—No pasa nada, señoritaMorris, no se preocupe usted por mí —respondió Ned—.Sobreviviré.

—Charlie, queridoCharlie. —Eve lo miró con cariño—. Hablaré con el señorRobson para ver si te quiere ofrecer un empleo. Haré todo loposible.

—¿He hecho algo mal,señorita Morris? —le preguntó el muchacho, dirigiéndole unamirada de profundo desconsuelo.

Sam Pratchett le dio unapalmadita en el hombro y le prometió que le explicaría todo mástarde.

—Thelma... —Pero Evefue incapaz de mirar a la muchacha y de pronunciar una sola palabramás. Cerró los ojos y se llevó la mano a la boca. Sentía un doloragudo en la garganta y en el pecho. ¿Dónde iría Thelma? ¿Quéharía? ¿Quién le daría trabajo? ¿Cómo iba a alimentar y criar aBenjamin?

—Eve —dijo Thelma—,no es usted responsable de mí. De verdad. Ha sido increíblementeafectuosa conmigo, pero ahora debe pensar en sí misma. Yo saldréadelante. Encontraré algo. Ya lo había hecho antes de que usted metrajera aquí.

Eve abrió los ojos ydirigió una mirada a su tía. Su casita de campo en Gales la habíanvendido. En el testamento de su padre no se mencionaba la pensiónque le había dejado. La tía Mary era una anciana cansada y mediotullida. Había sido una inmensa satisfacción para Eve llevársela aRingwood y prodigarle unos mimos que no había conocido nunca.

—No tienes quepreocuparte por mí, cariño —dijo con firmeza la tía Mary—.Volveré a casa, al lugar donde nací. Allí tengo amigos que puedenalbergarme. Haré algo útil y me ganaré la vida. Pero ¿y tú? Tupadre te desarraigó, te crió como una dama y te ha dejado sin nada,el muy malvado. Y todo porque no pudo salirse con la suya. Siestuviera vivo, le diría un par de cosas. Créeme, me iba a oír.

Pero Eve no la escuchaba.Estaba pensando en Davy y Becky. Eran huérfanos. Sus padres habíanmuerto con pocos días de diferencia de unas fiebres virulentas y losniños habían iniciado un viaje interminable a lo largo y ancho deInglaterra, pasando de un pariente a otro, sin que ninguno losacogiera o se hiciera cargo de ellos de alguna forma. La última dela lista había sido su tía abuela, Jemima Morris. Eve estabaconvencida de que su tía, si hubiera dependido de ella, habríaabierto las puertas de su casa y de su corazón a los niños. PeroCecil la había persuadido de que eso habría perjudicado su salud yle habría destrozado los nervios.

A espaldas de Cecil, latía Jemima había acudido presurosa a Ringwood y Eve se había hechocargo de los niños, a pesar de que no la unía a ellos ningún lazode sangre. El padre de Eve acababa de fallecer, Percy estabacombatiendo, esperar el regreso John se le hacía interminable, sesentía sola a pesar de la presencia de la tía Mary en casa y elllanto lastimero de la tía Jemima había roto el corazón.

La señora Johnson, unaviuda de Heybridge conocida por su buena mano con los niños, aceptóocuparse de los huérfanos de modo que Eve se puso a buscarles unainstitutriz. Una amiga casada, que ahora vivía a unos cincuentakilómetros, le había hablado de una desdichada institutriz de subarrio, a quien habían despedido cuando se supo que esperaba un hijoilegítimo de su patrón, y que desde entonces arrastraba unaexistencia mísera como lavandera. Una semana más tarde, Thelma Ricese instalaba en Ringwood con su bebé.

¿Qué sería de Davy yBecky? ¿Lograría Eve convencer a Cecil de que fuera generoso y losdejara quedarse, ahora que iba disponer de una casa más grande y unamayor fortuna? ¿Dejaría quedarse también al aya Johnson, para queel cambio no fuera tan traumático para los niños? ¿Y Thelma yBenjamin...? ¡No! Eso estaba totalmente descartado.

—Agnes... —comenzó adecir.

—A mí no tienes quedecirme nada más, niña mía —la interrumpió el ama de llaves—.He estado más de una vez en la cárcel y he vivido para contarlo.Dejé Londres en busca de una vida mejor y me detuvieron porvagabunda. Después, tú me acogiste. Nunca lo olvidaré y tebendeciré con mi último aliento, pero no quiero añadir un sologramo de peso a la carga que llevas sobre los hombros. No estoy a tucuidado, Eve. De veras que no. Pero si no te importa, cuando te echende aquí, me quedaré contigo, y por un tiempo seré yo quien cuidede ti. El mundo puede ser muy cruel.

Ligeramente casadosWhere stories live. Discover now