Diciembre, 2018

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Paredes blancas, techo blanco, batas blancas. Todo era de color blanco en ese lugar. Él detestaba el blanco y odiaba aún más a los odiosos doctores de ahí.

—¡¿Dónde está el doctor....?!— gritaba una enfermera.

Veía a personas con batas, también blancas, correr de un pasillo a otro, alterados, pero él tenía toda la concentración en la ventana con vista a la habitación 7B, donde estaba ella. Su cabeza le iba a explotar, no podía controlar él ritmo de sus lágrimas, ya todo estaba perdido.

Ellos- pensaba- le ultrajaron todo, le robaron la única cosa que hasta ese momento lo había hecho feliz. Los culpaba por todas las noches de desvela, por cada gota que brotaba de sus ojos, por cada débil sonrisa que la pobre Rossy ya no daba. Los culpaba por no haber podido salvarla. Aunque muy dentro suyo sabía que nadie tenía la culpa.

—¡La perdemos!

Se acercó a la vitrina, apoyó sus manos en puños sobre esta. La vio. Echada, con los ojos hundidos, los brazos flacos, la piel pálida y labios resecos. Ya no parecía la misma Rossy de todos esos años.

—¡Su corazón pierde el ritmo! ¡Hay que reanimarla!

Observaba la máquina que estaba conectada a ella y oía un estruendoso pitido que ensordecía sus oídos. Poco a poco el aire se le iba del cuerpo al sentir como la vida de Rossy se le resbalaba de las manos. Se sentía inútil por estar ahí parado sin poder hacer nada, con la cabeza divagando en aquellas noches de desvela, cada una había sido un martirio y sabía muy bien que esa noche, en especial, sería la peor.

—¡El desfibrador!

De pronto, las voces de las enfermeras dejaron de hacer eco. Los llantos de su madre dejaron de golpetear su corazón. Todo paró en seco. Sintió una mano posarse en su hombro izquierdo. Alzó la vista encontrándose con su mejor amiga, tenía la mirada ida, los ojos rojos y notables ojeras, su querida amiga que se quedó con él todo ese tiempo se veía demacrada.

Un llanto al otro lado del pasillo y seguido unos gritos llamaron la atención de todos en el lugar. A unos metros de él, con vista a la habitación contigua, había una chica que lloraba desparramada en el suelo. Los doctores la agarraban de los brazos para impedir que siga aporreando la puerta. Y por más que ella no dejaba de moverse como una loca él pudo reconocerla.

<<Mayra>>

La conocía porque vivía al frente de su casa. Aunque nunca se hablaron.

—Tranquilo, todo irá bien— le susurró una tierna voz que sabía que era de su mejor amiga, más que eso, su hermana devolviéndolo a la realidad. Su realidad.

Evan no creía lo mismo. Sabía que iba a ser el fin.

De pronto el pitido que, creyó eterno, terminó. Volvió a posar los ojos en la vitrina de vidrio, los doctores cubrían el ahora inerte cuerpo de Rossy con un plástico, también blanco, como todo en ese hospital. Un doctor salió de la habitación, todos se pararon y corrieron hacia él. Pero, en cambio, Evan se quedó ahí sentado. Sabía de sobra lo que el doctor diría.

—Adiós, Sherlock— susurró, Evan, sabiendo que esa sería la última despedida.

El círculoWhere stories live. Discover now