Amanda

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El día en que Victoria Collins falleció, su hija, Amanda, llevaba ya tres meses desaparecida.

Muchos dicen que su muerte fue provocada por el dolor de perder a la única familia que le quedaba tras el fallecimiento de su marido. Otros, que las personas que se llevaron a Amanda volvieron por ella y en el forcejeo la mataron. La verdad es que su muerte no tuvo ni el glamur de una escena cinematográfica ni el romanticismo del dolor por la perdida. Victoria Collins, falleció el sábado a la 4:45 de la madrugada al bajar las escaleras por un vaso de agua y no prender la luz. Simple, humano y fatal.

Cuando dos días después no llego a su reunión semanal con el detective que llevaba el caso de su hija, Ryan, quien también era íntimo amigo de la familia, decidió visitarle personalmente.

Grande fue su sorpresa al descubrir que el pálido, ensangrentado y en algunas partes fracturado, cuerpo de Victoria yacía frió en la bajada de la escalera. Al igual que una muñeca olvidada que con el pasar de los años solo acumula polvo.

Decir que a Ryan le dolía la situación era sobrevalorar sus lazos con la familia, pero en cierta manera, la nostalgia por la pérdida de quienes podrían ser sus únicos amigos era una carga presente. Una sensación amarga de saber que esas personas, a las cuales les tenía el mismo cariño que a un pariente lejano, ya no existían.

El día en que Amanda desapareció era su decimoquinto cumpleaños, llevaba un vestido rojo, un sombrero con flores y el cabello rubio suelto al frió viento de otoño.

Un mes después, se encontró dicho sombrero a 135 kilómetros de donde fue vista por última vez. Ese sombrero y el testimonio de un anciano, quien aseguraba haberla visto subir al coche de un hombre el día en que desapareció, eran las únicas pistas con las que la policía contaba.

La situación se volvía cada día más frustrante, no existían pistas, no existían motivos y ahora la única persona que evitaba que a la niña la dieran por muerta había fallecido.

Ryan llegaba cada noche a su departamento, se servía una copa de vino y veía a su mujer desvestirse lentamente frente a él. Horas después, cuando el cuarto era solo iluminado por la luna e incluso el ruido de la ciudad había caído dormido, le contaba entre besos y caricias cualquier descubrimiento o avance que existiera.

En las últimas semanas esos susurros eran siempre los mismos: hoy no hemos encontrado nada.

Ryan Kratzer era el detective más joven de su brigada y el padre de Amanda había sido su mentor en sus primeros años de servicio. Era por el recuerdo de aquel hombre que había seguido apegado a la familia Collins incluso cuando el carácter de Victoria era en el mejor de los casos insoportable.

En cierta forma entendía porque Amanda había huido, si es que realmente había huido. Nunca fue una niña a la cual le importasen las apariencias pero siempre hizo todo lo posible para complacer a su madre.

Las clases de ballet, las de piano, las clases de italiano, alemán y francés. El no salir con sus amigas para priorizar sus estudios. El no acercarse a ningún chico para preservar su inocencia. El no juzgar nunca a su madre porque ella hacia todo en pro de su bienestar.

Una noche, entre los brazos de su mujer, le contó como aquella niña le daba lástima. Jamás había vivido. Siempre siendo moldeada a los caprichos de su madre, los cuales solo se intensificaron tras la muerte de su padre.

Le contó que a veces, pensaba en aquellos ojos miel, tan tristes para su edad y sentía que se ahogaba. Sentía que el mundo no era justo y dudaba. Dudaba de su trabajo y de él mismo. Dudaba del mundo que no veía que aquella pequeña era tan esclava de su madre como cualquier humano que llevara cadenas.

Esas noches, cuando el dolor por aquella niña lo abrumaba, su mujer simplemente pasaba sus pálidos dedos por su cabello, susurrándole promesas y palabras que solo existían entre ellos.

Tres meses después de la muerte de Victoria el caso se archivo como inconcluso. Amanda Collins estaba muerta. Esa era la única respuesta posible para su extraña desaparición.

La fortuna de la familia Collins fue donada a un grupo benéfico al cual ayudaba siempre Victoria y en honor de la niña la iglesia a la cual siempre asistía a misa realizo un funeral con el féretro vació.

Ryan fue solo a la ceremonia. Llevo un ramo de lilas y se quedo al lado de la reluciente lapida mucho después que todos se marcharan.

Había sido puesta al lado de sus padres, decorada con un simple mármol blanco y una fotografía escolar anterior a su cumpleaños. La fecha de su muerte era el día de su desaparición.

Esa noche llego a casa agotado, con el único deseo de abrazar a su mujer y no dejarla ir jamás.

La pillo en la cocina tarareando una canción mientras sus movimientos ondulaban su vestido rojo. El cabello que caía por su espalda parecía atrapar la luz y reflejar como rayos de sol.

Hundió su rostro en aquella melena inhalando el aroma a juventud y pureza.

−Llegaste tarde.

−Me quede en el cementerio después de la ceremonia. Deje un ramo de lilas. −Su voz salió ahogada entre los cabellos.

Su mujer se dio vuelta y tomo su rostro en sus pequeñas manos. –Eso es muy tierno. Ahora todos podemos descansar. −Deposito un suave beso en sus labios–. Te amo, Ryan.

−Te amo. −La estrecho entre sus brazos suspirando sobre esos jóvenes labios–. Te amo, Amanda. No sabes cuánto te amo.

AmandaWhere stories live. Discover now