, Jake.

—No seas asqueroso Henry... —le azuza— Pero creo que Idiota te queda mejor que "Dios".

—Sí, soy un caso perdido, al menos eso dice el cuadriculado de tu padre —le responde el hombre con un poco de sarcasmo en su voz.

Ese fue el primer indicio para Helen de que algo había pasado entre ellos.

—Oye no te metas con papá. —le reprende al chico.

—Jake, eso solo es la constatación de un hecho. —contraataca su tío.

Volver a escuchar ese apelativo cariñoso, hace que el corazón de Helen se vuelva de algodón. No pensó que lo extrañaría tanto, hasta hoy.

Extrañaba tanto a ese chico que su padre dice es un caso perdido. Pero ella sabe que no lo es, conoce quién es Henry. Debajo de toda esa frescura y despreocupación, hay alguien especial. Más que un tío, Henry es como su hermano mayor. Un musculoso y problemático hermano mayor.

—Veo que te deshiciste de tu corte de cabello princesita. —Comienza de nuevo Henry.

—Ese era solo un flequillo recto, tonto.

—Si, como sea. —continúa el hombre para pincharla—, solo digo que, si en tu última visita me hubieses dejado tres días más cerca de tu ridículo fleco, te habría pegado goma de mascar mientras dormías.

—Henry somos adultos. Tu ya tienes treinta y uno. No puedes ir por ahí amenazando a las chicas con pegar goma de mascar en sus cabellos, eso es de primaria.

—Solo digo.

Y por ridículo que parezca, Helen le cree. Siempre fue blanco fácil. A partir de los tres años fue el conejillo de indias de sus travesuras. Desde operaciones encubiertas para robo de galletas, hasta locos disfraces alienígenas. El hizo que cayera su primer diente con un trineo improvisado en la escalera de la casa, también la visita a urgencias por cuatro puntadas de sutura en la barbilla, cortesía de un golpe con una rama de sauce del parque. Pero nunca importaba cuantas veces era impactada por sus proyectiles, ni afectada por los experimentos del chico. Ni cuan doloroso era, ella siempre volví a él, hasta que comenzaron a gustarle las chicas. A partir de entonces, Henry acostumbraba a encerrarse en su habitación haciendo cosas que una niña de siete no entendía.

Él había crecido y estaba distanciado. Pero todo acabó el día que a Helen le sacaron el apéndice. Henry pensó que ella moriría. Desde entonces, aunque las chicas no dejaron de ir a casa, ella siempre tenía un lugar privilegiado en la vida de su tío.
Y tenerlo abrazándole en ese momento, la hacía sentir tan feliz. Toda la soledad, todas las emociones se le vinieron encima mientras estaba en sus brazos y comenzó a llorar como una bebé.

COMBUSTIÓN (En corrección)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora