—Por favor —suelta una risa sarcástica—, no seas tan pendejo. Lo único que tú siempre buscaste fue proteger tus negocios.

—Es exactamente lo mismo —responde el hombre, mirándola fijamente a los ojos—. No te estoy haciendo una proposición. Yo soy el cabeza de esta familia, no hace falta que te recuerde a ti o cualquiera de los demás idiotas que si no fuese por mí ninguno de nosotros estaría aquí ahora. Todo lo que he hecho, todo lo que hago, es por el bien de esta familia y a veces hay que estar dispuestos a sacrificarse. No voy a darte una charla sobre el bien común, lo que vas a hacer es acatar órdenes sin darme la mañana, tengo una resaca horrible...

—¿Y qué pasa con Cristóbal?

Raúl la fulmina con la mirada.

—De Cristóbal me encargaré yo, como hago siempre —señala la copa—. Y ahora ponme otra, tengo una sed horrible.

En realidad lo que tiene es una resaca de narices, aunque no sabe muy bien si se debe al alcohol o a la fiesta interminable llena de imprevistos que es la vida.






—¿Tienes idea de los esfuerzos que hago por intentar mantener a raya lo poco que queda de tu imagen pública?

Joaquim Coch no siempre fue el tipo estirado, tosco y algo rudo en el que lo han convertido los años junto con las interminables reuniones del Círculo de Empresarios. Hubo un tiempo, cuando el país comenzaba a despertarse tras su época más oscura, que él era un joven al que apenas le había empezado a salir la barba. Tenía ambiciones entonces, sueños que tenían que ver con los colores, el arte, los locales llenos de gente y viajar sin mucho más que una guitarra acompañada de buenos amigos. Entonces la vida parecía tener algo más de sentido que la rutinaria vida de los adultos que revisan constantemente la pulcritud de sus zapatos y se preocupan por elegir el color de su corbata.

Cuando Quim dejó de ser un niño entendió que la vida es algo más que divertirse, para tener hay también que dar, o lo que es igual: si quieres disfrutar de los derechos has de atenerte también a los deberes. Por ello el comportamiento de su hija Aurora, que ya rebasa el cuarto de siglo, le resulta cuanto menos inadmisible. A veces se pregunta qué ha hecho mal, pero luego recuerda que fue criada por la lunática de Martina, comprendiendo que tampoco se puede esperar más de quien tuvo una educación a merced de la psicótica en potencia de su ex mujer. Él no es más que una víctima de las artimañas de Martina, si ella hubiese sabido cómo poner en vereda a esa niña ahora no tendría que sufrir las consecuencias de una educación lamentable.

Quim detesta ir a Madrid, toda la ciudad está infestada de ese olor a juventud, años locos y tiempos que jamás volverán, se le queda en la nariz, produciéndole una alergia terrible. No obstante, las recientes acciones legales que ha iniciado contra Martina le requerían en la capital, así que ha aprovechado para ver a su hija.

Le sorprende que Aurora haya acudido a la cita, por otro lado, esa chica siempre lo olvida todo. Quim le ha regalado decenas de cosas para que intente organizarse un poco mejor, desde una agenda último modelo hasta todo tipo de caprichos electrónicos con alarmas incluidas, pero ella nunca usa nada, se le olvida en cualquier sitio o lo pierde en las apuestas. Sin embargo ahí está, probando el gintonic que ha pedido acosta de la tarjeta de su padre. Por descontado ha elegido la ginebra más cara del restaurante.

—Aurora, fes el favor de dir alguna cosa.
(Aurora, ha el favor de decir algo)

—Aquesta ginebra es una puta merda, crec que t'han dit que era Ginmare pero en realitat es Three Kingdoms de tota la vida —contesta, haciendo una mueca, pero no deja de beber.
(Esta ginebra es una puta mierda, creo que te han dicho que era Ginmare, pero en realidad es Three Kingdoms de toda la vida)

Giro de guionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora