Pero entonces, en aquel instante, rodeada de tensión y de compañeros, sentada frente a mi monitor, en mi silla de oficina… Tuve una epifanía – si es que se le puede llamar  así al hecho de que se me hubiese iluminado una bombilla de bajo consumo en el cerebro –.

Pensé que debía hacerme valer.

Yo sabía que John no tenía conciencia para expulsar a aquella mujer de su casa. No dejaba de ser una persona que se había quedado sin lugar a dónde ir, sin dinero y sin marido. Una mujer en apuros que al parecer era la hermana de su difunta esposa.

Y yo conocía a mi jefe lo suficiente como para darme cuenta de que su moral no le permitía abandonar a un familiar suyo en aquellas circunstancias.

“Pero Susanna Winteroth no es mi familia”, pensé yo con una sonrisa diabólica.

Después, otras dudas me asaltaron. ¿Hasta qué punto Susanna estaría desvalida? ¿Realmente no había sacado nada de dinero de su divorcio?

Me extrañó. “Normalmente suelen obligar a los exmaridos a pagarle una gran pensión a sus exmujeres” reflexioné. “Aunque tal vez el juez aún no haya dictaminado nada”.

¿Y si Susanna sólo quería cazar a otro hombre al cual adherirse como una sanguijuela? “John sin duda, tiene dinero como para cubrirla de lujos y caprichos”, añadió mi subconsciente.

Pensé que si en aquella cena lograba atacar el ego de Susanna y hacerla saltar, tal vez pudiese hacerle ver a John que su cuñada no se encontraba tan desprovista de recursos como quería hacerle ver a él.

“Y si no logro que suelte prenda, le ataré los pelos al váter”, pensé con más ira de  la que me hubiese gustado.

Negué con la cabeza y apreté los puños. Después me di cuenta de que el señor Haller, sentado en su silla, a unos cuatro metros de mí, aún me observaba.

Contuve las ganas de ir a decirle cuatro cosas.

Entonces tuve una nueva epifanía. Pero esta vez, el plan que se me ocurrió me gustó menos. Yo realmente no quería mentir… Sin embargo, la idea de contarle a Susanna que la empresa de John Miller estaba al borde de la quiebra y hasta el cuello de deudas se me hizo muy tentadora para espantar a la víbora.

Por supuesto, Terrarius era una empresa fuerte y consolidada, cualquiera que entendiera de bolsa podría corroborarlo… Estaba muy lejos de ir a la quiebra… Pero algo me decía que la señora Winteroth no sería una mujer muy curiosa respecto a los negocios, salvando su Visa de platino para comprar joyas de Bulgari.

“Si realmente está sin dinero, se quedará con John a pesar de que crea que éste está arruinado… Si quiere el dinero de John, Susanna se marchará cuando sepa que Terrarius está hundida”, reflexioné.

En conclusión, estaba decidida a apartar a aquella cazafortunas de John. Lo amaba, él me quería y yo no iba a permitirle a nadie que estropease lo más hermoso que yo había sentido nunca por un hombre.

Y también, precisamente porque le quería, no iba a consentir que nadie se aprovechase de él y de su buena fe.

                                             ***

Mientras comíamos, le conté a Molly quién era Susanna y la escenita que presencié cuando Rachel y yo estábamos en casa de John, después de haber pasado el día entero en el zoo.

Rozando el cielo © Cristina González 2014 //También disponible en Amazon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora