3. Sirvientes

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Estaba consciente de que había capturado a los dos individuos desafiándome a tomar sus vidas y hacer de ellos títeres sin voluntad o abono para el bosque. La hermosa mujer en el árbol era una perversión que se excita derramando sangre, pues así se alimenta y no hay nada que disfrute más que dar suculentos sorbos a las acuosidades rojas de cuerpos sin vida, después de hacerles pasar unos agónicos últimos instantes.

Los rostros de los asesinos solicitaban en silenciosos gritos que los mataran. El golem y el trent mantenían depravadas miradas sobre mí, a la expectativa de lo que haría a continuación. Yo me concentraba en la sentencia con la que castigaría esos corrompidos humanos. En mi anterior vida, mis padres me enseñaron que quitarle la vida a otros es un pecado grave, cualquier persona que fragmentara su alma cometiendo tal atrocidad era castigado privándose de libertad, cosa por la que se desviven todos los que habitan fuera de esta isla, por el agradable sentimiento de poder hacer lo que nos plazca, sin ataduras. Sin embargo, otros, como los que permanecían frente a mí rogando un deceso indoloro, llevaban a otro nivel el significado de «poder hacer lo que nos plazca», lastimando a semejantes por motivos tan errados como el dinero, el rencor, e incluso el tan urgido amor.

Debí conservar algunos de mis sentimientos humanos, no me decidí a quitarles la vida, castigo propio para su pecado. En cambio ordené que los soltaran, y cuando ellos tocaron el suelo estrepitosamente, una corriente helada trepó por mis pies hasta mi cabeza, señalándome todo el temor de esos inferiores. No deseaban más que acabar con esa pesadilla, alejarse de mi madre, del trent, del golem, pero sobre todo, de quien con la angelical apariencia de un niño de cinco años, los juzgaría. Por sobre todas las cosas, anhelaban alejarse de mí. Alzaron al fin una mirada bovina, gimiendo clemencia.

Imperturbable, me alcé en una columna de tierra con los brazos cruzados, mirándolos hacia abajo, como el primero de ellos debió mirar a mi antiguo padre en sus últimos segundos. Miedo, preocupación, desolación, arrepentimiento, desesperanza, eran algunos de los sentimientos que provenían de ellos y la tierra me dictaba; sus corazones viciosos emanan una larga lista de sentimientos entremezclados en un complejo pandemónium.

Una vez más mis arraigadas costumbres mortales se hicieron presente cuando comencé a sentir pena por esos despojos. Les di la espalda. De ellos provino una alegría tal, que casi me invadió. Se levantaron, y corrieron hacia la lóbrega cueva dando tumbos, sin mirar atrás. Entonces sonreí, en señal de victoria, y mi madre me acompañó con un alarido de orgullo. Justo antes de que se adentraran en aquella intensa oscuridad, sujeté sus tobillos con hojas silvestres, cayeron de bruces contra el suelo pero no hubo dolor alguno.

Caminé hacia ellos reflejando serenidad, ellos proferían estruendosos gritos de auxilio que no serían escuchados por nadie más que mi madre y sus sirvientes.

—Puedo perdonar que matasen a quienes me criaron en mi anterior vida, porque ese yo ya está muerto —susurré, agachándome entre ellos—, pero ahora soy hijo de Zo-Evé —«diosa retorcida y misericordiosa», pensé—, y no puedo tolerar que hayan infectado con sus impurezas esta tierra santa.

No temía que divulgaran la ubicación de esta isla o la existencia de mi madre, pues nadie les creería. Ellos mismos, con el paso del tiempo, juzgarían su propio juicio y se preguntarían si todo fue verdad o una terrible pesadilla vívida que consiguió empañarles los sentidos desde lo más profundo de su subconsciente. Y aunque algún hombre tan desequilibrado como para creer una historia semejante le tomara la palabra y decidiese embarcar las desconocidas mareas del Atlántico y pudiese, gracias a un golpe de suerte, o fatalidad más bien, encontrar este sombrío lugar, no ganaría más que la desgracia de una muerte prematura o la desorientación perpetua al descubrir lo que el hombre común no debería siquiera avistar por el rabillo del ojo. Siendo sincero, solo quería dar cualquier excusa para usar mis poderes.

Ellos gimotearon y se revolvieron como ratas, intentando escapar. Yo ordené al bosque atarlos de manos con una rama y los alzase, colgándolos a ambos lados del sendero que conducía desde la salida de la caverna hasta mi madre, quien reposaba en el Árbol de la Vida mirándome con atención. Tuve la impresión de que estaba languideciendo y que la corona de hojas se marchitaba. Los alaridos desviaron mi atención, por lo que ahogué al fin sus tormentosos gritos envolviéndolos en lo que asemejó una crisálida de barro y musgo.

Los corazones de los sacrificios retumbaban con toda claridad por el extenso bosque, sus rítmicos latidos alimentaron mis ansias de ver cuál sería el resultado del abominable ritual que les arrebataría la humanidad en una metamorfosis similar a la que sufrí.

Con el pasar de los ciclos lunares, el intervalo entre cada pálpito era más largo, tanto que a momentos, acostumbrado al tiempo de mi anterior vida todavía, creí habían pasado semanas entre un latido y otro, por lo que, emocionado, pensé que ya se había acabado el ritual un par de veces, decepcionándome al darme cuenta de que no era así.

La luna pasaba del verde espectral a un rosa pálido, luego a un rojo intenso y volvía al violeta, esto se repitió incontables veces mientras yo me alimentaba de los deformes y oscuros frutos de todo el bosque, degustando una variable gama de sabores nunca probados. Continué comiendo maravillado por los increíbles sabores lo que me parecieron fueron horas en las que mi cuerpo había crecido notablemente (ignoro si por efecto de la fruta o el tiempo). Lo que sí reconozco es que me sentía más lleno de energía y mis sentidos eran más agudos.

Las sombras del bosque comenzaron a bailar al compás del viento, yo estaba siendo víctima de la somnolencia, dando pesados cabezazos durante la danza, pero desperté de inmediato, acosado por un presentimiento que se confirmó cuando los capullos despidieron un crujido desde su interior. El bosque le daba una confortable acogida a los dos nuevos golem de barro que cayeron al romper su coraza. Se repusieron al verme y se arrodillaron en la misma reverencia que hice al presentarme frente a la diosa, lo que me parecía, ocurrió mucho tiempo atrás.

Mis creaciones eran, de lejos, diferentes a los que vigilaban a mi lado: sus caras se derretían lentamente, mostrando desfiguradas expresiones serviciales. Eran una grotesca imitación de los títeres de mi madre, dormida hace ya varias lunas rojas.

Me preparaba para deshacerme de esas aberraciones cuando escuché muy lejos un vaporoso y familiar silbido. Los deformes monstruos debieron notar mi nostalgia y la debieron confundir con preocupación, pues se levantaron, goteando lodo por sus voluminosos brazos que llegaban hasta sus flacuchentas rodillas, y atravesaron la cueva sin esperar alguna orden.

Los seguí, sintiendo aquél lóbrego lugar como una parte de mí a la que no recurría hacía mucho. Cada molécula de ese espeluznante sitio aclamaba mi nombre. Seguía sin poder ver nada, pero todo se reveló muy claro para mí. Percibí los cadáveres podridos de quienes, llamados antes por Zo-Evé, atravesaron la caverna intentando alcanzar la grandeza que ella les había ofrecido alguna vez. Sentía los movimientos de los gusanos en la tierra, saliendo de las cavidades de los muertos. Seguía sin oler nada, sin advertir mis propios movimientos, pero la tierra me decía todo aquello en un murmullo que viajaba directo a mi cabeza en un lenguaje que no conocía pero que entendía a la perfección, claro como el agua.

Logré salir de la caverna, gimiendo, sudando, angustiado por los innombrables horrores que yacían dentro del mortal ducto hacia el mundo de mi madre, entendiendo su necesidad de compañía, y el motivo por el cual ya no había culto en mi antiguo mundo que la recordara como era en verdad, retocando en exceso su apariencia en cada una de las nuevas religiones que dominaban estos tiempos, hasta tener figuras opuestas, idealizada por mortales mezquinos e ignorantes. Sin embargo en otros mundos aún se inclinaban ante una imagen más cercana.

Estando en las orillas de la isla, a muchos nudos de distancia, divisé un gran buque aproximándose a nosotros con total seguridad.    

El hijo de Zo-Evé #PGP2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora