Capítulo I

2 0 0
                                    

Pancha Duarte

Ella se te aparecerá como un susurro en tu oído y te hará recordar la promesa no cumplida cuando, en medio de tu desesperación, te atreviste a pedirle un favor. Es un susurro frío. Lo escuchas. Lo sientes. Pero ella no es un alma en pena. Ella sólo está reclamando su recompensa. No la ves y no la conoces porque ella murió hace muchos años y se manifiesta cada vez que alguien no cumple su parte del trato. Ella te cumplirá tu deseo, pero debes darle algo a cambio.

No se conoce la fecha exacta cuando se murió, pero si se sabe que, tratando de llegar a una parturienta en el medio de una tormenta, se perdió cerca de un taguapire y allí la encontraron. Allí la encontraron muerta.

Es esa época en los llanos venezolanos cuando la gente se muere de los efectos de la naturaleza, de peleas de honor o de enfermedades endémicas. Es esa época de largas cabalgatas a veces a lomo de mula. Es esa época de las lámparas de queroseno. Es esa época que la oscuridad de la noche cobija los mejores cuentos de espantos y aparecidos. Es esa época en que los llaneros contaban como de repente su caballo sentía el peso del espíritu que se subiría sin invitación.

Y no son solo cuentos. Son realidades tan ciertas como el repentino frío que estás sintiendo ahora en tu espalda y te obliga a voltear buscando una explicación de este mundo.

Pero no ves a nadie porque para ver necesitas tener una sensibilidad especial. Pero si lo sientes. Lo sientes tan real como los repentinos latidos de tu corazón. Comienzas a escuchar ruidos. Cosas se comienzan a mover.

Ayer, después de encontrarla muerta debajo del taguapire la llevan a velarla en la casa de la misma hacienda donde trabajó toda su vida. Mujer bondadosa y hacendosa. Partera que trajo al mundo a muchos de los que hoy la llevan a enterrar envuelta en el mismo chinchorro en el que murió. El cementerio está lejos y es invierno y las trochas están convertidas en caminos intransitables. Barro por todos lados. Peligros por todos lados. Los palos de agua no dejan ver más allá de tu propia mano.

Pero se trata de Pancha y como es costumbre, entre tragos de aguardiente la llevan bailándola.

Y aunque las lluvias han hecho que crezcan los ríos, esos ríos caudalosos de los llanos venezolanos; cuando están por cruzar el que sería el último rio antes de llevarla al cementerio, el nivel del agua sube inexplicablemente. No es una crecida de río tan conocidas por los llaneros. Es que por el único lugar donde normalmente se puede cruzar, las aguas han subido inexplicablemente.

Es como si el rio no la quiere dejar llegar a donde descansaría en paz para siempre.

No hay forma de regresar al Hato Barrialito y no se puede continuar hasta el camposanto. El día está terminando y se avecina el sol de los venados.

Ligeramente embriagados y cansados por el esfuerzo de llevarla en hombros, los llaneros deciden pasar la noche y esperar que, al día siguiente, las aguas de ese rio que al parecer se niega a dejarla pasar, hayan bajado lo suficiente.

Se refugian bajo un árbol y de las ramas más fuertes cuelgan el chinchorro. El chinchorro donde está metida la muerta. Allí pasarán la noche. Allí al lado del cuerpo frío de Pancha Duarte. Allí, debajo del árbol durmieron al lado de la muerta.

¿Pero es el río o es el árbol quién no la quiere dejar llegar al cementerio?

Entre más tragos de aguardiente y entre más cuentos de aparecidos los compañeros de la muerta se dan cuenta que ese árbol donde la han colgado es el taguapire donde la encontraron muerta. Es donde se trató de refugiar Pancha cuando se perdió en el medio de la tormenta.

Y entonces, ¿es el río o es el árbol quién no la quiere dejar llegar al cementerio?

¿O es Pancha la que no quiere continuar?

Uno a uno va cayendo en el sueño de los ebrios. Los dos últimos contaban como la muerta cuidaba de ellos. Como los alimentaba con el calor de su alma y como los alcahueteaba cada vez que se portaban mal. Contaban cuentos de cariño por la muerta. La recordaban con dulzura.

Ya era entrada la madrugada cuando se quedaron dormidos.

El amanecer en Santa María de Ipire es mágico. No hace frío, sino que es fresco. No hace calor, pero se siente como el sol arropa las pieles que durmieron toda la noche debajo de ese árbol misterioso. Los animales y los borrachos despiertan preparados para otro día de lluvia y de calor. Y estos compañeros de Pancha se despiertan dispuestos a terminar su trabajo. El río ha bajado su nivel y parece que la muerta hoy si llegará al camposanto.

Logran bajar el cuerpo de las ramas donde estaba colgado, pero hasta allí es donde llegará. No importa cuantos traten de levantarlo y no importa la fuerza que hagan. El cuerpo no se deja mover. Es como si Pancha les estuviera diciendo desde donde está su alma que allí se quiere quedar.

¿O es el árbol el que les quiere decir algo?

Luego de varias horas de intentar mover el cuerpo se dan por vencidos y deciden enterrarla debajo del taguapire. Debajo del árbol donde la encontraron muerta cuando se perdió en la tormenta. Debajo del árbol donde pasaría su última noche reunida y escuchando los cuentos de sus amigos.

Allí debajo de ese taguapire descansa desde no se sabe cuando el cuerpo de Francisca "Pancha" Duarte. 

Pancha DuarteWhere stories live. Discover now