Mis animales hijos

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El minino se recuesta en mi regazo y empieza a ronronear. Me acuerdo cuando llegó a la casa por primera vez, tan pequeño y tan frágil, apenas y cabía en mis zapatos. ¡Oh! Y cómo olvidar esos tiernos maulliditos. Entre todos esos rasgos acabados y entorpecidos, aún mantiene esos preciosos ojos verdosos. Aquellos que me cautivaron hace 18 años y me motivaron a elegirlo de entre sus hermanos, aparte de que era el único atesado como carbón.

–Aquí tienes amorcito mío–. Mi hermosa novia me entrega el café, regresándome una débil sonrisa, pero sin perder aquella dulzura que me encanta. –Hazme espacio, querido–. Se sienta buscando el refugio de mis brazos, el michi se acomoda entre los dos y cae en sueño otra vez.

Yo no puedo sonreír. Aflige estar aquí afuera esperando mientras atienden a Siggy, y para mejorar todo, afuera está lloviendo. El café, apenas y se percibe y no es suficiente para deshacerme de la frigidez. Mi Coker ha enfermado otra vez, la tercera del año, y mi michi va a requerir de otra operación. Sé que ambos son muy viejos, así que me surge la misma duda otra vez: ¿quién de mis niños se irá primero? ¿mi perro o mi gato?

–¿Aún extrañas a Frank?– le pregunto a mi amada sobre su Pug. Fue por ese chamaco que la conocí. Desde aquella ocasión, forjamos un vínculo profundo que ha perdurado hasta ahora. –No entiendo como le hiciste para superarlo. Ojalá fueran eternos los animalitos–.

–Claro que lo extraño, pienso en él seguido. Pero los recuerdos ya no duelen, son un consuelo, ¿sabes? Agradezco a Dios por el tiempo que compartí con él–.

–Y aún nos tenemos el una al otro- apapacho a mi bebita, aún más fuerte.

El minino entorpecido por la anestesia, se cambia de asiento y se acurruca junto a la prótesis de Siggy. Es horrible recordar aquella vez, esa maldita vez cuando perdió su patita...

Aquella ocasión salimos a pasear. El día era asoleado, pero había una rica brisa. Mi chamaco bien obediente se la pasó a mi costado en todo momento, justo como lo había entrenado. Fue cuando casi pisamos una caca de esos perros de la calle, les tenía su respeto, pero como odiaba que dejaran así la colonia. Y fue como si mis pensamientos hubiesen invocado a esos diablos, de repente nos habíamos topado con dos perros que le dobleteaban el tamaño a mi hijito. No tardaron en abalanzarse contra nosotros y Siggy soltándose de su correa acudió en defensa. Uno lo tomó por el cuello y otro por su pierna trasera derecha. El coraje me invadió y corrí contra ellos gritando amenazantemente y dando de patadas. Uno huyó pero el otro se aferró más a la pierna de mi hijito. Tomé al desgraciado por la garganta y empecé a golpearle el torso, con cada puñetazo podía sentir como quebraba sus costillas una a una. Finalmente lo soltó y se largó escupiendo pilas de sangre. Cuando voltee a ver a mi perrito, la piernita le colgaba y se le veía el hueso. Fue un milagro que no falleciera, la herida del cuello no había sido profunda, pero sí perdió su patita...

–Si pueden pasar, por favor–. Nos llama el veterinario.

Al entrar al consultorio, empieza a soltar toda la cala diagnosticada. Yo solo alcanzo a fijarme en aquella luz oscilante que posa sobre mi amigo, este me devuelve una mirada triste. Entonces escucho las palabras que tanto temía que vendrían: -... está sufriendo mucho, es poco humano tenerlo vivo. Creo que lo mejor es dormirlo–. Mi chiquita me abraza y se quebranta completamente, también lloro, mas no a ese grado.

Le tomo su patita derecha y el lentamente se la acerca al hocico y me lame. No puedo creer que unos lamidos tan decaídos puedan ser tan potentes. Aún con duda y un nudo en la garganta logro decir: –Hágalo-.

Un retoño menos, y mi gato...¿cómo se tomará la ausencia de Siggy? Si a los animales se les llega a querer como a un hijo biológico, cuando tenga los míos me pregunto: ¿Qué pasará cuando estos se enfermen? o cuando se lastimen? ¿Acaso lograré superar ese dolor? Cuando lleguen atribulados con decepciones, sus primeras problemas. ¿Tendré la suficiente fortaleza para hacerles saber que todo mejorará? o seré un simple cobarde, sin nada que ofrecer, ¿desconsolado por las aflicciones propias?

El veterinario saca la jeringa y empieza a inyectar el líquido que parece disminuir lentamente, mi fiel chaparro y yo cruzamos las miradas una ultima vez, de sus ojos escurren diminutas lágrimas y me da un último guiño antes de perderse en el infinito, un "adiós" y un "gracias por todo".

...

Después de aquella vez, el minino sufrió mucho sin Siggy, cada vez que me lo topaba podía percibir el vacío en él, como un adorno sin vida. Sin propósito. A pesar de que fuésemos tres en la casa, se sentía cómo si fuésemos solo mi princesa y yo, y creer que en un tiempo habíamos sido cinco. No tardó mucho en morir. Le dimos también un entierro digno en el jardín, donde yacen ambas tumbitas. Recuerdo que ese día finalmente me postré y me desahogué en una tormenta de llanto, como nunca antes en mi vida, y fue cuando sentí un brazo en mi hombro. Había olvidado por completo que ella había estado ahí en todo este tiempo. "¿Qué pasará cuando nos toque a nosotros?" le pregunté.

Ahora sé que esos pensamientos no deben atormentarnos, pues a pesar de todo, ella ha permanecido a mi lado y vamos siempre creciendo. El atardecer embellece el jardín, donde el majestuoso Gran Danés juega con mi pequeñín, quien no para de jalarle la cola. Aquel can fue un regalo de bodas para mi amada esposa. Escucho un: –Amorcito mío– a mis espaldas, junto con algo que me parecido a un maullido. Se ve mucho más bella esperando a nuestro siguiente hija, y en sus manos carga un pequeño gatito.

–Un regalo para el mejor esposo y padre del mundo–. Me entrega al minino, plantándome un beso y se retira con nuestros traviesos niños. Me quedo admirando al pequeño Azul Ruso. La raza que tanto había querido tener. El gatito se trepa hasta mi pecho, amasa mi ropa y se acurruca ronroneando hasta quedar dormido. Tendré que corregir la presentación de la familia Fabián, seremos seis integrantes, no cinco.

Fin

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