Capítulo 11 -La primera noche, un recuerdo olvidado /parte 2

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               "¿Un pacto?" Aquella pregunta retumbaba sin cesar en mi mente. Mis labios se negaban a articular cualquier palabra, a separarse para respirar con libertad, como si estuvieran aprisionados por el peso de lo desconocido. La sensación de inseguridad frente al descontrol que tenía de las situaciones que me acechaban se tornó desesperación, una sed impaciente contenida por desentrañar el significado de esa palabra en particular que me había dicho Azael.

Después de que él desapareciera, transcurrió un lapso considerable de tiempo en el que permanecí inmóvil, sumida en un estado de aturdimiento que parecía implantarse más allá de mis capacidades o el dolor físico de permanecer tanto tiempo de pie. Mis ojos, perdidos en el vacío, se llenaron de lágrimas incipientes que poco a poco nublaron mi visión hasta dejarla completamente borrosa. En ese instante, un temblor violento sacudió mi cuerpo, mientras mi corazón latía con frenesí, como el estruendo frenético de un tambor enloquecido.

Ante la presión, mis rodillas flaquearon, por lo que me permití dejarme caer sobre el colchón.

Cuando el reloj marcó las once de la mañana, me sentí flotando en un sueño lúcido, ajeno al control que podía tener sobre el. Estaba experimentado un cansancio interno, pero al mismo tiempo, no podía simplemente quedarme dormida y afrontar la situación con indiferencia, dormir en mi habitación se había convertido en una amenaza.

Mis pensamientos se volvieron erráticos y caóticos a lo largo del día. Durante dos días, me dediqué a los quehaceres que normalmente hacía Margaret, rompiendo objetos accidentalmente y arruinando otros a voluntad debido al estrés que me invadía al intentar organizarlas. Atravesaba los límites de mi cordura, resistiéndome con terquedad a la necesidad de descansar. Por las noches, debía procurar conciliar el sueño tan pronto como Margaret se retiraba a dormir. Y al primer rayo de sol, debía estar sentada en el sofá o devuelta a mi habitación.

Fueron tres mañanas después cuando descubrí que la luz del día no representaba una limitación para él, quizás ni siquiera para ninguno de ellos.

En ese día, Margaret me sorprendió durmiendo en el sofá.

Me incorporé abruptamente quedando sentada frente a ella. Me resultaba incomodante hacer esos movimientos bruscos al instante de despertar, pero intenté mantener la postura.

―¿Pasó algo? ¿Te sientes mal?

―¿Qué? —me recogí el cabello para simular estar totalmente lúcida.

—¿Por qué duermes en el sofá?

—Simplemente me levanté temprano y volví a quedarme dormida —me levanté—. Voy a volver a mi habitación.

Un viento cálido soplaba desde mi ventana, haciendo que las cortinas se agitasen en el aire. Era una mañana soleada y tan silenciosa como de costumbre. Mi cuerpo estaba tendido sobre la cama, no obstante me sentía ausente, ajena a las sensaciones o estímulos exteriores.

Seducida por el sueño, caí dormida. Fue un sueño ligero porque un ruido apenas perceptible provocó que me incorporara de un sobresalto.

No había nadie.

Aceptando el hecho de que no podía quedarme en mi habitación mucho tiempo a causa de los pensamientos que me advertían que nunca estaba sola, entré al baño a ducharme para deshacerme del sueño y buscar en qué ocupar mi tiempo.

Al terminar, me detuve frente al espejo, el cual me devolvió mi propia mirada débil. Ajusté la toalla en torno a mi cuerpo mojado para evitar que se deslizara mientras me observaba con atención —Sentía un profundo desamparo. De repente, volví a escuchar el mismo ruido como de algo estrellándose contra el piso.

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