LA VISITA DE LA TRIBU QUE DANZA

49 9 5
                                    


Un día llegaron hombres del sur, parecían viajeros hábiles en el arte de la diplomacia. Según ellos venían de las congeladas tierras de los desplazados, al otro lado de la cordillera. Eran hombres fornidos y alegres que disfrutaban de la comida, los juegos y la buena conversación. Según ellos los dioses nos habían dado la vida para disfrutar cada día como si fuera el último, por lo tanto, estaban conscientes de que no existía una razón por la cual debían apoderarse de un lugar, ni de trabajar mucho en un ideal en común. Esto lo señalaban como una filosofía de vida adquirida en los múltiples viajes realizados.

A pesar de lo relajados que se veían traían consigo un grupo de hombres esclavizados, apresados en fuertes jaulas de madera. Escondidos de la vista del observador común. Yo estaba convencido que esa filosofía de vida ocultaba algo, que era tan solo una careta o treta para distraer nuestra atención, avivar nuestra curiosidad para así distraernos y apoderarse de algún objeto de valor que nuestros sabios debían conservar.

La primera noche que fueron hospedados en nuestro pueblo, sus mujeres nos sorprendieron vestidas con prendas muy sensuales. Salían desde sus tiendas bailando hasta las lindes de las fogatas, parecía estar todo preparado, porque los hombres de "La tribu de al otro lado de las montañas", las esperaban equipados con instrumentos musicales que nunca había visto en mi vida. Parecía que la noche se iluminaba con los colores, olores y sonidos que expelían estos habitantes nómades.

Los bailes de las mujeres parecían hipnotizar, seducir y emborrachar a todo aquel que disfrutaba de sus contorneados movimientos. En realidad ese era su objetivo, emborrachar a los hombres. Los músicos parecían vivir una especie de trance, como transportados, mediante la música, a otro lugar. Sus ojos no miraban, sus cuerpos respondían a esa música que diluía sus sentidos, como títeres manejados por hilos musicales.

Nunca he sido muy sociable y siempre he preferido analizar antes de disfrutar así que esa noche me dediqué a ver la manera de perfeccionar "El Lobo de Luz". Una de las preocupaciones que no me dejaba dormir era la rudeza del mar en aquellas tierras más allá de la costa y de qué manera sobrellevar una tormenta en mar abierto. ¿Cómo podría endurecer más el cuero de lobo de mar para resistir por varios días y noches los embates de una tormenta? No podía dormir pensando en las dificultades que tendría que lidiar. En que no podría lograr la proeza más importante de mi vida y de la historia de mi pueblo. Me aterraba la idea que a medio camino se destruyera mi sueño y mi objetivo se difuminara con las aguas, que mi sueño se disgregara y se transformara en espuma de mar y fuera devorado por las jaibas del fracaso.

Fue ahí, en ese momento cuando el ritmo de la música alcanzó melodías distintas a las sensuales y excitantes que hipnotizaban a mis oídos y que enloquecían a todos mis hermanos en la tribu. Estas nuevas melodías golpeaban con agresividad el alma del oído, me fracturaba la cabeza, sentía como si el mar quisiera salir de mi cabeza y recorrer el universo como un ave de caza.

Los ruidos rápidos, agudos y graves en un zigzagueante ir y venir de múltiples intensidades, ante estas estruendosas melodías mi coterráneos caían desplomados como plumas, de las aves del cielo, y eran rematados en el suelo con armas de extrañas formas.

Mi pueblo estaba siendo masacrado y yo no podía hacer nada. Permanecí un instante tratando de pensar, de no ser devorado por la angustia de verlos morir como también de la seductora necesidad de perder el conocimiento, la música seducía mi consciente, de forma desesperada, comencé a correr por la playa tratando de no ser observado, mi idea era llegar a la aldea de los conservadores, aquel pueblo de mi misma raza, pero que se niega a la posibilidad de cambiar su forma de vivir. Desean vivir sumergidos en la armonía de su entorno y disfrutar de la paz que esta les entrega. Ellos siempre han sentido la obligación de ser y de hacer lo mismo que sus antepasados, vivir alejados del conocimiento y de toda inquietud intelectual.

Los ancianos conservadores señalan: "Los hombres no deben desafiar a los dioses, ni cambiar su forma de vida. Modificar cualquier objeto de la realidad tendría, a largo plazo, resultados funestos. Todo dominio o destrucción del medio ambiente, por parte del hombre, conllevaría a su aniquilación total".

Yo nunca estuve de acuerdo con aquellos pensamientos propios de las personas sin visión y flojos. Por esta razón fui maltratado desde niño. Por desear ser dueño de mi destino y creer que el mundo debía cambiar, nosotros debíamos hacerlo cambiar.

Me dolía mucho ver que mi hermano, el único familiar vivo, compartía la visión conservadora de los ancianos de la tribu. Todo el poder militar estaba protegiendo al consejo de ancianos y con estos protegía al mundo arcaico que proyectaban sus mentes caducas.

Corrí con todas mis fuerzas, la arena y el frío hicieron lento, mi avance. El temor que me habitaba permitió que se incrementara mi habilidad para correr sobre la pesada y húmeda costa. Esa noche arranqué por la playa muchas horas hasta que perdí el conocimiento.

No recuerdo como llegué, no tengo claridad de quién me encontró, de lo que sí estoy seguro es que cuando logré recobrar el conocimiento vi al ser más hermoso que habita este mundo y me dijo en un tono que para mí fue angelical: "Bienvenido, loco líder profanador de conciencias".

Hipnotizado por su belleza, no logré articular palabra alguna, simplemente apunté al sur, en aquel lugar, donde estaban siendo masacrados mis hermanos de labores, constructores de mi más anhelado sueño.

Ella corrió y llamó a mi hermano para que interpretara mis gestos sumidos en la desesperación. Al verlo le dije: "¡Hermano, ayúdame, todo nuestro pueblo muere!" me ahogaba al hablar y mi hermano me respondió: "¿Qué pasó? ¿Quiénes matan a nuestros hermanos?

Le respondí: "¡Unos habitantes del otro lado de la Cordillera, están masacrando a nuestra gente!"

"Pero por qué, quiénes" Me respondió

"No lo sé, sólo vi cómo los masacraron sin razón alguna. Tengo mucho miedo, por primera vez no sé qué hacer. ¡Ayúdalos hermano, sólo tú puedes hacerlo!"

Miró al suelo con un semblante serio, impertérrito dijo: "Reuniré al consejo de ancianos para que guíe mis pasos y me diga qué hacer"

"No hay tiempo, anda ahora, hay gente muriendo a cada segundo y no sabemos qué tienen pensado hacer, a lo mejor vienen para acá" le respondí.

Él enojado tomó mi cabeza con sus manos largas y fuertes, me miró a los ojos y dijo: "Es esa actitud tuya la que ha asesinado a esos hombres. Un líder debe aprender a escuchar a sus ancianos, ellos saben qué hacer y nosotros, los más jóvenes, escucharlos para tomar decisiones correctas, sino seremos exterminados". Comencé a sentir como se evaporaba mi energía y mis ojos se perdían entre las nubes del pensamiento divergente, lo escuchaba con mi máxima atención, pero mis sentidos se disgregaban y huían de mí. Mientras mi hermano me decía: "Un líder debe preocuparse por su gente, debe vivir y desvivirse por ellos. De no ser así, no vale la pena sacrificar la vida de tantas personas por hacer realidad tu parecer, en cumplir tus sueños sin pensar en los demás".

Ya no sentía mi rostro, el mundo giraba y poco a poco comencé a perder la razón, aun así escuchaba a mi hermano haciendo un esfuerzo descomunal: "Entiende un líder debe pensar en su pueblo, no en sí mismo". En ese instante caí desmayado otra vez, sin poder responder.

El CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora