—¿Qué? ¿Michelle estaba en la casa de mi madre? –preguntaba, Jay un tanto alterada—

—Si, estaba ella y fue bastante grosera... igual no la culpo, la mayoría de la gente sureña es muy desfachatada... –

—Lo que pasa es que acostumbramos a ser honestos y a no ser cínicos. –decía, Harry con voz punzante. Jay y Leonor le miraron un tanto ofendidas por el comentario—

—Somos gente de bien, sobrino. –articulaba, Jay— ¿O no lo crees tú?—

—¿La gente de bien odia a su familia? –preguntaba, Harry esta vez desafiante. Jay quedó en silencio, al igual que la castaña. La pregunta le había pillado, Jay odiaba a Michelle y de cierta manera a su familia sureña— Si es así, entonces... me estoy perdiendo parece. –

—Bien, bien... –articulaba, Leonor— Voy a cargar mi iphone, volveré en un minuto. –la castaña se ponía de pie arreglando su vestido para luego salir de allí dejando a Jay y Harry solos. La mayor dudó en si debía hablar... pero de todas maneras lo hizo igual—

—Sabes, Harold... –comenzó, diciendo Jay. Harry iba a interrumpir entonces—

—No es Har... –

—No hables. Estoy hablando yo en éste minuto. –ordenó, la mayor. Harry asintió y le escucho— Nosotros en mi familia somos cuatro hermanos y yo soy la única mujer... cuando estaba una nena, disfrutaba de todo lo que mi padre traía a la casa, mi madre siempre fue de éstas mujeres que se conformaban con lo poco y a todos nos decía que debíamos ser así. Pero yo... yo no quería ser así, sentía que podía ser algo más. Un día le dije a mi padre que quería ser rica, muy, muy rica, quería ser una reina... –contaba, Jay— Y papá me dijo que si me lo proponía, podría lograrlo. Entonces trabajé, estudié y trabajé, junté dinero a diferencia de tu padre, que él trabajaba para nuestros dos hermanos menores, que finalmente... están ahí. Logré entonces salir de Tennesse, conocí al padre de Louis, me casé.

—¿Diga? —pronunció, sosteniendo el teléfono por un lado mientras arreglaba su bello vestido de novia frente a un espejo enorme.

—¡Johanna, por el amor de Dios! —exclamaron desde el otro lado de la línea. Jay cerró sus ojos fuerte, ya sabía de quién se trataba.

—¿Qué quieres, Robert? —soltó, directa. Escuchó el soplo del otro lado, ya conocía el discurso de su hermano.

—Ya entiendes lo que quiero decirte. Estas cometiendo un error. —decía del otro lado, Rob. —No estás pensando... es decir, tienes que detenerte o vas a chocar contra un muro.

—¡Qué te calles! —vociferó, Jay. —Es mi día especial y nadie, ni tu ni ningún idiota moralista va a venir a interferir en mis planes. Salúdame a todos, hasta nunca. —Cortó.

Sus ojos admiraron su figura. Respiraba con dificultad, su familia siempre estaba hincando sobre ella, pero aún Robert. Él sabía más verdad que nadie. Por ello le odiaba. Sus manos se quedaron sobre su vientre, lo inexistente tarareaba con una cruel realidad. 

Sus ojos viraron hacia el pequeño maletín que estaba junto a su cama. Ya tendría tiempo de hacer que las cosas encajaran como el perfecto rompecabezas que ella formularía. 

Jay se puso de pie y Harry sentía que no debía quedarse allí sentado así que imitó la acción— Y adivina qué... –preguntó la mayor— Soy rica, muy, muy rica y vivo como una reina. –soltaba, mirando poderosamente a Harry— Y vivo feliz. Y eso es algo que a tu padre le molestó bastante. Pero yo no guardo rencor, yo le entiendo, la culpa fue de mi madre, que les crió con sus discursos de gente pobre evitando que ellos soñaran y anhelaran cosas. –Harry arrugó esta vez sus cejas—

Summer in Tennesse  «l.s»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora