Prólogo

1.1K 64 11
                                    

La pequeña niña pelirroja dormía tranquilamente en su mullida cama, aunque lo cierto es que sus pensamientos antes de dormir no habían sido del todo calmados, se preguntó una y otra vez por qué la señorita Astrid había detenido tan repentina y bruscamente su lección de piano aquella tarde, lo había meditado tanto que en cierto punto la pregunta se había convertido en sus ovejas para contar. Su padre la observaba con tranquilidad, no tenía idea de lo que se avecinaba. Se aseguró de que se encontrara completamente dormida para recibir a la mujer mayor que se había escandalizado tanto esa misma tarde, que se rehusaba a volver a tener contacto con la niña, sin embargo el hombre creía ingenuamente que ella le ayudaría.

― Ella no le hará daño ¿Lo sabe verdad?

― La niña esta maldita, no puede vivir entre nosotros ― ceceó la mujer.

― ¡Ella no está maldita! ― no levantó la voz pero lo dijo con la firmeza suficiente para intimidar a la maestra. ― Mi Cathelle tiene un don, un don maravilloso, no hay nada demoníaco en ella.

― ¡Eso solo lo piensa usted! Por qué es su hija. Está claro que el pueblo no piensa de la misma manera que usted― el hombre la miró expectante, no queriendo comprender lo que aquello significaba.

― No voy a permitirlo ― abrió la puerta bruscamente y sus terribles sospechas se convirtieron en una certeza al ver a los miembros del consejo, se quedó petrificado sosteniendo el pomo de la puerta.

―Profesor Higgins, buenas noches, hemos venido a tratar un asunto de suma importancia. ― le comunicó un hombre alto y calvo. El no respondió, seguía petrificado ante los acontecimientos. ―Permitidnos ver a la niña ― lo cierto es que no era una petición, era una orden, y los cinco pasaron detrás del seis, lo que obligó al hombre a despejarse y los siguió.

―Tenemos que llevárnosla, a un lugar donde no pueda hacer daño a nadie― propuso una de los cincos.

― No, algo como ella no puede vivir, es demasiado peligroso ― otro cinco aportó su opinión.

― ¡No le hagáis daño! Ella no lastimaría a nadie, ni siquiera sabe de lo que es capaz de hacer― el padre de la pequeña se arrodillaba ante los miembros del consejo.

― Todos los casos como estos solo nos traen desgracia, está claro que no podemos dejar que viva con nosotros ― dijo uno más, provocando que las lágrimas del hombre comenzaran a salir.

― Se los suplico, por favor, no hagáis nada con ella, permitidle vivir conmigo, yo la cuidare, me asegurare de que nada pase, me asegurare de que nunca se entere de lo que es capaz con tal de que no me separen de ella.

Los cinco se mantenían reacios a su decisión, también la mujer que había descubierto la terrible verdad era de opinión cruel, pero el seis se apiado de él, y como él era el seis quien estaba de su lado, esta vez las cartas jugaron a su favor.

― Dejaremos a la niña tranquila con una simple condición ― declaró provocando susurros de disgusto entre los demás.

― Lo que sea - murmuró el hombre agradecido.

― No la dejéis nunca, acercarse a un piano, y mucho menos tocarlo.

Con esto el tema quedó zanjado y todos abandonaron la choza, el hombre se sentó junto a su hija y comenzó a acariciarle el cabello con dulzura.

― Mi pequeña... yo no creo que seas un monstruo, no sabes lo que me duele tener que alejarte de este instrumento que tanto amas, lo lamento mucho - lloró amargamente, y la niña con el cabello de fuego jamás se dio cuenta de lo que aconteció aquella noche.


La pianista de mundos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora