-¿Ha llovido? -susurré.

-No, es de la espuma. -dijo. -¿con quién hablas?

-Natalia. -volví a decir bajito.

-Oye, Marina, ¿hablamos en otro momento? Han llegado dos mesas y para variar, Vanesa no está aquí.

-Vale, tranquila. Buenas noches, que vaya bien. -me despedí y colgué tras escuchar su contestación. -Ya está cie… -la miré. Estaba dormida. Solté una carcajada. ¿Cuánto había tardado en sobarse? Era peor que un niño pequeño. Me agarró la mano fuertemente, girándose. Respiré hondo y eché mi cabeza en el sofá. Cerré los ojos.

-Cari, ¿te has dormido? -se desveló a los cinco minutos.

-La que se ha dormido has sido tú. -carcajeé. -anda, vamos a la cama antes de que te vuelvas al mundo de los sueños. -tal y como estaba sobre mí, pasé mi mano por debajo de sus dos piernas y me levanté. La llevé en brazos hasta el dormitorio. -te pesa el culito. -dije casi ahogada. No es que pesara una tonelada, pero su peso y el mío estaban más o menos igualados.

-Perfecto. -suspiró al encontrarse el colchón bajo su cuerpo. Se giró hacia su derecha y cerró sus párpados.

-¿No piensas ponerte el pijama? -le pregunté, acurrucándome a su lado. Pero no me contestó. Su boca se entreabrió, pero no recibí respuesta. Reí. Qué frágil parecía así.

Apenas hacía unas horas que el sol había aparecido, cuando unos gritos nos despertaron. No eran de terror, ni de amenaza. Eran gritos tan agudos que taladraban el subconsciente. Cargados de energía que nosotras no teníamos. Abrieron la puerta del dormitorio bestialmente.

-¡¡Todavía así!! ¡Hay que ver estas niñas!

-Ay, bueno, tampoco es tan tarde…

-¿A quién se le ocurre darle las llaves a tu madre…? -le susurré.

-Eso digo yo… -bostezó, escondiéndose bajo las sábanas. Mi progenitora acompañaba a la suya. Se acercó y se sentó en el borde de la cama. Mi cabeza seguía bajo la almohada.

-Hoy os vamos a llevar a los restaurantes que hemos pensado para la boda. -me acarició el pelo que descansaba sobre mi espalda. Todo enredado.

-¡¡Pero María Lucía Sánchez!! ¡¡Sal de ahí abajo ya que no tienes 3 años!! -chillaba.

-Mamá… te odio. -dijo en un susurro que solo yo oí, pues Pepi seguía pegando gritos sin ton ni son. Salí de mi escondite y mi madre me dio un beso en la mejilla. En el espejo del armario vi que había dejado la marca, como siempre. Ambas se acercaron a éste. Lo abrieron y empezaron a opinar sobre nuestras prendas del día a día. Me dirigí a mi chica. Quité la sábana poco a poco y le sonreí. Me contestó con una plena sonrisa que abarcaba todo su rostro. Le di un pequeño beso.

-Buenos días cariño. -le dije.

-Así si me levanto. -alzó la voz para que la oyera Pepi. La miró de reojo. Nos reímos. Se tiró sobre mí, rodeando mi cuello.

-Por favor. Mira que son empalagosas. -bufó su madre. Cambiamos el ruido de sus gritos por nuestras carcajadas.

-¿Pero a ti qué te pasa hoy? -la miró mi madre.

-Nada, nada, que hay una boda que preparar. -parecía algo agobiada con el tema.

-Relájate mamá, aún ni si quiera tenemos fecha. Tienes todo el tiempo del mundo para organizarte. -la abrazó tiernamente por detrás.

Mi madre, al ver que Pepi iba a organizar la ceremonia, no quiso quedarse atrás. Se interpuso y aseguró que deseaba prepararla con ella. Decía que lo necesitaba. Era una forma de "recuperar el tiempo perdido". Se sentía mal por haber estado tantos años sin mí. Por dejarme abandonada, prácticamente. Por todo lo que me había hecho pasar. Y si eso le hacía sentir mejor, adelante. Se trasladó a Madrid, al piso de mis suegros. Vaya tres juntos…

-¿VAIS A BAJAR HOY O MAÑANA? -no podía faltar el inigualable José de Lucía.

-Mañana si eso. -bromeé, asomándome  por la barandilla del pasillo.

-¡¡CUÑI!! -ya empezaba.

-Marina, ponte esto. -me señaló una ropa mi madre.

-Mh, no pega. -opiné. -con esta camiseta mejor. -saqué una en tonos verdes.

-¿Desde cuándo sabes tú tanto de moda? -me preguntó ingenua. -si de pequeña te ponías pantalones rojos con zapatos rosas… -me reí. Qué hortera era.

-Para eso tengo una estilista, mamá. -se le enterneció el gesto. No conseguía acostumbrarse a esa palabra.

Nos subimos al coche de José y recorrimos medio Madrid. Visitamos a lo largo del día unos catorce restaurantes. Probando diferentes menús en cada uno de ellos.

-Mira, yo ya no puedo más. -dije dando tumbos hacia el vehículo.

-¡Aún nos faltan dos! -exclamó Pepi mirando el mapa que ella misma se había currado. Se estaba tomando esto muy en serio.

-¡Qué blanda eres! -José me dio una palmetada en la espalda que casi me hace devolver todo lo devorado. Hice un gesto de arcada. -¡Tía! -rió.

-Mongolo, que me quedo sin novia. -lo insultó su hermana.

Y sí, seguimos yendo a más, a pesar de mi fatiga y malestar. No estaba acostumbrada a comer tanta cantidad. Aunque solo probáramos un poco de cada, fueron catorce. CATORCE. Catorce poquitos suman un "muchito". El quinceavo recinto pintaba bien. Un jardín nos recibía. En él había una fuente, imitando a la famosa italiana "fonte de trevi". Una enorme puerta, parecida a la de un castillo, daba paso al salón. Era muy amplio. Al final de éste había un escenario bastante grande para ser un restaurante. Había un centenar de mesas redondas, y una larga a la izquierda. A la derecha había otra impactante puerta que daba a un patio. Pequeñas fuentes decoraban los laterales. Había un bar al final de éste. "La barra libre que no puede faltar en una boda", dijo el encargado.

-Me encanta este sitio. -Malú pensaba como yo. Nos sirvieron tres menús. Podíamos intercambiar los platos y combinarlos como quisiéramos. O elegir uno de ellos.

-Qué aproveche, cuñadita. -le devolví una mirada cargada de odio. -sabes que te amo.

-Lo sé, lo sé…

EL MAYOR DESAFÍO DE LA VIDA ES VIVIR (T2)Where stories live. Discover now