—Lo sé. Sé que es inestable, necia, insensata y violenta. La conozco de años. A pesar de todo... le tengo paciencia. En eso consistía el experimento, ¿no? En provocarla —pregunté curioso.

—Sam, he visto cómo la ves. Sé que te gusta, intenté darles un empujón. —Antoni soltó un largo suspiro y prosiguió—: Te apoyaré en todo, si eso quieres. Si estar con ella te hace feliz, yo también lo seré. Sin embargo, no me voy a apartar de tu lado, sé que Diana no es de confiar y no tiene intenciones buenas contigo. No creo que deje al profesor. —Cruzó los brazos y ancló su mirada al horizonte.

—Antoni... yo no quiero que te alejes, jamás. Sé que está mal lo que te pido, pero mi vida sin ti... —callé por un momento— estaría vacía, te has hecho alguien indispensable, parte de mí. —No pude controlarme y lo abracé con todas mis fuerzas.

—Sam, no lo haré, tranquilo, estaré contigo, estés con quien estés. Te amo —confesó sin dudar—. No tienes que corresponderme. —Llevó su mano a mi cabeza, me acercó a su agitado corazón y enterró sus finos dedos en mi cabello para jugar con los mechones—. El amor que te tengo va más allá de algo carnal y posesivo, de verdad quiero protegerte para siempre. Cuenta conmigo para lo que necesites —dijo con honestidad.

Antoni alejó su mano de mi cabeza y me abrazó con fuerza. Mi corazón estaba tan emocionado que sentí que podría salirse por mi garganta y abrazar a Antoni hasta unirse a él. No sabía qué responderle, estaba sumamente confundido. Pensé en mi madre, en qué posible consejo me hubiera dado. Ella siempre me decía que para el amor verdadero no existían barreras. Pero... no sabía a quién amaba más, a quién elegir.

—Antoni, no sé qué decir, estoy muy confundido —dije la verdad, la que se me cruzó en la mente.

—No tienes que decir nada. Yo lo siento, tu cariño, y no es uno de compromiso. Tampoco de lástima, es natural. Aunque te cases con Diana, estaré para ti, para lo que quieras y necesites. Te lo juro. —Me abrazó con más intensidad.

Perdí las fuerzas de mi cuerpo, me perdí a mí mismo en las palabras de Antoni y en su cálido abrazo.

—Yo...

—Nada, Sam —interrumpió—, no digas nada. Lo que hagamos y digamos se quedará entre nosotros, nadie más tiene por qué saberlo. ¿Entiendes? —preguntó con un tono dulcificado.

Antoni alejó sus brazos de mi cuerpo, llevó sus manos a mi rostro y me acercó al suyo. Nuevamente me besó, fue como si sellara un contrato conmigo.

Me perdí en los besos de Antoni, eran tan dulces, llenos de amor y libres de malicia. Correspondí sin dudar el amor de Antoni. Sin embargo, me daba culpa.

—No quiero jugar contigo y hacerte ilusiones falsas —dije apenado cuando dejamos de besarnos. 

—Me parece que Diana es quien juega contigo y no es honesta —dio a saber con mucha seriedad—. Sígueme.

Antoni se incorporó y lo seguí sin preguntar a dónde se dirigía. Caminó rápido por los pasillos del colegio. Durante el transcurso abrió un par de puertas buscando algo, hasta que se detuvo en un salón aparentemente vacío y apartado de los demás, y puso el oído en la puerta, me pareció extraño. Antes de que le formulara preguntas, Antoni abrió de golpe la puerta. En el interior del salón estaba Diana con el profesor de ciencias, sentada en su regazo. Estaban muy alegres y sonrientes.

La imagen del momento se grabó en mi mente, parecía que el profesor estaba protegiendo a Diana de las motas de polvo que danzaban en el aire. Las oscuras cortinas viejas que impedían a medias el paso de la luz del día, y las miradas del exterior, se agitaban al par del viento, dejando pasar de vez en cuando los rayos del sol que contorneaban la escena de amor prohibido.

—Perdón, perdón, estaba buscando a un profesor —justificó Antoni y cerró la puerta.

Mi corazón se detuvo por un momento. Diana me había mentido, seguía viéndose y reuniéndose con el profesor. No lo terminó. En mi mente dio vueltas el momento: los brazos del profesor rodeando el cuerpo de Diana, su rostro cerca de ella. Y Diana, rodeándole el cuello con sus delicados brazos, dándole afecto.

Seguí a Antoni por el pasillo. Nos alejamos del salón, pero yo no podía hablar, no podía decir nada, mi iluso corazón estaba fracturado emocionalmente.

—Lo siento, le pregunté a algunos compañeros si sabían dónde se reunía el profesor con sus alumnas especiales. No es secreto para muchos que el profesor se ve a solas con diferentes alumnas. Diana se sigue viendo con él, no lo va a dejar, te mintió y usó —afirmó Antoni—. Como parecías no creerme, decidí ser rudo. Lo siento.

—Una parte de mí no le creía —dije y suspiré—. La verdad, no quiero hablar del tema. —Bajé la cabeza y observé mi triste reflejo en las losetas del pasillo—. Mejor me voy a la biblioteca a estudiar para los exámenes finales.

—Te acompaño, ayúdame a estudiar —pidió con dulzura.

Antoni no me entendió. Puse de excusa lo de la biblioteca. Quería estar solo para hundirme en la miseria. Pero él no me dejó estar solo, me distrajo en todo momento.

Para cuando me di cuenta, ya no estaba tan triste, porque Antoni estaba para mí, apoyándome y dando lo mejor de él.

Al final, medité bien lo sucedido: Diana seguía viéndosecon el profesor, y yo seguía con Antoni.

Cómo los gatos hacen antes de morir |Disponible en papel|Where stories live. Discover now