—Sebas, quiero que sepas que soy una persona horrible.

Él frunció el ceño. No era la primera vez que Poché le hacía una confesión así de dramática. Normalmente, ese tipo de comentario venía acompañado de alguna confesión pequeña y absurda, a la que él siempre restaba importancia, pero esta vez parecía diferente. Sebas pudo ver la desesperación en los ojos de su prima. Estaba más delgada que nunca y sintió ganas de apretarla muy fuerte contra su pecho para defenderla de lo que la estaba perturbando.

—De acuerdo —dijo, acomodándose en el sofá. —Te escucho. ¿Qué ha pasado?

Poché miró el suelo, intentando encontrar las palabras adecuadas. ¿Cómo se contaba algo así? ¿Existía alguna manera fácil de decirlo? Quería pensar que sí, pero la ausencia de vocabulario probaba que no existía ninguna frase mágica para sincerarse.

—No hay una manera fácil de decir esto, así que voy a ir al grano. —Tomó aire y lo expulsó lentamente antes de continuar. —Sebas, me he enamorado.

Las cejas de su primo se curvaron con sorpresa, pero a ese gesto le siguió una sonrisa.

—No, por favor, no sonrías. —Poché esbozó a su vez una débil sonrisa de circunstancia. —Todavía no te he dicho de quién.

— ¡Qué más da! —exclamó él, golpeando sus rodillas con las manos en un gesto de euforia. —Solo dime que no es del idiota de tu marido. En cuyo caso, te pediré disculpas por haberle llamado idiota.

—No es Mario.

Sebas dio una palmada de alegría.

— ¡Lo sabía! ¿Quién es el afortunado? ¿Dónde os conocisteis? ¿Lo sabe ya la tía Marla? ¿Cuándo voy a poder conocerle?

La euforia de su primo complicó más las cosas. Poché echó un vistazo a su maleta, a un escaso metro de ella, preguntándose hasta qué punto iba a necesitarla diez segundos después, cuando le dijera la verdad. La actriz suspiró y agarró a Sebas por las manos en un gesto que no estaba muy segura de si era para tranquilizarle a él o a sí misma. Lo que ocurriera después de aquello le importaba poco. Poché había comprendido que jamás podría ser feliz si no se sinceraba con él. No hubo ni un momento de duda. La voz normalmente baja y ronca de Poché fue más clara y contundente que nunca. Le había costado un matrimonio, pero por fin era capaz de admitir sus sentimientos. Mirándole fijamente, le dijo las cinco palabras más difíciles de pronunciar en toda su vida.

—Sebas, estoy enamorada de Calle.

Poché se esperaba cualquier tipo de reacción. Alegría. Enfado. Rencor. Traición. Melancolía. Cualquiera de ellas habría tenido sentido. Pero Sebas no hizo nada de eso. Su primo se limitó a reclinarse en el asiento, hundiendo más la espalda en los cojines del sofá y dejando caer la cabeza hacia atrás. Entonces miró al techo y, suspirando hondo, dijo:

—Ya lo sabía.

— ¿Lo sabías?

—Bueno, no, pero me lo imaginaba.

— ¿Y no estás enfadado? —se sorprendió Poché, intentando captar su mirada.

— ¿Enfadado? No. Como te he dicho, no me coge de sorpresa —dijo Sebas, dejándole con la boca abierta. —Vamos, no me mires así. Aunque no lo parezca, yo también tengo ojos.

Poché se ruborizó visiblemente. Se llevó una mano a las mejillas para rebajar la temperatura.

— ¿Tanto se me notaba?

—Quizá para alguien que no te conozca, no. Pero todas esas veces en las que parecíais enfadadas la una con la otra... Era un poco raro, Poché. Estaba claro que pasaba algo.

— ¿Y por qué no me lo dijiste?

Sebas encogió de hombros.

—Porque no estaba seguro y tampoco habríamos ganado nada con ello. ¿Se lo has dicho a Mario? —Sus ojos se iluminaron y una traviesa sonrisa se dibujó en su rostro. —Oh, Dios... habría pagado por verle la cara.

—No seas malo —protestó Poché, lanzándole un cojín. —Y no, no se lo he dicho. Tú tampoco se lo hubieras dicho si vieras cómo se puso cuando le dije que quería romper. ¡Estaba histérico!

— ¿Por qué esto tampoco me sorprende? —replicó Sebas, rodando los ojos con desesperación. —¿Y Calle?

— ¿Qué pasa con ella?

— ¿Se lo has dicho? Que la quieres.

—No —se lamentó Poché. —La cagué y no creo que quiera saber nada de mí. —Cabeceó, desconcertada. —¿En serio no estás enfadado? Te lo estás tomando tan bien que me asusta.

—Poché... —Sebas se levantó y fue hasta la cocina a servirse un vaso de agua. —Ya sabes que Calle me gustaba muchísimo. Y de veras hubo un momento en el que creí que podría ser la adecuada. Pero solo llevábamos un mes juntos. No es la muerte de nadie. De hecho, me alegro de que te hayas decidido por fin a ser sincera contigo misma. Ya iba siendo hora —comentó, ruborizándola de nuevo.

Poché miró al suelo, comprendiendo lo estúpida que había sido. Todos esos años se había negado a sí misma sus verdaderos sentimientos. ¿Y todo para qué? Para nada. Ahora estaba en el mismo punto que antes, pero con el agravante de que había hecho daño a una persona que le importaba.

— ¿Y qué piensas hacer? —escuchó que le decía Sebas, como si hubiera leído sus pensamientos en ese momento. —¿Vas a llamarla?

—No, pero había pensado en algo. Si no te enfadabas mucho, quería pedirte ayuda para llevarlo a cabo.

Estas palabras lograron captar la atención de su primo, que sonrió de manera conspiratoria. Sebas se acercó al sillón, se sentó de nuevo a su lado y le dijo:

—Habla. Te escucho

El Secreto De NadieWhere stories live. Discover now