Capítulo 19

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Cada vez que pasaba por delante del quiosco junto a su casa, Calle evitaba mirar el carrito de revistas. Era un comportamiento infantil y se reprendía por ello, pero todavía no se había acostumbrado a ver la cara de Poché en todas partes.

La actriz ocupaba demasiadas fotografías, demasiados reportajes y minutos en la televisión. Su boda había provocado un aluvión de artículos en los periódicos y revistas que leía habitualmente.

Sabía que era estúpido y también que cualquier día cruzaría la calle y se encontraría con un inmenso cartel publicitario en el que aparecería Poché. Aquello era algo que no podía controlar; tenía que acostumbrarse si deseaba pasar página, pero todavía no estaba preparada. El mero hecho de ver una fotografía suya, sonriendo de oreja a oreja en su luna de miel, acariciando a Mario en aquel lujoso jacuzzi, brindando para la cámara, había conseguido arruinarle el resto del día. Sí, por mera salud mental, necesitaba aquel aislamiento mediático y, cuando pasó por delante del quiosco, camino de la biblioteca, volvió a torcer la cara para no tener que ver las revistas.

La universidad estaba empezando a despertar de su letargo estival. Los exámenes estaban cada día más cerca y algunos estudiantes ya pasaban horas estudiando en la biblioteca. Calle empujó la puerta principal, disfrutando del sentimiento de seguridad que la invadía siempre que visitaba aquel edificio. El olor de los libros, la vieja bibliotecaria reprendiendo a los estudiantes más ruidosos, el sonido de las sillas cada vez que un alumno se levantaba... Había pasado tanto tiempo en los pupitres de la biblioteca que nunca se sentiría extraña en ella.

Ojeó a su alrededor, buscando a Sebas con la mirada. Ninguno de ellos solía ir a la facultad antes de que empezaran las clases, pero no habría sido tan descabellado encontrárselo. Por fortuna, al único que vio fue a un compañero de departamento con el que tenía poca relación. Estaba de pie, consultando un libro. Ella le saludó con la mano y él le correspondió el saludo con un movimiento de cejas.

Calle se acercó de puntillas al mostrador, intentando no hacer ruido con los tacones. Algo raro en ella: esta vez iba a devolver los libros con bastante retraso. Se había olvidado de llevarlos antes del comienzo de sus vacaciones, aunque esperaba que por una vez la bibliotecaria hiciera la vista gorda y le perdonara la multa. Al llegar al mostrador se sorprendió al ver que Rose no estaba aquel día. En su lugar, la atendió una mujer a la que no había visto antes.

—Hola, ¿en qué puedo ayudarte?— le preguntó con una radiante sonrisa.

—Perdona— dijo, consciente de la cara de sorpresa que había puesto al no ver allí a la vieja bibliotecaria, —esperaba que estuviera Rose.

—Ya. Eso dicen todos. Pero se ha puesto enferma. Yo la sustituyo.

— ¿Es grave?— se preocupó Calle.

—Oh, no. Tiene un fuerte ataque de reuma. Estuvo a punto de venir, ya sabes que la vieja es terca como una mula, pero conseguí que se quedara en la cama.

—Parece que la conoces bastante.

La mujer sonrió de nuevo. Tendría más o menos su edad, y era extrañamente atractiva. Su melena muy corta y el piercing que taladraba su lengua eran quizás herencia de una juventud mucho más alocada que la suya. A Calle le pareció que tenía una de las sonrisas más bonitas que había visto en su vida.

—Es mi tía abuela.

—En ese caso, envíale los mejores deseos de mi parte.

—Lo haré. Aquí tienes... Daniela Calle— dijo la mujer, leyendo su nombre en el carnet de la biblioteca antes de devolvérselo.

— ¿Cuánto es?

— ¿El qué?

—La multa.

El Secreto De NadieWhere stories live. Discover now