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Mirando al frente en la tenue oscuridad que rodeaba su figura, abrazándola en un ambiente de solitaria calidez, pensaba distraídamente en un hombre en concreto que llevaba tiempo deambulando por su mente como un fantasma perdido. Se acomodó en el sillón donde llevaba una media hora sentada, dejando pasar el tiempo ante su imposibilidad por controlarlo. Si ella tuviera poder sobre aquella fuerza que siempre la había fascinado, hasta el punto de quedarse madrugadas enteras divagando sobre aquel misterio humano que, había llegado a la conclusión, nunca podría resolverse, cambiaría muchas cosas sobre su pasado, cosas que, como el tiempo, tampoco pudo controlar. O, ¿tal vez sí? Quizás nunca lo sabría, o jamás querría afirmar la respuesta que rondaba por su mente.
Treinta y cuatro minutos después de haberse sentado en aquel sillón viejo, escuchó que alguien tocaba tres veces a la puerta.
-Adelante —se limitó a responder, sin desviar sus claros ojos avellana hacia el sonido.
Por ella entró un hombre alto, de cabello negro oscuro, con una barba mal recortada enmarcando su rostro de expresión cálida. Conocía bien a ese hombre, y él también a ella.
Tras él entraron dos personas más, a las cuales también había estado esperando, una mujer y un segundo hombre. Los saludó a todos brevemente, esperando con paciencia a que tomaran asiento a su alrededor. Mientras tanto, los observó detenidamente uno a uno, no con descaro, sino más bien con una curiosidad precavida que caracterizaba su desconfianza natural por la gente. Pero ellos no eran desconocidos, eran personas de confianza a las que conocía bien, aunque a unos mejor que a otros.
-Gracias por venir —les dijo una vez comprobó que todos se habían sentado.
El chico de pelo oscuro emitió una sonrisa un tanto incómoda, o eso le pareció a ella, pero no le tomó importancia a aquel gesto y continuó hablando.
-Sé que han sido tiempos complicados para todos, pero dado a que es Halloween no quería romper nuestra tradición anual.
-Me parece bien... A todos nos parece bien —respondió la mujer de pelo corto y tintado, pelirroja—. Y nos alegra que aún quieras...
-La verdad es que me encanta esta tradición —la cortó antes de poder terminar la frase—. Es mucho mejor que sentarte en la cena de navidad y hablar con la familia de tu pareja sobre lo monótono que se ha vuelto tu trabajo y lo que desearías hacer una escapada sin los niños. O cotillear sobre los últimos rumores del hijo de la panadera. Esto es mucho mejor, ¿no creéis?
Todos afirmaron, unos más convencidos que otros. La chica de pelo naranja se rascó el cuello con disimulo, tratando de mirar hacia otro lado.
-Pero bueno, perdonad mi cháchara, es solo que estoy emocionada por teneros aquí, a pesar de que falte uno de nosotros —dijo medio riendo al tiempo que cruzaba una pierna sobre la otra y dejaba reposar la parte posterior de su cabeza contra el sillón -. Así que al lío, ¿quién va a hacer los honores este año?
Se formó un silencio sepulcral en la habitación. Los cuatro invitados se miraron desorientados, perdidos ante las palabras que había dejado flotando en el ambiente la anfitriona. La mujer de pelo naranja se aclaró la garganta y echó el cuerpo hacia delante con una ligera sonrisa.
-Me gustaría empezar a mí.
Un hombre mal afeitado y corpulento sentado a su lado ciñó los labios y apretó con disimulo el reposabrazos del sofá entre sus temblorosos dedos.
-Muy bien, Daniela, me gusta tu actitud —habló la anfitriona, sonriendo con gratitud.
Se levantó y cogió una caja de cerillas que había encima de la mesa de café que tenía enfrente. Encendió una y la acercó a la mecha de una de las velas apagadas que yacían sobre la superficie, iluminadas débilmente por la única lámpara que había en la habitación. Cuando nació una débil llama, se sentó y volvió a mirar a su amiga.
-Esto es para crear un mejor ambiente a tu historia. Cuando quieras, empieza, estamos ansiosos por escucharla.

4 miradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora