—¿Sucede algo, señorita? —me preguntó uno de los paramédicos.

—Estoy intentado abrir, pero parece ser que esta atorada —dije.

—No se mueva —dijo el otro sujeto—. Informaré a uno de los oficiales.

«Si era necesario desacatar una orden por ayudar a Helen y Henry, lo haría»

Me arrimé hacía Helen e intenté abrir el lado de su puerta. Mientras intentaba jalar, el paramédico me hizo seña, haciéndome entender que necesitaba estar quieta y calmada. Asentí y le hice saber que todo estaba bien. Por desgracia, ese lado de la puerta también estaba bloqueado. Entonces, me moví hacia adelante. Debía probar con las puertas que faltaban porque las de atrás no cedían. No me importó si Henry se sentía incómodo por estar encima de él. Me instalé sobre sus piernas. Él ni se inmutó de mi presencia. Y finalmente logré que la puerta del lado izquierdo abriera. No hubo necesidad de que la policía o los bomberos actuarán. Ya me les había adelantado.

En tanto que abrí la puerta, el paramédico que seguía al pendiente de nosotros, preparó la camilla plegable y avisó rápidamente a su compañero; el cual regresó acompañado con el mismo oficial.

Me atreví a salir. Sentía todos mis músculos aporreados y estaba un poco mareada. Todo me empezó a dar vueltas y perdí el equilibrio. Por poco me dí contra el asfalto, pero el paramédico pudo evitarlo a tiempo.

—Le he dicho desde hace rato que se mantenga quieta, pero usted es demasiado persistente —me recriminó con la mirada.

—Estoy bien —le contradije.

—Es mejor que se tienda sobre la camilla —hizo un ademán para que acatara sus órdenes.

—Yo no estoy grave —hice una pausa—. Los que si necesitan ayuda son mis hermanos . Si no nos damos prisa no sé que será de ellos.

—Ya vendrán por ellos. No se preocupe —dijo en tono tranquilizador.

—¡No! —respondí alterada.

El compañero que acababa de regresar nos miró desconcertado de nuestra pequeña discusión.

—¿Qué sucede aquí? —preguntó el oficial que también se había percatado de la situación.

—La joven se niega subir a la camilla —se defendió.

—¡Señorita, colabore, por favor! —dijo el oficial tratando de restablecer el orden—. ¿No quiere que ayuden a sus hermanos?

—Es eso lo que deseo —me solté violentamente del paramédico y me senté en el frío asfalto.

—Está bien. Saquen primero a los otros muchachos —dijo el oficial.

—Bien. Vigile que no se mueva. Ya mis compañeros regresaran por ella.

—Usted vaya tranquilo y socorra a esos muchachos. Ella se portará bien —me miró severamente.

Quise responderle del mismo modo, pero la suya era tan intensa que no me permitía copiarle. Era como si dentro de su iris cargara una fuerza dominante que te hacía enmudecer.

Primero, empezaron a bajar del auto a Henry por medio de la puerta que estaba abierta y lo pusieron cuidadosamente sobre la camilla. Se hicieron en cuclillas y tomaron suficiente impulso para levantarlo. Luego, lo movieron hacía la ambulancia.

Alguien tenía que irse con ellos, pero no podía dejar a Helen. Entre chicas nos cuidamos. Así que le pedí al oficial, que me permitiera subir en la misma ambulancia en la que se llevarían a mi hermana. Sabía que los paramédicos eran los únicos que decidían eso, pero la autoridad era la autoridad. Él no vaciló y sin pensarlo despachó una de las tres ambulancias que habían allí.

La ambulancia se movilizó por entre la angosta carretera, repleta de vehículos por doquier y el alboroto de las sirenas hizo que se cedieran la vía. A Helen le pusieron una destroza intravenosa para mantenerla sedada y minimizar el dolor de cabeza que presentaba mucho antes del accidente. Imaginé que a Henry le habían hecho lo mismo. Por mi parte, estaba tendida en la camilla, observando a mi hermana con inquietud. Le pregunté al paramédico hacia donde nos trasladaban. Necesitaba saberlo, porque debía avisar de inmediato a nuestros padres.

—Nos dirigimos al hospital St. Marie —respondió el paramédico.

—¿Y mi hermano? —quería estar segura de que fuese trasladado al mismo centro de salud.

Asintió y quedé más tranquila.

El vehículo se detuvo y adiviné que al fin habíamos llegado. De inmediato se bajaron y abrieron las puertas traseras para que su compañero les ayudara a bajarnos. Finalmente, ingresamos por la gran puerta de urgencias y nos separaron. Lo supe cuando tomamos rumbos distintos, pero antes de que eso pasara, una de las enfermeras volvió su rostro hacia mi y pude ver una sonrisa de maldad y pupilas vacías. Me asusté un poco. Nunca jamás había experimentado algo como eso. 

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Hola, espero que estés disfrutando la historia de los hermanos Anderson y continúes enganchado. No se te olvide votar y comentar.


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