ARLETTHA

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La princesa Arlettha de Doreldei despertó con un sobresalto, poco antes del amanecer.

Había sentido... algo, como si una mano le hubiese tocado con suavidad la mejilla, un contacto leve y, de alguna forma, familiar. Había habido tanto afecto en él, tanto cariño, que lamentó encontrarse sola al abrir los ojos.

Aturdida, tardó unos momentos en recordar dónde estaba.

En el castillo del duque de La Morgue, claro. Un lugar soberbio, impresionante desde la distancia, pero ruinoso y oscuro de cerca, y muy frío.

Arlettha se estremeció bajo las mantas, espantada ante la idea de tener que salir de allí y caminar por el dormitorio helado. ¡Y eso que había dispuesto de una chimenea enorme, en la que había ardido toda la noche un tronco mágico que no se consumía nunca, y que se encendía y apagaba en respuesta a una palabra de poder!

Se suponía que algo así tendría que haber caldeado la habitación como si estuviesen en pleno verano, pero en aquel lugar daba la impresión de que siempre era invierno. Empezaba a pensar que nada sería capaz de alejar el hielo enquistado en las piedras de aquel castillo.

Pero no debía ser desagradecida. El duque había sido muy amable ofreciéndose a organizar allí unos días de fiestas y juegos, para que pudiera estar con otros jóvenes de su edad, y divertirse. Un detalle porque, desde la muerte de su hermano mayor, el príncipe Dereth, ocurrida tres meses antes, Arlettha se sentía deprimida y triste, tanto que incluso se veía incapaz de ser el apoyo que su padre necesitaba.

El rey Varen estaba destrozado. A la muerte de su muy amado hijo y heredero, debía añadir el hecho de que el crimen lo hubiese cometido uno de sus más fieles amigos, el capitán Jeran de Windmill, un hombre que hasta entonces habían considerado leal por completo a la monarquía de Doreldei. De hecho, llevaba años al cargo de todo lo relacionado con la seguridad de la familia real y el rey tenía previsto concederle el título de duque de Orilla Espejo en las siguientes Fiestas de Milnieves.

¡El padre de Aldric, con el que ella había jugado tantas veces de pequeña! Había otros niños en la Corte, y Arlettha tenía muy buenas amigas, como la dama Dhelika o la dama Tilfiannha, pero encontraba pesado que estuviesen siempre peleando entre ellas por ser sus favoritas, por no hablar de aquello de que le dieran la razón aunque no la tuviera. Aldric no era así. Él se limitaba a ser su amigo: le decía las cosas claras y discutía con ella cuando tenía que discutir, algo que Arlettha agradecía de veras. Por eso se escapaban al Jardín del Viejo Búho, y allí corrían y estaban a sus anchas.

Arlettha casi sonrió, al recordar aquellos buenos momentos.

El capitán De Windmill, matar a Dereth... Ella nunca lo hubiese creído, nunca; de hecho, seguía incapaz de hacerlo. Pero su padre lo había afirmado con tanta seguridad, había dicho que no había lugar a dudas... Y si alguien era leal y comprensivo, ese era el rey Varen. Si condenaba de ese modo al Jeran de Windmill, era porque tenía pruebas indiscutibles.

El padre de Aldric era culpable.

—Qué pena... —susurró en la habitación helada. Qué extraño era que gentes a las que apreciabas y creías conocer, fueran en realidad tan distintas.

Tras el terrible suceso que se había cobrado la vida de Dereth, se había sabido que al capitán De Windmill le gustaba mucho el juego, demasiado. Últimamente había pasado días enteros fuera de Isla Real, descuidando sus obligaciones, para poder participar en diversas timbas. Los naipes, los dados, las apuestas de todo tipo, se habían convertido en una auténtica obsesión para él, lo que le había ocasionado grandes deudas y, para pagarlas, había recurrido a toda clase de delitos.

En el palacio de la Reina de las Hadas (Princesa de Doreldei #1 - Serie Eeryoon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora