Nunca es tarde para soñar.

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El anciano miraba, con nostalgia el blanco techo de su habitación, sentía como poco a poco volvía a ser un niño, ¿Qué era esa mancha amarillenta en el techo? Parecía una nube y esa nube ¿Qué era? Parecía una dama, con su extravagante vestido ampón y si lo mirabas desde otra perspectiva resultaba ser un globo aerostático, si era bastante similar. Otra amarillenta mancha ¿Esta que podría ser?...

 La puerta de madera ya desgastada chirrió mientras se abría lentamente. El anciano volteó para ver quien lo visitaba.

― ¿Papá? ― Él le respondió con un gruñido de afirmación.

― Papá, yo… después de tanto tiempo yo… ― el hombre se aclaró la garganta y se quitó el sombrero que llevaba puesto ― he decidido venir a hablar contigo.

― Hijo― susurró con voz débil ― lamento que esto tenga que pasar para reconciliarme contigo ― al hombre se le formó un nudo en la garganta.

― Tiene que haber algo que pueda hacer por ti ― Se aproximó hasta su padre olvidando todos los récores que antaño le habían impedido acercarse a aquella casa, esos rencores que le habían alejado de la persona más importante que le quedaba.

― Ya no hay nada que hacer Frank ― tomó su mano entre las suyas y una lagrima se escapó por  su arrugada mejilla.

―  No quiero, que esto acabe así papá, yo cometí muchos errores, errores que te hicieron sufrir, pero a pesar de todo ahí estabas buscando lo mejor para mí y solo ahora puedo verlo, me arrepiento tanto ― se arrodilló frente a la cama y comenzó a sollozar contra la mano de su padre.  

― Frank, mírame ― así lo hizo este ― Todos cometemos errores, yo también los cometí y quiero que sepas, que no te culpo por nada, voy a estar bien, me reuniré con Genieveve, no sabes cuánto la extraño y juntos velaremos por ti, allá arriba.

El hombre rompió a llorar aún más fuerte.

― ¿Puedes dejarme descansar unos minutos? ―pidió el anciano.

― Claro que si, estaré en la sala por si necesitas algo. ― Diciendo esto abandono la pequeña habitación.

Franklin Jefferson se paseó por la sala de estar, pensando en el día que se fue de esa casa, el día que se peleó con su padre y le prometió que no volvería, también pensó en el día anterior, el día en que le habían llamado para darle la noticia, el día en que su promesa  y el pasado dejaron de importar.

Se puso a inspeccionar los rincones de ese lugar que ya había quedado olvidado para él, rebuscó en su pasado y descubrió que jamás estaría bien consigo mismo hasta compensar el mal que había ocasionado. En su búsqueda descubrió una vieja fotografía, eran ellos, su padre, su madre y el de pequeño, posaban alegremente frente a un globo aerostático, instantáneamente recordó aquel momento.

Habían ido un campo no muy lejos de casa tan solo para subirse a un globo, pero al llegar descubrieron que no quedaba lugar para todos, su padre insistió rotundamente en que él y su madre se subieran y disfrutaran del pequeño viaje, ellos no querían ir sin él pero al final accedieron. Una vez en el globo su madre le confesó que su padre siempre había soñado con subirse a uno y que por eso debía disfrutarlo como nunca, porque él les había regalado su sueño y no había regalo más grande que ese.

Con lágrimas en los ojos se dispuso a hacer una llamada.

Alguien llamo a la puerta donde el anciano acababa de despertar y ahora se dedicaba a observar nuevamente aquellas manchas amarillentas. Después la puerta se abrió un poco.

― ¿Papá? ¿Ya estas despierto? ― De nuevo el mismo gruñido de aprobación. ― ¿Crees que puedas levantarte?

― Puedo intentarlo ― se incorporó muy lentamente y con cuidado retiró la cobija azul que le cubría el cuerpo, su hijo corrió a ayudarle. Llevaba una camiseta algo grande y unos pantalones de chándal, Frank le ayudó a ponerse los zapatos y luego a caminar hasta el porche de la casa.

― ¿A dónde me llevas Frank?

― A pagar mi deuda― los pequeños ojos azules del enfermo lo miraron confundido pero no dijo una palabra. Con cuidado lo condujo hasta su coche y lo sentó en el asiento del copiloto.

Los arboles de la carretera pasaban rápidamente junto a el coche, el anciano miraba por la ventanilla perdido en sus pensamientos nostálgicos. Al llegar, de nuevo su hijo lo ayudó a bajar y le pidió que cerrase los ojos.

― Ya puedes abrirlos ― dijo al cabo de una caminata que había dejado al anciano bastante débil.

Y ahí estaba ese hermoso globo aerostático color tinto, en los ojos  llorosos del anciano se reflejaba la felicidad que sentía al verlo.

Ambos subieron y el globo despegó, la tierra estaba cada vez más lejos, revelando el paisaje más hermoso que se pudiese imaginar. Padre e hijo se dirigían a un momento inolvidable.

― ¿Por qué aquel día, me dejaste subir a pesar de que este era tu sueño? ― preguntó el hombre.

El anciano lo miró unos segundos para luego contestar:

― Creí que mis sueños ya no importaban si podía darte aunque sea un momento de felicidad.

― Papá, nunca es tarde para soñar.

― Ahora lo sé ―   él se recargó en la pared de la canastilla y bajó lentamente hasta quedarse sentado, su hijo lo imitó, preocupado. ― Gracias por hacer que mi sueño se volviera realidad, pero lo cierto es que tengo un sueño que deseo con mucha más fuerza que este.

― ¿Cuál es?

― Que seas feliz. Te amo hijo. ― Esas fueron las últimas palabras de Thomas Jefferson, dichas en los brazos de su hijo, y con una sonrisa en el rostro. Frank rompió llorar sobre el cuerpo de su padre.

― También te amo papá. ― susurró.

Nunca es tarde para soñar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora