Muros de cristal

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—Oye, ¿cuándo vamos a la playa?

Dania se ríe con esa risita de niña de ocho años que me anima y hace mi día cada vez. Está enamorada de los trabalenguas. Tengo que desechar una imagen mental de mí sosteniendo una escopeta en la puerta cuando su primer novio llame a la puerta... tratando de torcer su camino en su vida como las palabras que están retorciéndose en su boca.

—¡No puedo decirlo! —Se ríe, todavía tratando mientras abraza mi cintura.

Acaricio la cabeza de Dania y luego alzo la mirada hacia Samantha.

—¿Cómo va la semana?

Su sonrisa es falsa. La conozco desde que tenía catorce años, por lo que puedo decirlo. Traga saliva.

—Patrick llamó hace un rato.

Joder. Con toda la mierda que está pasando, me había olvidado de mi hermano.

—¿Qué quería? —gruño. Pero sé lo que quiere.

Sam se encoge de hombros.

—Solo hablar, supongo.

Entrecierro los ojos.

—¿Hablaste con él?

—Le colgué. No puedo hacerlo de nuevo, Jules. He pensado en ello una y otra vez en mi mente y no hicimos nada malo. Patrick y yo nos separamos. —Me mira, suplicando—. Tú y yo no hicimos nada malo. ¿Verdad?

La abrazo.

—Por supuesto no. Olvídate de él.

—Dice que va a venir. Dice que tiene cosas que decir. Cosas que ha estado queriendo decir durante mucho tiempo. Pero le dije que no vendrías a casa hoy. —Alza la mirada con ojos llorosos—. No me creyó.

—¿Le contaste sobre...? —Pero no tengo tiempo para terminar, porque puedo escuchar el ruido del auto que ha estado conduciendo desde que obtuvo su licencia. Un gemelo de mi Camaro del 69, pero en azul, y recibido un año antes. Nuestro abuelo era un coleccionista y cada uno de nosotros pudo escoger el día que cumplió dieciséis años.

Si eligió el azul, entonces escogí el rojo. Siempre ha sido así con Patrick y yo. Rivalidad. Celos. Y rabia. Fuimos competitivos hasta el final. Sin embargo, el final llegó más pronto que tarde. Y me quedé cuando se fue. Tuve a Sam y, más tarde, a Dania. Y él tuvo... bueno, no tengo ni idea de lo que tuvo. No lo había visto en casi años antes de la semana pasada. Pero lo que fuera, sacó el lado equivocado de ese acuerdo.

—¿Dónde están las playas, de todos modos? —pregunta Dania, tirando de la manga de mi camisa—. ¿Y cuándo podemos ir allí?

— Ve dentro con tu madre. Tardaré solo un segundo.

Samantha asiente y toma la mano de Dania.

—Vamos, cariño. Vamos a preparar la comida.

—Estoy hambrienta —dice mi niña, ya caminando por los escalones de la entrada de la mansión de setecientos cincuenta metros cuadrados frente al mar. Es la casa más grande en este extremo del pais. Ha estado en la familia durante tres generaciones. Y ahora es mía. Todo allí es mío ahora.

Patrick desliza sus gafas de sol hasta su frente y abre la puerta del auto.

—No te acerques más, idiota.

La pausa es corta, y un segundo más tarde, sale de todos modos. Sabía que lo haría, pero decido que se merece una advertencia. Y esa frase es todo lo que recibirá.

Lleva ropa que le da una apariencia aceptable. Una camisa blanca de vestir, las mangas enrolladas casualmente sobre sus antebrazos. Pantalones negros ajustados a medida para su forma atlética. Y zapatos de cuero de lujo que probablemente podrían valer el dinero de un año de universidad. Parece de buena familia y rico. Y supongo que lo es. Creo que ambos lo somos. Pero algunos sabemos la forma de llevar la buena educación mejor que otros.

Servicio completo  Julián DraxlerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora