La eternidad vampírica en el confín del mundo (Leónidas Küdell)

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"Para nosotros, lo perpetuo no tiene mayor trascendencia que sus leyendas e idealizaciones. He ahí que la figura del ser vampírico es atemporal".


«Eternidad...»
Sombría palabra acariciada por la criatura alada que yacía con desaliento en las afueras de una de las cuevas en Quicaví. Horas de vuelo sin un tiempo que contar. Oscuridad más la tenue luz se fundieron en imágenes inconexas en la mente de Piwuchén. Abatido, malherido murmuró apenas «un soy digno y absoluto mientras el espacio me contenga».
Se arrastró con un leve quejido al rozar una de sus alas. La Machi no había tenido tregua con el volador.
El sigilo se tornó con una profundidad que estremeció hasta el último habitante del lugar. Todos resguardados en sus moradas. Los brujos no tenían piedad, menos los que secaban a la gente.
El sempiterno ha retornado a la gravedad de la sombra, el tiempo y el ciclo que son inacabables regresaron a reclamarlo.
Con reserva, uno de sus flancos ingresó a la carne natural del animal, mas su rabillo de serpiente comenzó a empequeñecerse para dar cabida a una nueva forma, a una nueva entidad. Una que, ante los ojos de los habitantes de la zona no fuese controversial.
Exhaló insondable, implorando por el beso inmortal de sus predecesores para adquirir una nueva hechura. Taciturno se hallaba en sus antiguas apariencias, pues las bestias pasaban desapercibidas, mas la bestialidad humana siempre dejaba sus secuelas.
El grito interno le quemó las entrañas, expulsando sus intestinos, callosidades y sus escamas. Rogó por la existencia humana, pese a que fuese un mero disfraz, uno que muchos ocultaban sus rostros y sus verdaderas intenciones. La hora bruja, el reencuentro entre los suyos. La renovación de lo inmortal en el sostenimiento abstracto e impreciso para quienes no creyeran.
Sus articulaciones se extendieron grotescamente, a diferencia del pequeño ente escondido entre plumajes, colores y pastizal, que gran parte de la temporada se camuflaba. Su musculatura se afinó, y su cabello largo y oscuro acarició su espalda. Piwuchén logró gracias a sus súplicas la materia deseada.
Antes que el alba se presentara, logró divisar un rebaño solitario. El pastor a cargo reposaba junto a una botella de mistela de frambuesa, ahogado en alcohol, por lo que se abalanzó y drenó a la piara completa. Recobró el color, y procedió a desnudar al hombre para usar sus vestimentas. El hombre se acomodó el sobretodo con precaución. Aún los vestigios de la hierba no habían logrado desprenderse de su cuerpo. Se sacudió con cautela y prosiguió en su andar, presuroso.
El otoño no había querido marcharse, opacando como una vendetta la diversidad de tonalidades como la magnificencia del sol primaveral.
«Muchos ya habrán llegado», murmuró entrecerrando sus opacos ojos. Todavía la visibilidad mortal no le era acostumbrada.
La isla de Chiloé sería la antesala para la reunión tan esperada por los hijos de Lilith, quien fuera condenada al destierro, solo por no subordinarse ante los caprichos de Adán, quien a semejanza de Dios era tan perfecto como ella. La arcilla que daría vida al primer hombre sería la misma que conformaría a la madre de los hijos de la noche. Y no sería cualquier treinta y uno de octubre.
La casta se renovaría, los antiguos descansarían y compartirían sus secretos como sus consejos a los neófitos y recién nacidos.
Piwuchén divisó con mayor claridad el lugar adornado. A pesar de las creencias y el respeto como el fundado temor hacia lo desconocido, y a las continuas leyendas pasadas de generación a generación, la zona parecía haber adquirido más color y un semblante más adecuado para tal acontecimiento.
Atisbó a un par de niños corriendo con antifaces hacia la escuela, saltando y mofándose los unos con los otros, entre carcajadas y gritos.
Necesitaba guarecerse, aunque su aspecto y lozanía eran perceptibles, había muchos que atesoraban su puesto, no obstante, su fuerza no se había incrementado en totalidad, decidiendo clamar a una fiel compañera como guardiana de los vástagos de Samael.
La lluvia casi culposa se dejó caer opacando al sol que apenas se había asomado, logrando en consecuencia que el vampiro ingresara a una taberna, sin dimensionar quienes la habitaban. Un par de ojos se centraron en él. No era común ver a un hombre tan alto e imponente como aquellos que fueron dueños de la tierra, guerreros que, con ímpetu bravío lucharon contra el enemigo. Uno de los meseros se le acercó con mezquindad. No era alguien conocido, sobre todo en estas fechas, en donde incautos se aprovechaban mediante disfraces para robar y hacer cuanta fechoría. Generalmente turistas de todas partes, y más está decir, vampiros.
—¿Se le ofrece algo, señor? —preguntó nervioso.
—Vino tinto, por favor.
—A la orden.
El mozo tragó temeroso, abandonando raudo la mesa en donde se encontraba Piwuchén, mencionándole el pedido al cantinero.
—Esa voz no puede ser humana, don Gamboa.
El anciano miró de reojo a la mesa señalada por el delgaducho mesero asustado.
—Solo sírvele al afuerino. No digas nada.
Y así lo hizo. Llevó una pequeña petaca al ser extraño, y se esfumó para atender al resto de la clientela.
Piwuchén estaba ensimismado al llamado de Kuyenray, siendo esta que se presentara ante él sin que nadie se diera cuenta.
—Mi señor. —Permaneció con la cabeza gacha, reverencial.
—La madre y el padre me han oído —dio un sorbo de la botella—. Toma asiento, mi guardiana.
—Aquí estoy, para servirle. —Kuyenray se sentó junto a su lado, cruzando sus dedos aún rojos—. Ya sabe lo que se comenta, ¿verdad?
—Vagas alucinaciones viajan por mi mente, mi querida ghouleh —mencionó en un tono pausado—. Solo tengo claro la hora y el relevo.
La ghouleh y guardiana de los vampiros, había estado a la expectación durante los meses previos a la noche de brujas. Muchos de ellos confabulando, dando noticias perniciosas, aseverando que su nuevo Señor quedaría como siempre en las frías tierras del continente europeo, en cambio Kuyenray, era la que desentrañaba y adormecía tales comentarios sin mayor consistencia. Durante esos nueves meses se dedicó a proteger a muchos de los recién nacidos ávidos por el poder, afanosos por querer sobresalir y silenciar incluso a quienes eran potestad dentro de las castas vampíricas. Sin embargo, ella había adquirido la prudencia y la sabiduría entregada por una de las Machis desterradas del lugar, por el hecho de haberse enamorado en algún momento de aquellas criaturas con las que debía acabar. Gracias a ella, la ghouleh era protegida mediante hechizos y conjuros para sobrevivir durante el día, y así poder profanar aquellas tumbas y poder alimentarse de los cuerpos de los que ya habían abandonado este mundo.
Antes de recibir el llamado, aquella Machi le había entregado el ungüento necesario para protegerse del sol y de la lluvia del paraje, para así cuidar al resto de vampiros que aún permanecían en un profundo sueño antes de la gran asamblea.
—Vienen desde muy lejos, con aire campechano y usurpador. Me recuerda tanto cuando luchamos contra quienes invadieron nuestras tierras...
—Esta vez nuestra madre tendrá noción, empatía como conciencia para saber elegir a nuestro Señor y compañero.
—Empero... —exhaló la joven mujer—. Ella es la que predominará, pero para ello necesita de un buen aliado, y ese eres tú, mi señor.

Horror y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora