I. La promesa

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A pesar de haber pasado sus primeros años en un orfanato sin recibir ningún tipo de cariño parental, los mellizos desprendían amor y simpatía (siempre y cuando no tengan algún berrinche), y para dos niños cuyo encanto es tan grande, no es difícil conseguir un hogar, incluso cuando se empeñan en no separarse. Así que cuatro años más tarde Ivo y Betsabé tenían un nuevo padre, que siquiera sospechaba que tenían algo inusual, ya que desde aquella vez que les mencionaron su poder a los niños del orfanato y dejaron de jugar con ellos, diciendo que el diablo les había dado aquél don, dejaron de mencionarlo. Y allí estaban, como dos niños completamente normales en medio de una familia completamente normal llevando vidas completamente normales, al menos por ahora... Porque Ivo y Betsabé jamás serían niños normales, y aunque con sólo cuatro años no pudieran comprenderlo del todo, pronto lo harían, y odiarían aquél don, lo odiarían mucho.

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Su corazón latía muy fuerte, más fuerte que los gritos de los niños detrás suyo, más fuerte que las bocinas de los autos que pasaban por enfrente del jardín, más fuerte que la voz enojada de la señorita, parecía que su corazón era capaz de conquistar el mundo. Ivo se estaba muriendo de vergüenza, era su primer día en ese jardín y la profesora ya lo estaba retando a él y solamente a él, quería irse enojado, o largarse a llorar, o todo junto, pero no lo logró, solo le salió agachar la cabeza y escuchar su corazón, odiaba ese lugar, ya quería volver a su casa con Eduardo. Pero cuando llegó a su hogar, él también lo retó, y Betsabé no quería perdonarlo así que se quedó encerrado solo y aburrido en su habitación, llorando, llorando muchísimo.

Betsabé se despertó sobresaltada y con la piel de gallina, como todas las mañanas. Rodó en su cama para encontrarse con los negros e intrigantes ojos de su hermano, que se había levantado exactamente igual que ella y se arrodillaba impacientemente sobre la cama

—¿Qué me va a pasar hoy, Betsa? ¡Decime, decime por favor, te prometo que no trato de hacer que no pase! ¡Al fin vamos a ir a un jardín fuera del orfanato, quiero saber si me va a ir bien!

—Ufa, Ivo, ya sabés que no se puede, acordate lo que pasó en el orfanato cuando quisiste cambiar el futuro para que no se rieran de nosotros por decir que no teníamos ningún don, y les contaste nuestro secreto ¡Al final no se rieron pero nos quedamos sin amigos y por muchos meses no predije bien tu futuro!

—¡Pero te prometo que no lo hago ahora! ¡Dale, quiero saber cómo me va a ir en el jardín! —Rogaba Ivo efusivamente, pero su hermana se limitó a negar con la cabeza— ¡Sos requete mala, si yo supiera tu futuro siempre te lo diría, siempre!

Ivo, tal como Betsabé había visto nítidamente en su sueño, se fue corriendo de la habitación para encontrarse con Eduardo, su papá adoptivo y, con un arrebato de enojo y malicia, contarle el secreto que tan bien había ocultado su hermana de casi todo el mundo por años: que ella, entre sueños, veía el futuro de su mellizo.

Betsabé seguía en la pieza, escuchando atentamente la conversación y anticipando lo que Eduardo iba a responder, como si tratase con un bebé: "¿Y Betsa no te lo quiere decir? Qué mal, Iv, hay que tratar de convencerla... ¿Te hago la leche?" Y exactamente eso dijo, restándole importancia a tan serio asunto, ya que como persona adulta, si le dicen que alguien lee el futuro pero no lo quiere decir, para él indiscutiblemente está mintiendo, porque las personas grandes piensan como personas grandes, y lo más importante para ellos es el poder ¿Y qué adulto se negaría a un poco de poder (o, al menos, reconocimiento) demostrando que podía leer el futuro?

Ivo y Betsabé no hablaron por el resto del día, ya que cada uno fue a su salita del jardín, ella pensaba un poco en el mal día que estaba teniendo su hermano y eso la entristecía, pero entre tantos amigos nuevos, libritos y juguetes se olvidaba.

Al final del día, Betsabé tenía dos nuevas mejores amigas, Juliana y Sofía. E Ivo... Ivo solamente le había pegado a Benjamín con un juguete, así que nadie se le acercaba mucho y además la maestra lo había retado. Su hermana se empezaba a arrepentir de no haberle dicho el futuro, porque si se lo hubiera dicho, no se habría peleado con ella y no habría llegado enojado al jardín... por lo que habría tenido muchos nuevos amigos y la habría pasado bien. Así que, a la noche, cuando había decidido perdonar a Ivo y ambos estaban acostados en sus camas se decidió a impedir que se repita.

—Ivo... —Lo llamó entre susurros, sintiéndose extraña, casi como una criminal al cambiar el destino que tanto había respetado hasta ahora.

—¿Qué? —dijo su hermano, feliz de volver a hablarle y olvidándose de todo enojo.

—Perdón por no haberte dicho tu futuro, si alguna vez veo que te pasa algo así malo como hoy te voy a avisar, así podés cambiarlo.

—Después vas a decir "no, mejor no" y no me vas a contar nada— recriminó Ivo, formando nuevamente un puchero.

—No, te lo voy a contar. Te lo prometo.

—¿Una promesa desde hoy y para siempre? —dijo él emocionado

—Sí, desde hoy y para siempre. Yo te aviso siempre, pero vos tratá de no cambiar nada salvo que sea algo muy requete muy malo ¿Dale? —dijo Betsabé como quien acuerda las reglas de un juego.

—Dale—aceptó Ivo, sellando un pacto mortal.

PrediccionesWhere stories live. Discover now