El nido de la serpiente

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Seriu sabía, con tan solo siete años de edad, que su vida sería miserable.

Hijo de una prostituta y siendo llamado bastardo aqui y alla, no esperaba nada de la vida. Desde que le habían aventado agua helada en la cara cuando mendigo por un poco de comida olvido el respeto y se dedicó a robar cualquier cosa que su estrecho corazón deseara y sus manos pudieran alcanzar. Vivia cada dia por y para él, evitando deliberadamente relacionarse con otros. Mirando con desprecio escondido a todo el que se le cruzara. Cosas como la empatía le eran tan extrañas y ajenas que su naturaleza apenas podía considerarse como "humana". O viéndolo desde otra perspectiva, quizás era una versión demasiado cruda de lo humano.

Es difícil saber si había nacido así o fueron las tribulaciones de la vida las que moldearon su retorcida personalidad. Pero algo que está torcido, puede torcese aún más.

Los días de Siriu nunca fueron pacíficos, por lo tanto, el repentino llanto de un bebé no logró llamar su atención. Demasiado entretenido en destruir un hormiguero usando una larga vara que arrancó de un árbol. Picando, picando y por último enterrando hasta el fondo. Cuando se cansó del juego vertió agua en el agujero, se limpió las manos en su ropa de por sí sucia y al ver que el sol estaba a punto de desaparecer del cielo decidió que era hora de entrar a la destartalada casa en la que vivía junto con su madre.

Un olor de hierro inundó el ambiente y el niño no pudo evitar arrugar la nariz, en su boca pudo saborear la sangre. Entro al cuarto que compartía con su madre y vio sábanas manchadas de rojo apiladas en un rincón mientras que en la cama yacía una mujer de tez pálida y el largo cabello negro hecho un desastre. Sin embargo sonreía débilmente mientras abrazaba un pequeño bulto envuelto en una cobija. Sus ojos tenían un pequeño brillo, embelesada con lo que se removía a su lado y soltaba algunos sonidos de vez en cuando.

El pelinegro se acercó y fue cuando la mujer recordó su existencia. Con un poco de inseguridad decidió presentarlos.

-Seriu...mira...es tu hermanito -jadeo cansada pero feliz de que su nuevo hijo naciera con buena salud.

Sin embargo Seriu vio claramente como, aunque le pedía que fuera a conocer al nuevo miembro de la familia, los brazos de la mujer envolvieron al bebé con un poco más de fuerza intentando protegerlo de su sola presencia. Una sonrisa mordaz apareció en su rostro y se acercó para desdicha de la mujer. Miró al bebé sin mucho interés. Apenas era una bolita de carne que todavia no podia ni abrir los ojos. Desde su perspectiva no era algo digno de admirar pero hubo un detalle que llamó su atención.

—¿Por que su cabello es rojo?

Ante la interrogativa la mujer se quedó sin palabras durante un rato. Sin embargo el niño no necesitaba una respuesta.

—No es mi hermano —sentenció— Ni siquiera se parece a ti, mucho menos a mi.

—El se parece a su padre... —intentó justificarse— Y tu te pareces a mi, por eso.

—Eso es una mentira, seguramente ni siquiera tu sabes cual de todos los hombres que atiendes es el padre de este niño —escupió despectivamente dejando a la mujer en blanco.

El no era un tonto ni sordo. A través de las bocas de terceros llego a comprender en qué consistia el "trabajo" de su madre y lo deshonrosa que era su posición. Para empezar nunca sintió mucho apego por la mujer que le dio la vida, mucho menos respeto. Lo que ella hiciera lo traía sin cuidado, así como el bebé que decidió tener, no era su problema. Los dejo de lado y se acurruco en una esquina del piso con una manta para dormir.

Pasaron lo meses y el bebé, cuyo nombre se decidió que sería Rhet, no podía ser más dulce, aunque lo espolvorearan con azúcar. Mientras sus necesidades básicas estuvieran cubiertas, no solo no lloraria, también mantendrá un humor excepcionalmente bueno. Sus grandes ojos oscuros brillaban de curiosidad ante cualquier cosa nueva. Y al dormir, una vez envuelto en su manta, no se movería ni caería de la cama.

En un principio la mujer se hizo cargo de su nuevo hijo pero al finalizar el cuarto mes todo el dinero que logró juntar por años se esfumó y se vio en la necesidad de volver a trabajar. La primera noche que salió nuevamente hacia el barrio rojo se aseguró de dejar dormido apropiadamente a su bebé para que su otro hijo no se molestara, y rezo que durmiera hasta el amanecer. Cosa que no sucedió.

Seriu despertó de mal humor, intento soportarlo pero en vista de que no se callaba su paciencia se agotó y caminó hasta la cama.

—Deja de llorar, tu madre no esta, nadie te dará de comer -farfulló como si aquel bebé pudiera entender sus palabras- Además mírate, estas tan regordete ¿No te cansas de tomar leche todo el dia? Yo apenas probé bocado el dia de hoy y no estoy llorando.

Al ver que alguien había llegado su llanto pareció aminorar pero todavía gimoteaba lastimosamente. Sus ojos acuosos estaban fijos en el.

—¿Que? ¿Quieres a tu madre? Pues mejor acostumbrate porque de ahora en adelante tendrás suerte si se acuerda de ti.

Dichas estas palabras su ira disminuyó un poco, o mejor dicho se desvió por otro rumbo. ¿Por que su madre tuvo otro hijo si al final no iba a cuidarlo tampoco? Ya presentía que esa farsa de buena madre no iba a durar. De repente se dio cuenta de que el pequeño lo miraba fijamente, con sus ojitos y mejillas rojos de tanto llorar. Toda su atención estaba sobre Seriu.

—Incluso si me miras asi no te voy a cargar —le dijo cruzándose de brazos con decisión.

Si algo había notado era que a ese bebé le encantaba estar en brazos y una vez que lo alzaban era imposible soltarlo o haría una rabieta. Lo malo es que si no cumplian su demanda igual tendrian que lidiar con su berreo. Al cabo de unos minutos su respiración se volvió a descontrolar y los sollozos amenazaban con convertirse en gritos.

—No te atrevas —al ver que estaba por explotar se apresuró a cargarlo es un acto desesperado— ¡Ya te estoy cargando, ya te estoy cargando, deja de chillar que me das dolor de cabeza!

Imitando lo mejor posible a su madre acomodo al bebé y lo meció de un lado a otro. Solo eso hizo falta para que Rhet se calmara, un poco de atención. Después de todo era la primera vez que su madre no dormía a su lado, irremediablemente resintió su ausencia y calidez. Al despertar y no encontrarse con el afable rostro familiar de siempre se asustó. Algunos dirían que estaba demasiado acostumbrado a la atención y mimos, pero en realidad simplemente no le gustaba la soledad. Siendo una criatura tan pequeña en un mundo infinitamente amplio ¿Cómo no tener miedo si se quedaba repentinamente solo y sin protección?

—¿Que tienes tu de tierno? ¡Eres un manipulador! —exclamó Seriu y sus cejas fruncidas se alizaron— Quizas despues de todo si eres mi hermano.

Rhet intentaba meterse un puño a la boca, fallando en más de una ocasión, sus movimientos eran torpes y descontrolados. Seriu contemplo esto y frunció el ceño.

—O quizás no. Eres tan tonto -se sentó en la cama y con una mano ayudó a guiar el puño del bebé hasta su boca aun sin dientes—. Ahí está, por mi te puedes comer tu propia mano si con eso me dejas dormir.

Aunque sus palabras eran todo menos amables, su tono se había suavizado notablemente. Pensándolo mejor no era tan feo como la primera vez que lo vio. Tal vez tuviera que ver el hecho de que su cara no estaba hinchada y sus ojos estaban abiertos mostrándole una grandes y radiantes pupilas llenas de inocencia. Algo que Siriu no conocía. Y cuando ese par de ojos negros lo miraban no se encontraba con el repudio de las personas que lo veían en la calle ni miedo como el que su madre trataba de ocultar. Solo había una sincera curiosidad por su persona.

Suspiro y al cabo de pensar un rato llego a una conclusión.

—Parece que tu y yo estamos en el mismo bote —dijo con una sonrisa irónica—. Vaya vida más miserable nos tocó ¿No te parece?

El bebé soltó un ruido extraño que sonó a una aprobación. Seriu no pudo evitar reír.

Seriu rio, así que Rhet también.

No le gustaban otras personas y mucho menos los animales que se ponían a la defensiva nada mas verlo. Ya que todos lo odiaban el también los odaria pero esta fue la primera vez que se encontró con un ser que, además de no temerle, le sonrió.

Y alguien así valía la pena conservarlo.

Quizás...

El Conejo y la SerpienteOn viuen les histories. Descobreix ara